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The New York Street

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Piropo a Buenos Aires

campanella

La siguiente nota ha aparecido publicada en la revista Suburbano de Miami

«Señorita secretaria ¿se ha muerto un santo en el día de hoy?» «¿Por?» «Porque veo a un ángel vestido de luto»

Así va la escena en que la secretaria del juez, la señorita Irene Hastings, recién egresada de Cornell y con su primer trabajo en los tribunales de Buenos Aires, pasa delante del escritorio de Benjamín Espósito, el hombre enamorado, el que estará dispuesto a revivir las ardientes cenizas del pasado y de un caso inconcluso (el de la violación y el asesinato de Natalia Coloto) para no quemarse con los recuerdos que lo persiguen después de haberse jubilado de una vida dedicada a las leyes.

Y en ese momento, a punto de meterme en la trama de la película de Campanella, me toman por sorpresa las imágenes de una mañana bonaerense.

Es 1992. Tenemos una avenida ancha y los negocios que acaban de abrir. Por la vereda camina una mujer espigada con unas hermosas piernas y el cabello  largo y rubio que danza al compás de sus pasos, detrás de su cuello. No hay mucho tránsito, yo soy un espía que acaba de aterrizar y camina por Buenos Aires antes de regresar a Lima. Por la vereda del frente, marcha un muchacho delgado y con un terno fino, marrón y de saco extendido, que le queda bien. Va con dos amigos, conversando, les hace un gesto que yo apenas si alcanzo a distinguir como un «espérenme» y mirando con rapidez a ambos lados de la calle, cruza la avenida a paso ligero. No es una de aquellas avenidas limeñas angostas y descuidadas que tientan al claustrofóbico, más bien una ancha, larga y elegante, la glotonería de algún urbanista.

El muchacho trota hasta acercarse a la sombra de la muchacha y empieza a conversarle. Se acerca con respeto, sin pretender rozarla, sin estorbarle el camino. Marcha a su lado con una sonrisa y las manos en los bolsillos en posición desarmada. La muchacha sonríe y sigue caminando, pareciera que los ojos miran a las nubes mientras ella disfruta aquella arquitectura de palabras, eso que llamamos un piropo.

Los tenderos, que a esa hora ya son unos cuantos, colorados y panzones,  miran la escena y alientan al muchacho cuando pasa por el frente. «Vamos, macho» escucho a uno. Es una escena adorable. El sol parece salir con un poco más de fuerza por una de las esquinas de la avenida y el muchacho mira otra vez con rapidez el tráfico aún detenido y cruza ágil, en diagonal, hacia donde siguen caminando su amigos. Sigue hablando con ellos. Miro a la muchacha que sigue caminando, sin modificar la postura, tal vez con un gesto vago, nuevo, en el rostro, que yo quisiera creer que es una sonrisa.

«Piropo» Escribo en la pizarra. Entonces procedo a explicarle a mis estudiantes la escena que les he contado. «Así como algunos cuando están aburridos matan el tiempo jugando con el Play Station, en algunos países se mata el tiempo dando piropos». Insisto en que la calidad de aquellos elogios pueden definir a la sociedad que los produce.

En la pantalla del proyector, sobre la pizarra de la clase, en una escena congelada, Benjamín Espósito le propina un puñetazo a Romano, su enemigo de la Secretaría 18 «a dos perejiles agarraste» le grita. Y así sigue.

Entre tropiezos propios de la burocracia y una andanada de insultos que bien podrían resumir el dilema de la nación que los profiere, la procesión de verdades que definirán la tragedia que Benjamín y Sandoval –su compinche, su amigo– habrán de presenciar; también encontramos la singularidad de un detalle tan sencillo, cuya fama, al menos en mi memoria, asociada a la mención de una ciudad y de sus habitantes, también podría calificarse como un piropo.

Tenue, velado y casi olvidado: un piropo a Buenos Aires.

25 de febrero, al lado del Hudson.

Tarantino

No podríamos haber escogido una mejor vista para esta ruta que es, para muchos de nosotros, la más despiadada: el viaje de todos los días al trabajo. Viajamos al borde de un río placentero. No sólo lo es su cauce, sino también las colinas que limitan sus márgenes. Como otros paisajes de esta región, también éste cambia bruscamente con las estaciones, haciendo aún más difícil que nos cansemos de verlo. Y ciertos años (como este 2013), la nieve cae con lentitud sobre el río y los bloques de hielo navegan sin apuro sobre el agua, haciendo de las distintas vistas del invierno un espectáculo inagotable.

