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The New York Street

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Cine

V for Vendetta

En el poema «Dover Beach», el poeta y ensayista británico Matthew Arnold, hace una comparación bellísima entre él, en la playa Dover de la costa inglesa, contemplando las luces de la costa francesa 18 millas hacia el sur; con el último ser humano en la historia que creyó en la existencia divina de los dioses griegos, en Zeus, Hera, Atenea.

Me imaginé una escena paralela: el último hombre que contemple una cruz con respeto, que levante los ojos al Cielo e imagine al Dios en el que creemos los cristianos. ¿En qué creemos hoy? La fe de Arnold no era la misma fe de los sacerdotes medievales a los que él visitó en los Alpes franceses -«hombres muertos en vida», dice de ellos-.

A pesar de todos los adelantos de la vida moderna y del pensamiento crítico, Arnold ve con pena la pérdida de la fe, esa corriente que le daba sentido a la existencia. ¿Cuál es es el sentido de la fe ahora? ¿La intolerancia? Matar en nombre de Dios debería ser castigado como el peor de los pecados, sin embargo, del otro lado del espectro político la perspectiva no es muy alentadora, ¿Qué hay de esos individuos que se aprovechan del miedo de las masas para gobernar, para recortar libertades y estupidizar al pueblo con el pretexto de la seguridad y la amenaza terrorista?

De eso trata V for Vendetta, una de las primeras novelas gráficas de Alan Moore (Watchmen), llevada al cine por los hermanos Wachowski. Hay que tener mucho miedo cuando las opciones totalitarias son las que ganan mayores simpatías: Hamas en Palestina, los fundamentalistas en Irán, en Irak, la derecha radical en Europa, Chávez en Venezuela, Humala en el Perú. La gente está dispuesta a darle su voto y su conciencia a los que les ofrezcan orden. La libertad total es una religión que ya pasó de moda, como la religión de los griegos. Ahora la religión es la de la libertad controlada, la de las masas sumisas y homogéneas, donde todo puede ser sacrificado si se trata del bienestar común.

Otros gobiernos van más allá -porque pueden darse ese lujo: atemorizan a la población utilizando los medios de comunicación masivos, fabrican evidencia y mienten descaradamente acerca de sus motivaciones hasta que el Congreso-asustado también-los autoriza a organizar una guerra preventiva. Tres años después comprobamos que son unos idiotas no unos visionarios y que algunos de ellos se llenaron de dinero ¿Alguien los juzgará?¿La historia? ¿O es que ya no es malo predicar y al mismo tiempo ser un hijo de puta (con perdón de las putas)?

Concierto en Union Square/ Dias de Santiago


Cuando veo grupos de músicos como estos en el subway me arrepiento de no haber aprendido nunca a tocar un instrumento. Sonaba bellísimo a pesar del ruido de la gente y los trenes que pasaban. La funda donde recogían el dinero estaba llena de plata. Con qué gusto la gente les daba dinero.

Anoche regresando en el tren había un homeless, un moreno de como de setenta años, con trencitas rasta sentado en el piso del tren tocando un órgano y cantando rap con la voz carrasposa. El rap era ingenioso, muy gracioso, (sobre su condición de homeless y que las tripas le sonaban y que quería comerse una hamburguesa con queso del Mac Donalds, bueno no suena tan gracioso escrito acá). La gente volteaba para mirarlo y sacaba monedas cagándose de risa. Llenó su vasito de monedas bien rápido.

Hace unas semanas otro homeless entró al tren, con pinta de estar fumadazo pero feliz, y una cartulina que se doblaba en dos. Había escrito sobre la cartulina : I am homeless, I need money for food. Pero si desplegaba el doblez, se leia «or for weed«. Y doblaba y desdoblaba enseñando (rápidamente) el «money for food…or weed» , movia las cejas y sonreía igualito que Stan Laurel de El Gordo y el Flaco. Le llovía dinero (ahí tengo otra opción para pasar mi vejez en Nueva York).

Hace unas semanas dos tipos estaban repartiéndose un fajazo de billetes de a un dólar como a las once y media de la noche, regresando en el tren D. Los miré y pensaba: estos deben ser parqueadores de carros. Y me sentía identificado (una de las partes más jodidas luego de trabajar más de doce horas parqueando autos es la repartición de los cientos de billetitos en partes iguales). Hasta que llegaron a su estación y uno de los tipos agarró su bastón de ciego y salió del vagon jalado por el otro: Eran un mendigo cieguito y su ayudante. Y les aseguro que se repartían, mínimo, cien dólares de «ganancia».

