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The New York Street

Un blog lleno de historias

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New York Street

James Ivory e Ives Merchant. Y para terminar Giamatti; 14 de abril

Annerys dice que de todas maneras se va para Valencia. Dos pechazos. Pezones color caramelo. Me entretengo en sus puntas deliciosas mientras vemos Sideways echados sobre las sábanas celestes.

Entre James Ivory, el director y el orejudo de Merchant, con el fuerte acento de la India. Su socio por 40 siglos. Me firma el libro de sus conversaciones y se interesa por saber si fue recibida bien Howards End entre los peruanos. Le reitero que es de mis favoritas.

El viaje de Giamatti a la tierra de los vinos es espectacular, el script es brillante, ingenioso, toca donde debe, se calla donde necesita no seguir transpirando. Echa carrera abajo Giamatti, aunque te tomes el vino menos indicado en un vaso de tecnopor con una hamburguesa mal frita. Aunque le robes el dinero a tu madre, eres buen amigo Giamatti, paparulo necesario. Gordito envalentonado, corriendo para alcanzar la billetera de los anillos mientras el criminal de su amigo ronca en el auto. Amistades ventajosas, peligrosas, de todos modos, ya no se hacen amigos como Giamatti.

Annerys tiene las tetas grandes, los labios brillantes, los ojos negros intensos, calientes. El libro sobre los italianos es fabuloso pero los ensayos sobre las relaciones entre Homer y Pound lo son mejores. Una deuda total para el traductor latino de los versos-epopeyas del divino ciego, punto por punto, palabra por palabra. Y Alba que me invita a comer con ella en Hunts Point, en esta esquina hispana con el bacalao a mil por hora, rica rica. Y conozco mucha gente en el Point, nadie sabe nada de arte en el Bronx sin pasar por el Point. Baad! Girl. Alba tiene pechos grandes igualmente pero las puntas negras. El peinado afro, el culo poderoso. El panini en Esperanto estuvo delicioso, tengo varias fotos con Ivory.

Con Szidonia en el Speedy: 24 de marzo

Herald Square, Midtown Manhattan
Herald Square, Midtown Manhattan

El Speedy es una esquina tranquila, con ventana a Herald Square. Szidonia nació en Rumania pero sus padres son húngaros y por lo tanto considera ésa como su primera lengua. La idea era tomarnos un café y charlar un poco. La charla felizmente ha sido muy interesante y la hemos prolongado con un largo paseo hasta la parada de West 4 y el mismo tren hacia Brooklyn. Su madre le escribe cartas de amor a las flores. Szidonia dicta tres clases en BMCC, y espera que la contraten en el departmento de inglés en Lehman, este verano. Dice que le gusta la idea que yo sea su maestro de tennis, y que una vez que los dos tengamos tiempo podemos cruzar el Hudson a nado. Nunca ha ido a ver la fiesta del árbol de las cerezas en el Brooklyn Botanical Garden, ni ha celebrado el ritual del picnic sobre el parque central ni las visitas al paisaje del lago en Prospect Park.
En fin que ha sido una tarde muy grata. He empezado a leer La Odisea y ya he pasado la parte en que el hijo de Odiseo relata sus desventuras a Menelao y recibe nuevas sobre su padre. En mi vuelta por el Barnes and Noble he conseguido el Museo, escrito a dos manos entre Borges y Bioy Casares, y tras la vueltecita por Strand, el librito que hace una semana quise comprarme, y no lo hice, -felizmente pues ahora he pagado la mitad del precio-, sobre los tesoros encontrados en las excavaciones de Troya. He terminado Pride and Prejudice antes de encontrarme con Szidonia y he quedado satisfecho con el final de telenovela. Austen cumple 21 poco antes de terminarla. Ame cumple 33 el 10 de Abril y Ivy en estos momentos de debe estar yendo si ya no se fue, por la base 4.
Me dicen todos en Lima que se van a Tanaka. A Caro se le escucha tranquila, pero me imagino que le duele mucho. Paloma dice que no me preocupe de nada, que lo deje todo en sus manos… Todos esperan que se duche Nicolás, todo sigue igual, como en los viejos tiempos.