A veces me da pena concentrarme en las tareas, porque pareciera que no ver el paisaje significara sacrificar uno de los momentos más agradables del día. Sigo manteniendo que conducir 40 minutos hacia Nueva York, pudiendo subirse a este magnífico ferrocarril que trota por el margen del Hudson, es un desperdicio. ¿Por qué someterse voluntariamente al tráfico sin solución que corre hacia la ciudad?

Hoy, sin embargo, he desperdiciado otra vez mi viaje metiendo las narices en un libro. La novela se llama Changing Places y la escribió David Lodge. Es una comedia que hace escarnio de los intelectuales que cambian la vida por la enseñanza (¿seré yo señor?). En ella, dos catedráticos marchan de intercambio hacia dos universidades distintas del planeta: un norteamericano vuela a Inglaterra y un británico viaja a los Estados Unidos.

Así que tal vez por eso (creo yo), mal influenciado por la lectura,  esta mañana he sentido una cierta pesadez al caminar por los pasillos desiertos de Lehman. ¿Qué hago acá? Miro al espejo y encuentro una cana: el tiempo.

Uno quisiera creer que el tiempo no pasa, que tal vez uno es como ese río que circula frente a nuestro tren de todas las mañanas, que uno jamás se va a cansar de estar vivo. De vez en cuando –como hoy– me queda valor para mirarme, tratar de entender el tiempo y burlarme de la minúscula seriedad de nuestros objetivos privados.

Anoche, mientras disfrutaba la ceremonia del Oscar, pensaba en la sonrisa amplia de Jack Nicholson: quien todo lo ha vivido. Todo el auditorio no es sino un circo lleno de actores. Nicholson también actúa: es un hombre viejo que ha visto todo ¿Eso es la felicidad?¿En eso no consiste llegar a viejo? Quisiera creer –la ignorancia me lo va a permitir– que mientras Ben Affleck dedicó la mitad del 2012 a trabajar para que lo respeten como director, Nicholson no trabajó; consiguiendo que lo respeten por ser quien ya no está interesado en nada.

Creo que hay un engaño terrible en aquella ceremonia. Tal vez la temperatura de las luces y la cordialidad de los invitados nos hace creer que los conocemos hasta el punto de saber en lo que piensan. Y de pronto se aparecen allí sobre el podio, balbuceando un agradecimiento (como Ben Affleck),  gastando una broma (como Daniel Day Lewis), invocando al Dios de las películas (como Ang Lee) o gozando como perro por la victoria (como Quentin Tarantino); y nos damos cuenta de la distancia que nos separa de ellos.

Parecería que se tratara sólo de una distancia lógica y natural entre los famosos y los desconocidos. Sin embargo, ésa es la misma distancia que nos separa –cuando estamos solos metidos en nuestros pensamientos, mirándonos al espejo, leyendo sobre otros mundos u otros profesores de ficción que hace 30 años cruzaban el Atlántico–de todos los seres humanos.

Para su desconsideración

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Para mí, Jessica Chastain y Zero Dark Thirty deberían llevarse el Oscar. Ella es la mejor actriz y ésa es la mejor película de 2012.

En enero leí una mala crítica en el diario La República contra Argo. Una reseña de un filme muy mal visto. Pensé en escribirles –decirles que el reseñista no había leído bien la historia– pero jamás lo hice. Argo no tapa la intromisión de los Estados Unidos en la política iraní. Por el contrario, desde el principio de la cinta se nos revela que la actitud de EEUU fue torpe y ofensiva para la dignidad de los iraníes. Baste con recordar las imágenes, humillantes, de los oficiales de la embajada en Teherán destruyendo las evidencias al tiempo que la turba trata de ingresar. Argo es una muy buena película.

Sin embargo, Zero Dark Thirty es mejor.

Kathryn Bigelow ha conseguido resolver, otra vez, la difícil tarea de asombrarnos con una historia de la que ya conocemos la trama y el final. Sin concesiones a la política –falsamente acusada de hacerle publicidad a Obama, o de defender la tortura como herramienta antiterrorista–, con un guión que incide más en el drama del personaje principal que en los eventos históricos; y con una limpia recreación del momento culminante: el asalto a la casa de Abbottabad y la eliminación física del líder de Al Qaeda. Bigelow está entre los mejores directores de EEUU y Mark Boal (el periodista de 39 años que también le escribió la contundente The Hurt Locker) en la primera línea de los guionistas que trabajan para Hollywood.