Esta tarde vi Días de Santiago en DVD. Me habían hablado mucho de la película-quise verla en el BAM de Brooklyn en diciembre pero justo ese día se les ocurrió comenzar su huelga a los trabajadores del metro- pero no imaginé que fuera TAN buena.

Como le decía a Vero en un mail: esta película me ha devuelto la fe en el cine peruano. Esta es la mejor demostración que se pueden hacer grandes películas sin demasiado presupuesto y que no siempre las actuaciones de los protagonistas tienen que ser tan misias que se nota que son actores improvisados. Lo importante señores cineastas es la historia, la trama, el argumento y las buenas ideas.

Estoy terminando de leer Walden de Thoreau (un buen escritor del renacimiento de EEUU, amigo de Emerson, que decidió irse a vivir durante dos años (1846-1847) en una cabaña construída por él mismo en los bosques de Nueva Inglaterra). Al parecer su libro-que escribió basado en su diario de esos dos años de alejamiento de la civilización- influenció a Tolstoi y a Ghandi, entre otros. Ahora, esta noche tal vez, tengo que comenzar a leer Paradise Lost de Milton. Stephen Sheppard dice que es buena, he hojeado unos capítulos y sí pues, no parece aburrida. Ahora el problema va a ser que me siente a escribir un ensayo sobre Walden antes del lunes. ¡Necesito más tiempo!
Anoche me llamó Lornald para decirme que acababa de terminar el Bewolf. Le dije que yo lo había comprado hace un mes con la intención de leerlo pero la dueña de la librería de libros usados en Amsterdam Avenue, una viejita bien simpática y bonachona, me dijo, mientras me cobraba el libro, que ella tenía una versión en CD del Bewolf, leído por Seamous Heaney. La vieja me cagó el cerebro. No voy a leer el Bewolf hasta que consiga el CD y para eso, puede pasar un poco de tiempo. Lo bueno es que esta semana se terminó la nueva edición del Bronx Journal así que supongo que estaré más desocupado durante la semana, como para leer y escribir.

¿Tú le crees al presidente de los Estados Unidos?

Ahora este gobierno de George W. Bush ha creado un magnífico sistema para ayudar a los pobres a salir de su miserable situación. Un alucinante programa lleno de oportunidades para su desarrollo personal y su incorporación activa a la sociedad. Una organización tan efectiva que el joven de los Estados Unidos puede por fin sentir como el gobierno se preocupa por generar oportunidades de empleo y superación para los más necesitados. Esa organización se llama: ARMY. El ejército reparte todas las semanas volantes en Lehman College, donde yo trabajo, ofreciéndole a los jóvenes del Bronx –que saben que tras cinco años de universidad nada les asegura que vayan a conseguir un empleo decente–, la oportunidad de su vida: El ejército. Son tan cretinos en su «estrategia de marketing para el reclutamiento» que en uno de esos volantes ofrecen, además de los beneficios de estudios y desarrollo profesional, que si te registras te regalan un código para que te bajes dos canciones de iTunes a tu iPod: «Sólo firma aquí abajito y el mundo es tuyo, Caracortada».

Anoche vi el documental Why we fight. Tal vez lo más relevante fueron las imágenes de archivo en las cuales, despidiéndose de los norteamericanos que lo habían elegido presidente, Dwight D. Eisenhower prevenía a sus compatriotas de los peligros de permitir que la industria de la guerra se apoderara de las decisiones de gobierno en los Estados Unidos. El documental quiere demostrar que eso es precisamente lo que ha pasado: la industria de las armas ha tomado el control del gobierno y nadie quiere, y si quiere no puede, cambiar esta situación. Las predicciones de Eisenhower se han cumplido.

Una y otra vez se nos demuestra, no con vagas teorías conspiratorias sino con audio e imágenes de sus principales personajes (Bush, Cheney, Rumsfeld, Wolfowitz) que la guerra en la que ahora Estados Unidos está metido hasta el cuello, fue una creación, una mentira con la que se han hecho millonarios políticos y militares que trabajan en el Congreso, en el Pentágono y en todas las esferas del poder.