Williamsburg va bien, 20 de febrero

He despertado pasadas las 12. Anoche me he quedado demasiado tiempo en el Umbrella House y hoy el día se ha hecho muy corto. Camino hacia un restaurante cercano pero termino por tomar el bus hacia Williamsburg. Odio almorzar solo asi que decido visitar a Elisa y a Patricia en el loft sobre Broadway en Williamsburg. ¡Qué deliciosos los huevos fritos con pan de molde! Pero bueno, solo un aperitivo porque Elisa demora demasiado en la esquina lavando, con la resaca de los tres vinos con Pedro al regresar por la noche. Filman afuera, la esquina del cine abandonado. Nos acomodamos para ver Eternal Sunshine of the Spotless Mind, escrita por Charlie Kaufman, este nuevo prodigio de los guiones americanos. Otra vez los mismos giros que lo hicieron famoso con Adpatation, con Being John Malkovich. El punto que hace girar todo es el descubrimiento de la secretaria, víctima del doctor, y esta imagen deliciosa sobre la arena nevada de Montauk. El tren a Long Island, el cabello de Kate Winslet, los dos echados mirando las estrellas sobre el río congelado..Hemos marchado desganados hacia el concierto de Blues Grass, total Pedro que huye de la fiesta de los retrasados. Pero como el plan es ahorrar y a Elisa todavia no recupera medio hígado, tomamos dos tecitos demasiado dulces en la esquina turca sobre Hudson, a media cuadra del Katz. Antes de salir ha comenzado a nevar, y Patricia dice que la nevada no cuaja. ¡Pero sí que ha cuajado tía! Y el sobretodo se cubre de copos blancos..

Nacidos en los burdeles, 4 de febrero


Born into Brothels
Originally uploaded by Ulises Gonzales.

Armada sola con sus lentes y sus equipos, Zana Briski, americana, decide vivir una larga temporada en el barrio de las luces rojas de Calcuta. Su idea era representar la vida de las prostitutas, sin sospechar el viraje que iba a dar su idea original, ni el modo como aquella iba repercutir. En resumen: Zana se enamora de los hijos –e hijas– de putas. De su sonrisa, de su madurez y su modo de ver la vida y de la manera como sobrellevan con coraje el hecho de vivir en esta tierra de nadie, casi condenados a no tener ni esperanza de futuro por su origen y por el trabajo de sus madres. Zana decide darle una cámara a cada uno. Y dejarlos vagar a sus anchas, retratando la realidad como la ven sus ojos. El resultado es asombroso. Hay talento, demasiado tal vez, para unas criaturas sin futuro. Entonces empieza el trabajo de la Zana-misionera, la encargada de agarrarse el alma y deambular por oficinas, llenar papeles, tramitar pasaportes, ingresos a escuelas de internado… Y en la salida del Film Forum las reproducciones gigantes de las fotos de los 8 artistas de los burdeles. La de la criatura apoyada en el auto en blanco y negro; la del perro captado a la carrera, aquella a la orilla de la playa, cuando Zana los lleva en bus a conocer el mar, la mano que se interpone al lente…La sala estaba reventando de gente, y hemos tenido suerte que recordara que era mejor comprar los tickets con tiempo. Hemos hecho cola casi por media hora y sin embargo nuestros asientos han estado lejos de la pantalla. Luego del Film Forum, han seguido dos rondas de vodka en el pub 1849 en Bleeker, en el Village. Annerys ha quedado en mostrarme sus cuentos breves y sus guiones, antes de tomar el A hacia la 168 en Washington Heights. Al regresar a casa algo gracioso: Alina, Elisa Montesinos, la chilena, se ha subido al tren en la parada de Chambers con su amiga valenciana. Es la primera vez que ella se encuentra con alguien en el subway. Y hemos enrumbado hacia Carrroll Gardens para las cervecitas finales. Claro que la valenciana tiene problemas de hígado y ambas terminaron pasando parte de la Brooklyn Lager y la Sierra Nevada a mi vaso para que yo les ponga fin. Antes de llegar a Carroll Garden otra sorpresa: encontramos a Chris, el amigo de Navidad, el chef del pavo delicioso, leyendo un libro en el metro. Él nos condujo, siguiendo los consejos de Elisa, en busca de un bar barato, hasta la esquina en la avenida Smith donde terminaria la noche. Me he acostado con dolor de cabeza y con una ronquera insoportable. Creo que me voy a resfriar..