Me gustó Lincoln, pero no tiene la contundencia narrativa de Argo ni de Zero Dark Thirty. Me gustó Life of Pi pero los mayores méritos de la película vienen del libro de Yann Martel. Me gustó Beasts of the Southern Wild pero no puede competir con el impacto y la ambición de ninguna de las cuatro películas anteriores (sin menospreciar la belleza de su realización).

Me gustaría que la película No consiguiera el Oscar a mejor película extranjera, pero no creo que la actuación reposada de Gael García ni el simpático retrato de la campaña plebiscitaria chilena le dé el aliento suficiente. Es muy probable que Amour se quede con esa estatuilla.

Eso sí: Daniel Day Lewis se llevará un tercer Oscar.

Yo también creía que Affleck era poco más que su facha. Sin embargo, ya tiene un par de buenos filmes y la pretensión de la Academia de ningunearlo como director ha convertido a su criatura (apadrinada por George Clooney) en una de las mejores candidatas.

Si los votantes se olvidaron que el simpático amigo de Matt Damon fue amante y pelele de Jeniffer López, tal vez premiarán al carisma de este director y no a la logradísima película de Bigelow ni a la maquinaria publicitaria de Spielberg. Tal vez mañana en la noche Argo y Affleck nos den la sorpresa.

Casi un final digno de la ciencia ficción.

Ayrton Senna, el documental

¿Recuerdan a ese deportista que se mató chocando contra el poste de un tobogán en las olimpiadas de invierno en Vancouver? A veces la muerte llega así, absurda e inesperada. Otras veces se aparece como si fuera un final triste pero adecuado para una buena película y eleva a ciertos seres humanos a la categoría de ídolos. De eso se trata este documental llamado «Senna».

Nunca ha sido fanático del automovilismo. Claro, como todo niño limeño con tiempo libre los fines de semana, pasé muchas horas frente a las transmisiones en vivo de los Grand Prix de Fórmula Uno. Fue a través de aquel programa de televisión que cambiaba de número con los años (Auto 82, Auto 83, Auto 84, etc, etc). Ya de adolescente–en Río, en Sao Paulo, en Curitiba y en Porto Alegre–fui testigo cercano del fervor de los brasileños por su compatriota corredor de autos. Sin embargo, solo después de ver este documental, pude entender por completo como se tejió esta leyenda, esta especie de James Dean verde y amarillo.

Ayrton era el más veloz y el más querido. Senna creía en el Brasil y en Dios, y no le daba vergüenza hablar en público de su fe. Mientras su archirrival Alain Prost no sabía cómo ocultar su envidia hacia un joven mucho más dotado en la pista y más transparente, Ayrton Senna rompía los cronómetros y–confiado en sus capacidades–no se callaba para criticar el ego y la política de quienes dirigían el automovilismo.

Se entregaba a su carrera sin ponerle condiciones, confiando en que cuando alcanzara cierta edad se retiraría y disfrutaría agradecido de su fama, de su dinero y de su tiempo libre. Acostumbrado al amor de la gente, al calor del Brasil, él podía ver o escuchar a Dios mientras saltaba ágilmente las olas del Atlántico o mientras conducía en una carrera de Grand Prix.

¿Aún hay deportistas así? Senna se desmaya dentro de la cabina de su auto al terminar  de correr el GP de Grandes Lagos. Tenía que ganar. Era un profeta en su propia tierra. «Es lo único bueno que tenemos en el Brasil» dice una de sus admiradoras entre lágrimas. Casi veinte años después de su muerte este documental termina de cimentar la leyenda, acercándonos a un hombre que lo pudo hacer todo y lo hizo todo. De eso se trata «Senna».