George W. Bush aparece diciendo: «Yo nunca dije que había lazos entre Saddam Hussein y los atentados del 11 de setiembre..». Rumsfeld dice: «Todos saben que Irak tiene armas de destrucción masiva, nosotros los sabemos, los ingleses lo saben». Cheney aparece declarando: «Estoy convencido que los iraquíes nos van a saludar como liberadores».

Cuando la guerra era inevitable, recuerdo haber pensado, (muy ingenuamente), que si se van a cometer tantos sacrificos, ojalá que las «ideas» que EEUU vendía (El ejemplo democrático se va a expander por el Oriente Medio, Saddam está preparando un gran complot terrorista contra los EEUU) fueran verdad. Esperaba, ya que la guerra era inevitable, que al menos ellos tuvieran razón.

Pero NUNCA TUVIERON RAZON. SIEMPRE FUERON CONSCIENTES DE QUE ESTABAN MINTIEND. Estados Unidos tuvo en algún momento a todo el mundo detrás, compadeciéndolo por la pérdida de vidas en los atentados del 11 de septiembre. Estos politicos despreciables, utilizaron esa fuerza, ese apoyo, para cimentar la idea de Estados Unidos como un imperio todo poderoso y la maquinaria de la industria de la guerra agarró la oportunidad para volverse multimillonaria.

Eso apesta. Ningún gobierno en los Estados Unidos le ha mentido de un modo tan descarado a su población.

Y no solo eso: en su discurso por el Estado de la Unión, Bush anunció que se iban a promover todos los métodos de energía alternativa, que su prioridad de ahora en adelante iba a ser encontrar energías alternativas al petróleo. ¿Cuál fue el siguiente paso a este revolucionario mensaje?: El gobierno de George W. Bush cortó significativamente el presupuesto para investigaciones relacionadas con nuevas energías que reemplacen al petroleo.

Lo peor es que documentales como este te venden la ilusión que el conocimiento y la información son garantías de cambio, que son la prueba fehaciente que existe libertad de expresión en este país. ¿Pero qué va a cambiar? Sólo había cuatro gatos viendo el documental, cuatro gatos que ya sabemos lo que nos estaban diciendo: hay una poderosa maquinaria de producir dinero detrás de cada guerra en la que está metido este país. Hay gente vinculada a esas empresas que se hacen multimillonarias con la guerra, y mucha de esta gente está metida, como nunca antes, en los círculos que deciden las estrategias de gobierno. Y nada va a cambiar. Es deprimente.

Marcel Carné: Les Enfants du Paradis

Hace unos meses, en una entrevista que le hicimos con el maltés a Harold Bloom, le pregunté qué películas le habían gustado y Bloom respondió que, si bien nunca iba al cine, había visto hacía siglos una película deslumbrante: Les Enfants du Paradis. Ayer, entre mi lectura de los tediosos discursos de Emerson, por fin la pude ver.

Terry Gilliam decía que ya no se hacen películas que sean a la vez poemas y éxitos de taquilla. Les Enfants du Paradis fue ambas. El filme es una historia fascinante poblada de personajes hábilmente construídos y al mismo tiempo es un poema al amor y a las posibilidades del cine como arte.

Marcel Carné había dirigido varios filmes exitosos cuando su productor le dijo, con absoluta certeza, que su siguiente paso tenía que ser una película épica. Era 1943 y Francia estaba ocupada por los alemanes. Carné y su guionista Jacques Prevert estaban dándole vueltas a algunas posibles ideas cuando, por coincidencia, se tropezaron en una calle de Niza con el actor Jean Louis Barrault a quien no veían desde el comienzo de la ocupación alemana. Fueron inevitables unos tragos y una larga conversación sobre el cine y el teatro. Entonces Barrault le contó a Carné la historia de un famoso mimo francés de principios del siglo XIX: Baptiste.

Baptiste, el más admirado y elogiado mimo de Francia, paseaba una tarde con su dama por el famoso “Boulevard de Crime” cuando un borracho la insultó. Como este siguió con los insultos, Baptiste no tuvo más remedio que golpearlo, con tan mala suerte que el borracho murió. Fue apresado y a su juicio asistió todo París: no por morbosidad sino porque todos los parisinos tenían curiosidad por saber cuál era la voz de Baptiste.

