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The New York Street

Un blog lleno de historias

mes

mayo 2006

El picnic más largo del mundo

Quienes esperaban que las nubes negras se marcharan hacia el oriente se sintieron defraudados. Siguieron su curso inevitable hacia el Sheep Meadow de Central Park y dejaron caer la tormenta con furiosa elocuencia. Pero el lunes, que había empezado con una auspiciosa mañana de sol en Brighton Beach y un frustrado partido en el centro tenístico de la 96, siguió en el departamento de Naufel.

Tunecino, Naufel emigró de París a Manhattan hace algunos años con sus baquetas, panderetas, cello, piano, guitarra y quién sabe cuantos otros instrumentos, tal vez escondidos debajo de la cama o guardados en alguno de esos espacios de almacenaje para alquilar.

Sobre las cinco y media el primo Manolo y yo aparecimos, quemados por el sol de Brooklyn, sobre la acera de la 66 y Broadway. Nos esperaba Laura, cuyo cabello rubio y sus ojos verdes eran lo único que susurraban algo acerca de su herencia y nacionalidad helvética. Su acento era español, de la costa brava; sus memorias eran del mundo. Las que más nos interesaron – y que compartió con nosotros durante toda la noche– eran peruanas. Sus padres vivieron en el norte, como empleados de Nestlé. Su padre les recordaba, hasta antes de morir, a ella y a su hermana, que es chiclayana pero vive desde niña en Europa, que tal vez las mejores olas del mundo son peruanas. Laura tiene recuerdos recientes del Perú. Paseó por los tres pisos de La Noche la última vez que estuvo en Barranco y ahora está empeñada en hacer funcionar una organización que ha tomado como ejemplo la empresa de reciclaje de sólidos de una humilde y emprendedora mujer de la selva.

Rachel también esperaba en la vereda de Laura, con tomatitos cortados en rodajas y fruta fresca. Luego se unió a la mancha furiosa Sabine, hija de peruanos pero neoyorquina desde niña, consultora de profesión, que anunció con bombos y platillos (literalmente, pues ya conté que la casa de Naufel está llena de instrumentos musicales) que se iba en un mes a Brasil a vivir por un año. Había fiebre brasilera en el departamento. Manolo cargaba un polo de Buzios, Naufel ni bien llegó a su casa se colocó la camiseta de la selección pentacampeona y nos saludó la noche con samba y clases de pandereta carioca en video on-line. Para hacer más brasilera la noche, conseguí en la deli del primer piso dos cajitas de 6 (six pack le llamamos algunos) de cerveza Brahma. Hubo un pedido de receso entre trago y trago, y subimos a la azotea del edificio donde la vista del paisaje de los rascacielos, mezclado con las historias de Laura, de Sabine, de su hermano Manfred, de Naufel, de Rachel, de Manolo, de Sarah, la alemana que bailaba como colombiana, generaron amable sensación de camaradería. Herson, dominicano, el que mejor bailaba en la fiesta, aseguró que conocía a pocos peruanos pero que todos parecían estar en permanente juerga.

Pero la lluvia. ¡Oh, la lluvia mi lluvia! Ya nos había corrido de Central Park y nos terminó por correr de vuelta hacia el departamento (muchas escaleras en pendiente abajo) de Naufel. Había esta vez fiebre futbolera. Entre la voz de Laura que describía las diferencias sociales en Miraflores, Marko consideraba sus favoritos para el mundial y Linda, la ecuatoriana, confesaba lo complicado que puede resultar ganarle a Alemania en su casa.

No sé como se nos hizo tan tarde, pero alguien propuso cerca de la medianoche, caminar hasta las mejores hamburguesas de la ciudad, en la 71 con Columbus. No sé por qué comí una hamburguesa, ni puedo explicar por qué acepté subirme al taxi que nos llevó directamente hasta el bar Baraza en el East Village. Lo más sorprendente es que los únicos desertores habían sido Sarah (la alemana que bailaba como colombiana) y uno de los amigos de Naufel, que al parecer vivía demasiado cerca como para caminar 15 cuadras en busca de una hamburguesa. Manolo cree que el fin de la fiesta fue su culpa. No lo creo. Una resbaladita y un poco de chela sobre el sofá es un pecado que comete cualquiera. Manfred, el hermano menor de Sabine, a pesar de su escasa aptitud para el baile (tan pobre como la mía), tampoco desertó. Linda, al parecer, suele desaparecer y dejar a sus admiradores en suspenso. No se puede negar su ilustre mirada y singular belleza, tampoco se puede negar que las posibilidades de Ecuador en el Mundial son escasas. Parece que hasta el más alemán de los alemanes se siente tentado esta vez a apostar por Brasil.