3 de febrero, Harlem desde Queens,

Casi no contesto el celular, felizmente lo hice: Camilo ha entrado de emergencia en el hospital Mary Immaculate en Jamaica, Queens, con un cuadro de piedras obstruyendo la uretra. Como pocas veces, me he despertado hoy con las escenas de una pesadilla en forma de epopeya, en ella casi todas las personas que quiero estaban muertas. Creo que lloraba en la pesadilla. Pero las muertes me parece que eran cosidas a balazos, como en el filme de Sergio Leone.

Alguna vez se ha de filmar eso: Érase una vez en Lima.

Felizmente, lo de las piedras no es tan grave, lo encuentro ya tranquilo pues le han explicado en un idioma descompuesto por el acento de la India, que no se trata de nada mortal, ni siquiera serio. Coordino con el departamento de lenguaje de Lehman, con Peggy, con Carmen Esteves. Felizmente todo se puede arreglar con una llamada. Le llevo dos libros a mi amigo: Las Ficciones de Borges y Las fuerzas tras las ficciones de Burton. Y llevo varias opciones para ver en la laptop. Una de ellas es Cotton Club de Coppola. Camilo se acuerda perfectamente del gato que pasa en las escenas en que se va a asesinar al holandés. Coppola repite la estructura de El padrino, pero ni los zapateos de Hines sobre el escenario del Cotton Club ni los anuncios de Tom Waits con el altoparlante igualan al sonido incomparable de la Ópera. Nicholas Cage no sabe cuidarse solo, Richard Gere no es el que era antes, Gregory Hines de una patada desarma al enemigo, la luna sale para Vera con cabaret propio en Broadway, Dixie encuentra a la trompeta perdida y a su amor de siempre, en una Harlem demasiado desintegrada a pesar de la crisis total de Wall Street.

El hospital Maria Inmaculada abre sus puertas, yo camino hasta Parson Boulevard y devoro un bisteck con fondo musical de Santos, esos merengues adoloridos: no los quiero.

Antes de llegar a casa me llama Annerys que ha conseguido un trabajo temporal de camarera, al menos para cumplir con la semana. He seguido leyendo Bomarzo, todo el camino en el tren hasta el hospital y de vuelta para casa: Vicino ha tirado la casa por la ventana para el matrimonio con Julia Farnese.

He conversado larga distancia con Los Gatos, desde Queens. La quimo de su madre empieza el viernes, hay que prender las velas y rezar. Amo esa voz dulce desde California, tal vez mejor que los aspavientos en argentino de la Roja. Qué se yo.

No voy a ponerme a pensar en eso ahora, pero algo va tremendamente mal y no consigo descifrarlo. Por la noche he corrido hasta Lehman para terminar las tarjetas de Sociedad Latina, Alina me ha llamado para ir al Blue Note porque hay concierto de jazz gratis. Lo malo es que el mensaje lo he escuchado casi a la medianoche, cuando alistaba la cama para empezar a ver Fear and Loathing in Las Vegas, pero los ojos se me cierran.

El control remoto por favor. Apago la tele.