La historia lo entusiasmó tanto a Carné que empezó una minuciosa investigación sobre aquel período del teatro francés y encontró una gama de interesantes personajes históricos. El guionista Prevert le daría forma final al argumento y Jean Luis Barrault asumiría el papel de Baptiste. El título de la película, decidido por el director incluso antes de que el guión estuviera terminado, proviene de una jerga entonces ya en desuso: a los asientos más baratos del teatro– los que nosotros llamamos cazuela–se les llamaba “Paradis” (Paraíso). (El traductor de la película al inglés descubrió que los ingleses los llamaban “Gods” (dioses) y es así como figura en los subtítulos).

Los Niños del Paraíso es una película que fue filmada con un presupuesto millonario para su tiempo pero con el inconveniente de tener que ser supervisada por los censores alemanes–el comentarista describe las dificultades de Carné para burlar a los alemanes que no querían ni siquiera extras judíos en el filme–. Cuando se terminó de editar la película la victoria de los Aliados era inminente y Carné decidió postergar su estreno hasta 1945 para poder incluir entre los créditos los nombres de sus colaboradores judíos (a los que se les reconoce su aporte “desde la clandestinidad”).

El filme–al igual que Fanny y Alexander otra gran película del siglo XX–, es un homenaje al teatro en general y a Shakespeare en particular. Mientras las obsesiones del Alexander de Bergman son el joven Hamlet, la suplantación de Claudio y el fantasma del asesinado rey de Dinamarca; la de estos personajes de Carné son los celos de Othello, el odio de Iago y el crimen de Desdemona.

La bella Garance es quien provoca los celos de los personajes del filme: los de Baptiste, cuyo talento es anulado cada vez que es consciente de que Garance no lo ama como él la ama a ella; los de Nathalie, ciegamente enamorada de Baptiste; los de Larcenier, asesino con aspecto de dandy que proclama que los seres humanos son todos aborrecibles; los del Conde, esposo de Garance, capaz de aceptar no ser amado por ella, pero no de que Garance ame a alguien más. Y por último los de Frederick: brillante actor y ex amante, quien gracias a Garance descubre una sensación que no había experimentado jamás: los celos. Esa experiencia le brinda lo único que le faltaba para sentirse capaz de interpretar al personaje dramático que más admiraba: Othello de Shakespeare.

Los diálogos abundan en frases inspiradas y el guión dimensiona adecuadamente a los personajes principales: Prevert hace que en algún momento del filme ellos cuenten los pormenores de su niñez. El manejo de los actores es muy preciso, sobre todo en las escenas en el teatro de Funambules; y la iluminación acentúa las escenas más dramáticas, los gestos y las sonrisas habladoras de los actores.

Por último: la escenografía construída para las escenas en el Boulevard es magnífica. Allí los extras fluyen interminables como si se tratase del mundo real, contando pequeñas historias en cada ángulo de la pantalla. En la escena culminante, la luz baña todo: esa multitud de París que celebra el carnaval, mientras Baptiste avanza abriéndose paso entre la gente y gritando el nombre de su amada Garance.

The Conversation, Francis Ford Coppola


Filmada entre El Padrino 1 y El Padrino 2, La Conversación es, según el propio director, la más personal de su películas y su idea de lo que debería ser un director exitoso: uno que escribe guiones originales y los lleva al cine.
El argumento que usa Coppola toma ideas de Michelangelo Antonioni -Blow Up- y también del libro que Coppola había terminado de leer y al que le interesaba rendir homenaje: El Lobo Estepario. Por eso Hackman se llama Harry en la película y por eso Harry es un tipo desconfiado de los demás, encerrado en su universo de aparatos de chuponeo. En el estilo Coppola dice haber sido influenciado por la lectura de «A Streetcare Named Desire» de Tennessee Williams. Tal vez esto se aprecia mejor en la escena de la pequeña fiesta luego del congreso de chuponeadores–, parecida a la escena en la casa de New Orleans y la partida de poker de Polanski y sus amigos. Pero en The Conversation el único personaje principal es Harry y el tipo interpretado por Hackman–imponente con su impermeable de plástico semi-transparente que no se quita ni para dormir- no se parece en nada al impetuoso inmigrante de polacos representado por Brando en la versión cinematográfica.
Los espacios sobrios donde vive el personaje, con las paredes casi desnudas, contrastan con el complejo sentimiento de culpa que lo retuerce internamente. El solo de piano, que repite el mismo tema una y otra vez, y los solos de saxo de Harry, alimentan esta impresión.
Una de las escenas más conmovedoras es aquella en la que Harry desbarata su casa para saber si él también está siendo escuchado. Destroza las paredes y el piso, los muebles y los aparatos eléctricos. Lo único que no se atreve a tocar es una imagen de plástico de la Virgen María. Pero cuando se da cuenta que es lo único que le queda por revisar, la destruye con una furia cataclísmica, en la que se proyectan todas sus angustias. La actuación de Hackman es excepcional.