En el Baraza hubo unos cuantos güiskachos y cervezas. Un poco de baile, lo que la gente daba. Y la gente ya no daba para más: A Laura las sandalias le habían destrozado los pies, a Manolo la erisipela le impedía cargar con su raqueta, a Rachel el estómago le estaba jugando una mala pasada y a Marko el sueño lo atacó en forma de mareo y sillón de emergencia. Yo hice lo que pude, nadie me creía que tenía que terminar un ensayo de 20 páginas sobre Whitman: nunca hubo más principio que ahora/ni más juventud ni vejez que ahora/Ni habrá más perfección que ahora, /ni más infierno ni cielo que ahora.

Llegué a casa como a las 2. Son las 8 de la noche y aún no acabo el ensayo sobre Whitman. Pero de nada sirve elaborar. Como dice Whitman: éso, los doctos y los ignorantes lo saben.

Susana Baca en NY

Acaba de terminar. Qué conciertazo. Uno de los mejores que he visto en Nueva York. Lleno total en el Joe´s Pub del Village y respeto absoluto del público–estadounidenses en su mayoría. Fascinante la combinación de ritmos negros y andinos, la facilidad con que se le van los pies a Susana, su control de la voz, del susurro al grito en unos segundos. Fabulosa. Y el otro y el otro y los aplausos. Y las velas, y la percusión, para aplaudir de pie. Y Susana bailando y metiéndose en el corazón de todos, suavecito nomás. Las luces del Village reciben el calor del verano, el primer día en que se siente la temperatura fuerte y la lluvia juntas. Unas cervecitas en el McSorleys para acompañar el vino del Joe’s Pub. Qué bonita noche.

Las hojas que caen

Alrededor de una mesa de madera oscura, en el bar de un club de golf, cuatro hombres juegan a las cartas. El más viejo se llama Carmile, hijo de dublineses, enseña una herida de guerra que le ha malogrado un ojo. El más robusto, que carga herencia siciliana y lleva las gafas pegadas a un rostro sonrosado y liso se llama Matty. El tercero, alto y tullido por desgracia de la polio, de herencia napolitana y carácter explosivo, se llama Lenny-. Tony es el cuarto: pequeño y delgado, de bigote boscoso y ronca voz de fuerte acento español. Los cuatro hombres se han reunido a jugar cartas alrededor de aquella mesa, casi la mitad de todos los domingos de su vida. Carmile tiene 84 años, Matt 82, Lenny y Tony acaban de cumplir 80. Esa tarde, el bar está lleno de gente y sobre el campo de golf, muy cerca de la casa club, flamea al tope del asta una imponente bandera de los Estados Unidos.

Matt se levanta de la mesa a mitad del juego para ir a la barra, Lenny protesta que Matt siempre lo hace cuando va perdiendo. Matt dice que no está perdiendo, que necesita beber algo y que no se demora. El muchacho que sirve los tragos, un dominicano de piel cetrina, le pregunta como van los negocios. Sabe que Matty adora conversar sobre dinero.
–Escucha: ayer vendí lo que quedaba de mi companía. No me gustó, pero tuve que hacerlo ¿Tú sabes que tenía una flota de carros para distribuir aceite?
–Lo sé Matty. ¿Con hielo?
–Con poco hielo. De joven yo era el único de mi manzana que tenía un auto. Todas las muchachas me pedían que las llevase a la playa ¿Te he contado eso?
–Varias veces Matty. ¿Algo para picar?
–Un poco de maní. Eran otros tiempos, este país ya no es lo mismo. ¿Sabes tú lo que ha malogrado a este país?
–No Matty. ¿Qué ha malogrado a este país?
–Los negros y los hispanos. Están en todos lados.
–Yo soy hispano Matty.
–No, no. No me refiero a tí. A otros hispanos ¿Entiendes? Antes también había inmigrantes…pero era diferente. Más controlado ¿Entiendes?
–Tu bebida con hielo y tu maní Matty. Entiendo.
–Mi familia llegó desde Sicilia sin dinero y hablando italiano, pero yo y todos mis hermanos aprendimos inglés ¿Te he contado eso?
–Muchas veces Matty.
–O.K. Gracias ¿Eh? Gracias, gracias.