29 de enero, paseo por la Ciudad del Alfabeto

Mira: Camina hasta Marcy Avenue, pisa Broadway, una cuadra, dos pisos para arriba. El tema del pisco peruano bien enfocado. El pescado delicioso con las papas cremosas, jugosas y el primer blanco de la noche.
La pantalla gigante atrae todas las miradas. Es como el cine. Ahora puedo decir que es otra cosa ver al ‘Dude’ Lebowski en platea. Si nos hubieramos quedado sentados un rato ya no salimos nunca. Elisa dice el camino mientras Pedro cuenta la historia de su pelis y su vida. El viaje a Disneylandia con las hijas y las movidas del hermano del esposo de la Geraldine Chaplin. Seguimos para Alphabet City mientras Pedro sigue camino para Queens. Apenas a media cuadra he descubierto el subsuelo del Tonic. Dentro de un barril de vino compartimos una Red Stripe y una Boss y el sonido de los teclados y los sintetizadores como fondo. Arriba toca una banda de jazz. Se ha secado la nieve, el suelo sigue congelado hasta la casa del poeta, frente a la del pintor. Entonces aparecen las estrellas y entre ellas el ron Viejo de Caldas. Debo recordar que en Williamsburg fue el primer encuentro con el Capel, un descubrimiento. En cambio en la Casa Tomada lo del Caldas fue un volver a verse. Se puede hablar de ron por horas con los colombianos. Claro que como discutir si te dicen que el Pampero de Venezuela es de calidad indiscutible. No alcanzaba para probar el Caldas hasta que alguien me invita unas gotas. Se convierte en un chorro…A las estrellas de la noche hay que clasificarlas: Laura, con su tatuaje y sus ojos chinitos brillaba sola. Su amigo el bonaerense Boris ha viajados hasta la Patagonia y me han vuelto con sus historias todos los deseos de volver. Ricardo es el poeta de la Casa Tomada y José es el pintor de los desnudos que adornan las paredes. Los colombianos no me han dicho sus profesiones. A Juan Pablo le gusta llenar los vasos de vino y de whiskey (esa era otra estrella: aguardando que todo el licor se acabara para brillar como una nova a pesar del empapelado rojo.) Agradecimos eternamente el detalle de Epifanio, el mexicano que se fue antes que desapareciera Frontera y los otros blancos. La verdadera estrella, ademas claro de Fifi con su manto de Manila y su acento paisa, era Frank. Es la fiesta de sus 70 velas. De eso constan los pedazos de pastel que Elisa y yo fuimos desapareciendo mientras acorralabamos a las velas con el cuchillo. Clarice es su esposa ,que le debe empatar la edad. Ella vuela con su hijo hasta Baghdad y enumera las desgracias de la Guerra Santa y el imperio Bush. Frank me habla de su oportunidad de mudarse de Virginia a Nueva York. Al final va a terminar en Dover Delaware, que al menos corta en cinco las horas de viaje hasta el centro del mundo. Con la hija de ambos, comparto los ojos azules deliciosos y converso sobre Danny The Dealer y Whitnail and I. Son pasadas las 4 cuando encajo el primer merengue. Felizmente se ha terminado Johnny y despacharon todo lo que quedaba de Frontera. Con un falafel en Hudson se ha terminado la noche. Elisa sonrie mientras el mapa del tren nos queda demasiado complicado. Es que ya hemos salido caminando de la Ciudad del Alfabeto.

Hablando de Plato, 25 de enero

Un dia sin mucho aspaviento. La nieve se derrite. Jessica me ha dicho que Platón es importantisimo. La filosofa sabe mejor que yo y me da gusto que ni bien en la introduccion ya me gusta. Pero Platón justifica la existencia de un grupo minoritario que debe dirigir al resto, es una democracia reducida. ¿O tal vez la democracia perfecta sea esta que Platón proclamaba, o que al final acepta luego de ver las desgracias a las que lleva una democracia absoluta? Estoy hablando por hablar pues aun no lo he leido, apenas estoy en la introducción. He avanzado NY Street, pero me faltan fotos. Fui a visitar a Jenny y al final me convenció de que me quede a dormir. Hay algo que me gusta de Astoria pero en definitiva no me gusta tanto Astoria. Preferiria una casita cerca del pub irlandés de Carrol Gardens. Aunque me queda bastante mucho mas lejos del Bronx. El tren C se ha malogrado debido a un incendio. Y ahora requiere mayor tiempo que antes regresar a casa. Bueno, eso es todo. He dormido bien y el frío no ha estado tan fuerte o debe ser que me estoy acostumbrando…