El destino de Orson Welles y el ciudadano Kane

En la edición más reciente en formato DVD de Citizen Kane (1941), los productores incluyen un disco adicional con un documental realizado para la televisión pública llamado: «The Battle Over Citizen Kane». El documental ilustra la trayectoria ascendente de Orson Welles y su decadencia a partir de la distribución de aquella película. A los 19 años, como responsable de los recursos federales para dar empleo a los vecinos de Harlem, organizó una ovacionada puesta en escena de Macbeth ambientada en Haití con actores negros amateurs: «Voodoo Macbeth» le ganó el favor de la crítica. Un año después dirigió en el teatro Mercury de Nueva York la puesta en escena de «Julius Caesar» ambientada en la Alemania nazi. Luego de una primera noche decepcionante Welles reorganizó la obra incluyendo la conmovedora escena del asesinato del poeta Cinna y recibió una ovación cerrada durante cuatro minutos. Su «Julius Caesar» aún es considerada por muchos críticos como la mejor adaptación de cualquier obra de Shakespeare en los Estados Unidos. Tras su éxito como director teatral Welles empieza a producir el programa «Live from the Mercury Theatre». Una de aquellas presentaciones radiales lo haría famoso: «The War of the Worlds». Welles programó la transmisión al mismo tiempo que una pausa de quince minutos en otra emisora bastante popular. Sabía que entonces los oyentes cambiaban de emisora y podrían sintonizar su transmisión. «La Guerra de los Mundos» fue narrada como si se estuviese realizando en ese instante una sangrienta invasion de la Tierra por tropas marcianas. El ejército entró en estado de alerta, la policía acordonó el teatro y obligó a los productores a detener el programa. Millones de personas en estado de pánico estaban prendidas a la radio. Orson Welles se negó y siguió durante varios minutos más. Al ser informado que podía ser acusado de homicidio Welles detiene la transmisión. El hombre tenía solo 21 años. El DVD incluye imágenes de la rueda de prensa en la que Welles se disculpa, visiblemente asustado por las repercusiones de su programa. El desenlace: la compañía RKO, una de las más importantes de Hollywood, le ofrece un contrato con libertad total para producir y dirigir tres proyectos cinematográficos al año. A los 21 años. NADIE había recibido antes una oferta similar. El primer proyecto de Welles fue la adaptación cinematográfica de HEART OF DARKNESS (El Corazón de las Tinieblas) la trascendental obra del escritor polaco Joseph Conrad y, para muchos, la mejor novela escrita en lengua inglesa en el siglo XX (1901). (APOCALIPSIS NOW, la película de Francis Ford Coppola, es una fiel adaptación de «Heart of Darkness» cambiando el territorio del Congo Belga del siglo 19 por el Vietnam de los 70s). Pero el exagerado presupuesto y el carácter confrontacional de Welles obligan a la RKO a negarle el dinero para el proyecto. Un segundo intento tropieza con el mismo problema. Welles se enfrenta a los puños con los ejecutivos de la compañía y empieza a ser considerado como motivo de burla por los medios hollywoodenses. Es entonces que conoce a un guionista y amigo de la esposa del magnate periodístico William Hearst, quien le ofrece el guión que transformaría la historia del cine. Y la carrera de Welles, porque después del boicot de los medios controlados por Hearst y las acusaciones contra Welles de alentar ideologías comunistas (¡Welles solo tenia 24 años!) su vida nunca sería la misma. «The Battle Over Citizen Kane», entre otras cosas importantes, aclara que el nombre «Rosebud», supuestamente un recuerdo de infancia del magnate Kane, era el apelativo cariñoso con el que Hearst se refería al clítoris de su amante y gran amor de su vida, la comediante y actriz Marion Davies. La ira de Hearst fue tal que llegó a ofrecer 800,000 dólares para que se quemara el negativo y todas las copias. Al fracasar su oferta recurrió al chantaje que resultó efectivo para detener la comercialización de «Citizen Kane» y evitar que Welles pudiera producir otro filme de esa envergadura en Hollywood.