Sobre la mesa, Lenny mueve el brazo accidentalmente y descubre que Matt esconde dos cartas bajo su servilleta.
–¡Es la última vez que juego con Matt!–, grita.
Carmile trata de calmarlo: si él ya sabe que el viejo es un tramposo.
-¡Y un cochino! –agrega Tony– ¡Siempre habla con la boca llena de comida! ¡Un tramposo y un vulgar! Tony lanza sus cartas, se para y ayuda a Lenny a levantarse.

Matt regresa a la mesa arrastrando los pies, tratando de no derramar bebida ni de voltear el recipiente de maní. Algunos socios, desde sus mesas, levantan sus jarros de cerveza y brindan a su salud. Matt brinda, extiende la mano, hace un comentario coqueto a una mesera regordita y le apreta un cachete con sus dedos embarrados de sal. Mientras Matt regresa, Lenny ya arrastra su andador, camino a la puerta de salida, seguido por Tony. Al llegar Matt a la mesa, Carmile lo recibe con una sonrisa fría. «Eres un maldito tramposo, Lenny no quiere volver a jugar cartas contigo». Matt dice que no le importa. Se sienta, bebe de su refresco, derrama un poco de líquido que chorrea hacia el borde del cuello. Estira el recipiente de maní hacia Carmile, que lo mira con la mirada extraviada de su ojo dañado y piensa: “¿Qué pasará por la cabeza de este viejo hijo de su madre?”

Matt insiste en jugar cartas pero Carmile le dice que no. Que ha arruinado la tarde, que ya no quiere jugar. Prefiere mirar el campeonato de golf, en una enorme pantalla de television. El golfista toma impulso para golpear la bola. El silencio en ese lejano campo de Virginia se contagia a los socios que llenan las mesas del bar de este club de golf en Nueva York. El jugador golpea. Es un pésimo golpe, la bola vuela por encima de los árboles hasta donde la cámara no la puede seguir. Algunos socios en el bar aplauden divertidos. Matt es uno de ellos. Carmile lo mira.

***

Tony y Carmile juegan golf todos los sábados por la mañana. Se unen a Matt y Lenny para jugar a las cartas los domingos. El convenio tácito es que Lenny debe soportar los trucos de Matty (más descarados conforme pasan los años) y que ellos tres deben aguantar el carácter explosivo de Lenny. Matt y Lenny han peleado muchas veces. Matt siempre pretende que el juego de cartas no le interesa, pero odia perder. Carmile intenta ser neutral, si bien le hacen gracia las malas bromas de Matty y las rabietas de Lenny. No le desagrada que Matty le ponga apodos. Como aquél cuando apenas se estaba haciendo a la idea de su cicatriz en el ojo y a mitad de un juego de cartas Matt lo apodó: «Mira con Truco». Matt también intentó una vez apodar a Lenny y a sus piernas destrozadas: Lenny lo cogió del cuello con ambas manos. Casi lo estrangula, frente a todos. Matt a veces agarra el bigote de Tony, se lo sacude y le dice que no parece un gallego sino un cuatrero mexicano. Tony se desquita insultándolo, gritándole que es un sucio y un vulgar, un mal educado. A veces todos terminan levantándose la voz. Se insultan, botan las cartas y se largan del club jurando no volverse a ver nunca más.

El sábado siguiente Carmile y Tony juegan golf. Después de ajustar las correas de las bolsas al carrito de golf, el caddy master les asegura que no tendrán jugadores esperando detrás de ellos. Carmile le agradece la información con un billete de veinte dólares. A Carmile le gusta tomarse su tiempo en cada hoyo y detesta cuando otros socios lo apuran. Algunos tienen pésimos modales. Años antes, al ver su cicatriz, los socios, los administradores y los empleados lo llamaban “General” con respeto. Ahora, piensa Carmile, muchos de los socios y de los empleados ni siquiera saben lo que significa “La gran generación”.

A Carmile le agrada jugar golf con Tony porque casi no habla. Avanzan por el campo haciendo mínimos comentarios. Ese sábado son sólo dos pero durante muchos años fueron cuatro: Carmile, Tony, Lenny y Matty. Lenny tenía el mejor juego de los cuatro, hasta que la polio le terminó de arruinar las piernas. Matt siempre jugó mal e hizo el papel del payaso del grupo. Hasta que su columna se arruinó. Las peleas entre Matty y Lenny empezaban el sábado en el campo de golf y seguían los domingos en el juego de cartas. Esa era su rutina de los fines de semana. Tony usualmente hacía causa común con Lenny, si bien en algunas ocasiones le comentaba a Carmile en privado–invocando cierta complicidad por sus ancestros celtas–, que aquellos altercados eran comunes entre sicilianos y napolitanos. “Esto es cosa de mafiosos italianos”, decía.