Caminando sobre la nieve, 23 de enero

El dia termina con el Libro de Manuel sobre el pecho, dormido. Me he levantado casi a las 3 am para escribir una carta larga a la Roja, contestarle a Carolina y para escribir este diario.
Creo que lo mejor es copiar el editorial que redacto esta tarde para New York Street. En esas líneas resumo estas horas de nieve, nostalgia y paz. Desde mi breve cubículo en Dean St. Jeje

«El tiempo es el mejor aliado. El tiempo está de nuestro lado.»
Los Rolling Stones.

«Es un domingo helado y en la pantalla Akira Kurosawa despierta a los siete samurais para la batalla final. Me he quedado prendido de la imagen del novato echado entre las flores de la colina, suspirando por la vida de aprendizajes y aventuras que se aproxima. Luego he tomado de mi anaquel el libro alquilado de la biblioteca de Brooklyn: Memoria de mis putas tristes. Lo leo con calma mientras saboreo una cerveza belga y un desayuno irlandés en un pub iluminado de Carrol Gardens. He venido caminando dos cuadras e intentando retener las imagenes nítidas de la ciudad cubierta por la nieve. La paciente mirada del discipulo de samurai, la asemejo con la plácida calma con que despues de haber cumplido 90 años, el sabio de García Márquez, esperaba a su putita virgen entre las sábanas de la cama de un burdel caribeño legendario. No sé en qué momento se escapó Gabo de Macondo, pero he debido de perderle el rastro demasiado tiempo. Creo que, desde que terminé desilusionado las primeras páginas de sus memorias y puse a dormir el libro entre una novela de Cortázar y unos ensayos de Vargas Llosa. A propósito de Vargas Llosa, un amigo me telefonea desde Lima para contarme que ha encontrado tres errores en su libro sobre Víctor Hugo. Murmuro que le puede escribir una carta para que corrija los errores antes de su próxima edición. Yo mismo me sorprendo mirando para abajo. Garcia Márquez se muere sin habernos dado la última obra magistral, Vargas Llosa se aleja cada vez con mayor prisa de la violencia interior que necesitaba para plasmar su Guerra del fin del mundo o su Ciudad y los perros. ¿Asistimos a la muerte del Boom? Con dos cervezas encima y un plato de hamburguesas, el boliviano Paz Soldán nos contaba hace unos meses sus penurias en Estados Unidos. ¿Económicas? ¡Qué va! Él, como Baily o como Fuguet, han encontrado en Estados Unidos la nueva patria en la cual se puede ser escritor sin sufrir. Yo no los critico porque bebo del mismo modo de la teta emancipadora de los americanos. Las historias de putas de García Márquez se asocian más con las durmientes de hace siglos dibujadas por Kawabata; mientras Vargas Llosa busca inspiración en la pluma de Los miserables. «No hay ganas», me dice mi amigo desde Lima. En la pantalla Toshiro Mifune, muere mientras penetra con su espada al último de los bandidos que azotaba la aldea; en las páginas de papel reciclado, el sabio busca desesperado la liberadora adicción de Delgadina. El samurai aprendiz mira el cielo en busca de respuestas y yo intento encontrarlas en la luz que se refleja entre los troncos grises de una calle de Brooklyn. Tal vez en esto consista hacer literatura en Nueva York. En rescatar el boom del tropezón final, en lavarnos las manos de McOndo y en resucitar las viejas ideas de Kurosawa, entremezcladas con el lenguaje del Caribe y nuestro propia fatiga cautivada por las nuevas experiencias de una América que descubrimos aún salvaje en castellano. Termino la cerveza belga mientras en la pantalla los Halcones de Atlanta le clavan un touchdown a las Águilas de Philadelphia. Y me sorpendo riendo una vez más por el injerto. ¡Qué mezla carajo, qué mezcla! Bienvenidos a esta calle. Bienvenidos a New York Street.»

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