Farewell

Emir Kusturica como Sergei Gregoriev en la película francesa "Farewell"

Unión Soviética, 1985

Vamos a entregarte la lista con los nombres a cambio de un par de casetes de Queen, un disco de este cantante romántico que tanto me gusta y un walkman para mi hijo. Y nada más. Este país necesita un cambio. La revolución que nos hizo salir de la edad media y que en menos de cincuenta años nos llevó a poner un hombre en el espacio necesita un remezón para que los rusos volvamos a ocupar el lugar de vanguardia que siempre hemos tenido. Los rusos ¿Qué sería del mundo sin los rusos? ¿Se imaginan? Literatura, pintura, música, política, ciencia y ajedrez. Todo lo que nos ha legado el bloque soviético. Un adornito me mira desde mi mesa de noche y me recuerda ¿El Kremlin? También una foto de Vallejo en Moscú y un bolero que llega desde algún rincón del pasado : La Plaza Roja desierta, la nieve dibujaba un tapiz, tenía un lindo rostro mi guía: Natalí.

Kusturica, Emir

Imposible perderlo de vista. Este cara de loco, esos ojos que nos sugieren que tomemos distancia. Kusturica es como uno de esos personajes salidos de una carpa de los gitanos –irrepetible– o de una pintura de Macondo ¿José Arcadio Buendía? Abraza a su hijo, le miente a su esposa y a su amante, convence al francés disminuído pero entusiasmado de que solo ellos dos son capaces de hacer lo que están por hacer: decirle a los Estados Unidos que sus mejores secretos nunca lo fueron.

Ronald Reagan, la caricatura

Reagan mira una película y hace comentarios tontos sobre el cine, sobre los franceses y los rusos. Caricaturizar a los Estados Unidos: pasatiempo favorito de los franceses. Así hubiera sido nuestra imagen de los norteamericanos, si Hollywood hubiera filmado en París y no en California. Así como para nosotros los rusos eran Iván Drago–aquella estatua de hielo que se daba de guantazos con Rocky en una pelea a doce asaltos–para los franceses Reagan era el vaquero que arengaba con frases hechas. Hasta Willem Defoe luce grosero como el agente de la CIA. Imagínense qué papel para este actor que crucificaron en La última tentación de Cristo. El único que no salta las alarmas del estereotipo es Kusturica.

Una vida, una bala

En la Siberia, nada menos. En esa planicie blanca por donde se tambaleaba Dersu Uzala. Allí llega Kusturica, traicionado por su traición, sin chance alguno. Hace un gesto inigualable con las manos para decirle al  pelotón que proceda. Que Rusia siga, sin él.

Finlandia

Hay países que aparecen de la nada, tal como Finlandia aparece en Farewell. Es como esa Islandia repentina en un poema de Borges. Llega como sinónimo de libertad. Ese es el clímax: allí está la intensidad de la huída, el rostro de la esposa recordándonos todos los reproches y todos los riesgos.

I’m from Scotland. I need to go home now.


El presidente y otros miembros importantes de su partido estaban vestidos completamente de negro y caminaban a paso lento alrededor de la Plaza de Armas de Lima cargando un ataúd. Era el féretro con el cuerpo del finado Ramiro Prialé. Por alguna razón ese día me había vestido con una horrible camisa de colores hawaianos. Con el cajón al hombro, desde unos cinco metros, el caballo loco me miró extrañadísimo.

El joven médico escocés Nicholas Garrigan aterriza en Uganda en un desesperado viaje que pretende le dé cierto sentido a su vida. Un inesperado encuentro con Idi Amin, se transforma en una fuerte amistad cuando Garrigan le dispara a un animal agonizante, alarmando a la guardia personal del nuevo presidente. A Idi Amin le gustan los escoceses–porque también odian a los ingleses–y convierte al joven Garrigan en su médico personal, su consejero y confidente.

Entre colores asfixiantes y tambores sofocantes, con el rostro empapado de sudor y un torcido ideal –alimentado por un sueño en el que le fue revelado que nunca moriría en Uganda–, Forest Whitaker carga sobre sí el peso de toda la película. A sus espaldas se produce la gran matanza. Y Nicholas Carrigan pide por favor, que sólo lo dejen volver a Escocia. La respuesta es no.

Con letras blancas sobre fondo negro, el director nos recuerda que Idi Amin murió de viejo, en el exilio.

Pan’s Labyrinth y Guillermo del Toro


El fauno tenía en la mano un sobre lleno de estampados de la época de la Guerra Civil. Sobre las cejas cargaba un tatuaje de un mitológico galeón incrustado en diamantes y sus ojos reposaban sobre los espectadores con la frialdad con la que alguna vez espantaban las moscas unos campesinos bolivianos desheredados en un remoto pueblo cercano al Titicaca.