The Lady from Shangai de Orson Welles

Anoche vi The Lady From Shangai, una de las obras maestras de Welles, filmada en 1948 con Welles y su esposa Rita Hayworth en los papeles principales. Welles demuestra una vez más su destreza con el lenguage cinematográfico: angulos de cámara para crear sensación de vértigo, profundidad de campo para permitir la narración en varios planos en una sola toma y primeros planos para enriquecer el sentido de las escenas. Y uno se queda para siempre con la voz cadenciosa del irlandés de cabello oscuro, Michael O’Hara, aún inseguro si la vida entera sería suficiente para olvidarla. Hay varias escenas importantes pero seleccionaré solo 3: una es la famosa escena final en la sala de los espejos en un parque de diversiones del barrio chino de San Francisco; la segunda es la escena de las hamacas en Acapulco, cuando Welles relata la historia de los tiburones que se devoraron unos a otros en una playa de Salvador en Brasil; la tercera es la escena del juicio con todos los detalles simbólicos con los que Welles presenta al juez, al tribunal y al jurado encargado del proceso criminal contra Michael O´Hara. «The Lady From Shangai» me obliga a recordar una vez más las palabras conmovedoras de Welles al final del documental sobre «Ciudadano Kane» en una entrevista concedida poco antes de su muerte : «He dedicado el 98% de mi energía a buscar dinero para producir mis películas y solo 2% de mi vida a producirlas..¿A eso se le puede llamar vivir?»

El western de acuerdo a Leone, 23 de diciembre


Pensaba avanzar con el ensayo para la clase de Westrem pero puse esta película y no pude hacer otra cosa que verla durante tres horas. En el universo masculino de Sergio Leone, todo se divide en Lo bueno, lo malo y lo feo. Es una de las películas más honestas y menos pretenciosas filmadas en el contexto de la Guerra Civil. Como siempre hay oro de por medio y varios vaqueros interesados en apoderarse de él. El mejor actor es el malo. El feo el más gracioso. Eastwood cumple bien su papel de bueno, si de eso se trata lo de buscar malhechores con precio de recompensa y salvarlos en el último minuto, con un disparo certero de la escopeta hacia la soga en el cuello del condenado. Luego la repartición a medias. Así es el negocio. Bill Carson sabe donde está enterrado el oro y el dinero. La maestría del gringo Blondie es sacarle el nombre de la tumba antes que Carson muera. Así el feo sabe sobre el cementerio y Blondie el nombre de la tumba. El malo querrá saber las dos cosas y eso le costará la vida. En el intermedio hay asesinatos, robos y perversas vueltas del destino, como la caminata de Blondie con los labios resecos por el desierto, seguido por el feo. Las pistolas que aparecen bajo la espuma, traen a la memoria los ojos de Claudia Cardinale en Érase una vez en el Oeste, otra de las grandes de Leone.

Heat and Dust en la India

Antes de ir a dormir. En la India, había una vez. Greta Sccachi bella, como la inglesa inocente, aventurera, del amor tortuoso, del amor prohibido por un rey tramposo y maquinador. El hijo no llega a nacer y la sociedad inglesa sigue sin enterarse, mientras la desprecian por ser como es, como si fuera otra vez Pasaje a la India, solo que entonces todos estaban del lado de ella hasta el final. Ella no se ha muerto y, en la mujer que regresa en los 80 a buscarla, la historia vuelve a recrearse. Merchant-Ivory. La anciana escritora dice que la escenografía de su novela ha sido cambiada, que el palacio del principe hindú debió haber sido decadente. Pero Ivory no pudo resistir la tentación de hacerlo lo mas suntuoso posible, de hacerlos brindar en el banquete con finísimas copas de cristal.

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