Llevaba tres misiones a cumplir y era la niña de los ojos perdidos la que tenía que llevarlas a cabo, sin pestañear, con la firmeza que reclamaba su sangre, perteneciente a un linaje casi extirpado de la Tierra hace algunos siglos. Nadie esperaba que fallase, tampoco nosotros, sentados en las butacas con olor a mantecosa canchita y gaseosa helada. Pero no esperaba que espantase a las hadas con tanto desprecio ni que dejase escapar su reino por comer dos uvas de la mesa del monstruo desojado. Son como escenas cortadas, historias terribles engarzadas con el pretexto de la fantasía, un final bañado en sangre con los cuerpos de los rebeldes, terribles en su venganza y en su miseria, cansados de tanto batallar, cuando le hacen saber al capitán que su hijo no sabrá el nombre de su padre y que su final será tan oscuro y sin ruido como el de la mandrágora convertida en cenizas entre las brasas de la chimenea del campamento militar.

El laberinto se cierra otra vez y entre los sueños de ella y las lágrimas de Maribel Verdún, la niña descansa con la furia de la bala atravesándola. Guillermo del Toro escribe, produce y dirige. ¿Dije ya que Volver estaba fantástica? ¿Que un espectador no pudo contener un espasmo de gloria–que arrancó carcajadas en el silencio espectante de la sala- ante el espectáculo en el espejo de las portentosas tetas de Penélope?

Los jurados que decidan el Oscar a la mejor película extranjera se las van a ver difíciles entre las memorias de una madre que no ha muerto, un fantasma que no es sino el capricho de una vieja sacudida pero incapaz de reaccionar y defender a su hija ante la infidelidad y el incesto de su marido; y esta historia de rebeldes y de malos, de faunos y de doncellas perdidas en el laberinto, de libros que escriben historias invisibles, de reinos perdidos y recuperados. Pero Almodóvar ya se lo llevó dos veces asi que casi seguro que el Oscar se va para México, para el Laberinto y para Del Toro, premio merecido y con retraso para el hombre detrás de Hellboy.

Las mejores peliculas del 2006


La gran sorpresa de la semana pasada fue abrir el Village Voice y ver que entre las películas seleccionadas por los críticos como las mejores del 2006 estaba el filme rumano, la Muerte de Mr. Lazarescu, una pelicula oscura, brillante, que vi hace meses en una sala de cine arte en Manhattan. El Sr. Lazarescu es un pobre alcohólico amante de los gatos que vive solo, en un pequeño apartamento sucio y que se cae a pedazos, en un complejo habitacional para gente de escasos recursos en Bucarest. La película detalla su odisea desde que empieza a sentirse enfermo –horribles dolores en el vientre– hasta que la ambulancia viene a recogerlo y empieza su viaje al infierno por hospitales públicos de la ciudad donde nadie quiere hacerse cargo del destino de Lazarescu. Es una tragi comedia, donde lo más notable es la decadencia de los ambientes y del personaje principal, que va deteriorándose al mismo tiempo que el director enseña el deterioro de la sociedad que permite que Lazarescu realice este atroz periplo por los lugares que deberían proveerle la cura que necesita urgentemente.
Otro filme en la lista del Village Voice, con el cual estoy de acuerdo, es United 93, que es una excelente combinación de técnicas narrativas de ficción con el estilo de un documental.
A propósito de este número del Village Voice, realicé mi propia lista de los mejores filmes del 2006, que necesariamente incluyen muchos de los filmes que me llegan a casa en DVD gracias la magia y al buen servicio de Netflix. Una pequeña lista de los 15 mejores filmes que vi el año que pasó, y que recomiendo a quien quiera que le guste el buen cine:

1. Les Enfants du Paradise. TIENEN que ver esta película.
2. Double Indemnity, tal vez el mejor filme de cine negro, dirigida por Billy Wilder
3. O Brother, Where Art Thou?, 2000 Brillante épica, dirigida por los hermanos Cohen
4. I Vitelloni, 1956. Una de las mejores películas de Fellini. Excelentes diálogos y escenas imborrables.
5. 12 Angry Men, Uno de los mejores ejemplos de como filmar una gran película en una sola locación.
6. The Third Man, 1949. La actuación de Orson Welles es breve pero intensa.
7. United 93, 2006
8. The City of Lost Children, 1995 . Que gran ejemplo combinando magia y ciencia ficción
9. Delicatessen. La estética de la película es fabulosa. Te quedas pegado en los detalles.
10. Howl’s Moving Castle. Tal vez no es el mejor pero un muy buen ejmplo del cine de Miyazaki
11. Floating Weeds. Bellísimo filme de Ozu
12. Grand Illusion. Pertenece a la breve y sagrada línea de los filmes imprescindibles
13. The Apartment. Tal vez la mejor comedia romántica de la historia del cine. Dirige Billy Wilder
14. The Man Who Would Be King. Fabulosa adaptación de un cuento de Ruyard Kipling. Sean Connery magistral.
15. Ugetsu. el filme japonés que fue pionero en el realismo mágico en el cine. Extraodinario Mizoguchi.

Bernard Shaw & The 12 Monkeys. 3 de abril


Mrs. Warren le dice a su hija que le hable con respeto, pero el respeto se gana y la hija ha vivido toda su adolescencia internada en escuelas para aristócratas, lejos de su madre. Ha de ser un choque tremendo enterarse que Mrs. Warren regentea los burdeles de mayor prestigio en Europa. No sabe decirle el nombre de su padre, aunque podemos asumir que se trata del reverendo Gardener.

La joven Vivie reclama que la madre siempre ha podido decidir una carrera mejor, como si estuviera en sus manos, replica la madre. Y le cuenta la historia de su vida: de sus cuatro hermanas, dos eran feas. Las feas eran honestas porque no les quedaba otra cosa, entran a trabajar a una fábrica, el plomo las envenena y mueren jóvenes. Mrs. Warren y Liz, eran preciosas, tal vez porque su padre fue aristócrata bien alimentado. Ellas entienden que lo único que tienen para ofrecer es su cuerpo y se prostituyen, pero con una meta. Liz y Mrs. Warren son ahora dos damas respetables de Londres. Todos saben su pasado pero nadie quiere preguntar.

Vivie ha estudiado en las mejores escuelas inglesas pero no quiere seguir el camino que dicta su madre: casarse con un hombre rico, pasar a formar parte de la aburrida aristocracia. Bernard Shaw es el director de teatro que dejaba todas las indicaciones del mundo. Y gasta una gran fortuna intentando reformar el alfabeto y la gramática inglesa. Vano intento.

La peli de Gilliam: el ejército de los 12 monos. Los ojos del niño mirando su propia muerte. El argumento de una gran película a veces empieza en una gran imagen.¿A Bruce Willis se le puede respetar como actor? Sí, después de ver a los 12 monos. El actor que le dispara en las escena del aeropuerto relata asombrado ante la cámara: nadie antes que yo, ha matado a Bruce Willis en la pantalla. Y sujeta su arma con espanto, mientras Gilliam dirige al hamster que le malogra la escena bien programada de Willis desnudo inyectándose vitaminas en la sangre.

Me jode el sonido de la máquina pulidora y el olor de la bencina –acaban de barnizar la sala de la casa–. El armatoste destrozado de mi ropa, en pedazos, se va a la basura. El cuarto ahora luce mejor, con más espacio y nuevo lugar para la cama. Hizo calor el fin de semana, calor para andar en shorts y en polo. Sin embargo esta tarde han llovido perros y gatos y ha empezado nuevamente el frío. Stephanie me manda un mensaje: que se aburre en UN. Le respondo que estoy en casa ordenando y limpiando, pero para variar seguro que se demora cuatro días en contestar. Me ha dicho que cojea porque se ha lesionado, que casi le ponen una multa por levantar la pata sobre una banca en un parque.

Camilo insiste sobre ella, la librera con pinta de personaje de Clowes, le he dado el mejor consejo que se puede dar. No sé otro, tampoco soy un experto. Le he pasado un trapo limpio a todos los libros. Me gusta mi mini biblioteca, allí esta mi primera edición de Anecdotes of Destiny que tengo que leer. ¿Y tal vez volver a ver el Banquete de Babet? Y Paideia de Jager también espera. Y El Nacimiento de la Tragedia, de Nietzche. Ni qué decir de lo que tengo que leer para la maestría. Me ha llegado un mail de la doctora Cockram con lo que debo leer antes de empezar con el estudio de los Cantos de Pound. Hay muchachos, muchos libros que leer.

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