Ese sábado demoraron casi cuatro horas en jugar los dieciocho hoyos. El campo tiene la peculiaridad de un hoyo adicional. El 19, el hoyo de la despedida. Desde el hoyo 19 se puede ver muy de cerca la casa club y por eso es el más importante: los socios, a través de los ventanales, sentados alrededor de las mesas del bar o bajo los toldos de la terraza de la casa club, pueden apreciar cuan malos golfistas son los otros socios. Es el hoyo que los jugadores escogen para sus apuestas más jugosas. El caddy les comenta que un grupo de socios apuesta siempre mil dólares en el hoyo 19. Los jugadores de cartas fueron siempre más modestos y apostaron invariablemente la misma cantidad: el almuerzo del domingo.

Esa tarde gana Tony en el 19. Carmile reconoce molesto que si bien ha ganado en el resultado general, a él le tocará pagar el almuerzo del domingo. Carmile ha conversado por teléfono con Lenny y le ha prometido que jugará sólo si no juega Matt. Que no volverá a jugar nunca con Matt. Matty no lo ha llamado durante la semana, pero Carmile espera que juegue. “El viejo tramposo no podrá resistir la tentación de venir. Así sea sólo para vernos jugar”, piensa.

Mientras conducen el carrito de golf hacia la casa club, ven algo que les provoca escalofríos. Dos empleados desatan el nudo de la bandera que flamea sobre la casa club. Con la fuerza del viento la bandera se enreda sobre sí misma y el asta se estremece. Los empleados rehacen el nudo peleando con la fuerza del viento y, mientras Carmile y Tony se acercan en el carro de golf, silenciosos, sin dejar de mirarla, la bandera empieza a flamear a media asta.

Durante sus más de cien años de existencia, aquél ha sido el signo tradicional de respeto ante la muerte de uno de los socios. Carmile no recuerda en qué momento de su vida empezó a ver el detalle de la bandera como un símbolo de extrema importancia. No recuerda cuando empezó a pensar, que alguna vez, aquél detalle significaría que él había muerto. Tal vez después de su primer ataque al corazón. Carmile mira como flamean las estrellas blancas y las líneas rojas. Sabe que no necesita decir nada, que Tony está pensando lo mismo que él: mientras no estén los cuatro juntos siempre han de sentir esa ansiedad en el pecho que los llevará, como ese sábado, hacia la casa club. No se dan cuenta que sus zapatos de dos tonos van dejando una larga huella de barro sobre la alfombra del club.

Carmile y Tony se detienen bajo el portal de la oficina de gerencia. Atentos y en silencio, frente a la puerta abierta, observan por un instante a la gerente, que aún no lo has visto, preocupada en la lectura de documentos. Carmile suelta de golpe la pregunta que lo tortura:

–¿Quién se murió?

La gerente levanta la vista de sus papeles y lo mira por unos segundos, extraviada. Piensa por un instante en lo que debe decir. Se demora una eternidad en contestar. Por fin, con la mirada fija en el ojo malo de Carmile, les dice un nombre: «Mister…»

Los dos amigos escuchan atentos, inmóviles. Entonces se abre en su mente un agujero y por allí viajan sus recuerdos, hacia las hojas que caen.

Manos

Manos que jalan hacian el suelo,
Nada de qué avergonzarme,
Tal vez de no saber cómo se llama la calle
Habiéndola transitado antes.

Tal vez de no conocer a nadie
Y que a nadie le interese conocerme.
El exterior más ordenado
Esconde el caos que corre dentro

Inconscientemente llamas al peatón de negro,
Al asesino que maneja mejor el cuchillo.
Es tan facil pasar al otro lado del territorio
De los verdes campos de flor de lilo.

Asemejas:
Porcelana vieja a punto de caer,
Muebles apolillados
Decadente marco de ventana del Rímac
Pared carcomida, dientes cenizos

Aparentas:
Junio. Y corre por tus venas el temblor de enero
Aparentas:
Cada vez peor, cada segundo con menos aplomo.

Tal vez podrás resistir a las avispas asesinas,
En conveneintes plazos
Orgullo: ese extraño enemigo.

Tu mano decía:
Majestad, con tantos reinos disponibles, le sugerimos
Abandone su castillo.
Sin embargo te gusta el paisaje
Aquí se cae con más brío.

Piensas más en caer
Y en nadie para detenerte.

Things Fall Apart

To Chinua

My friends don’t want to come because there is no bathroom here.»We climb the rocks, we find a place far away from the huts and it is a wonderful experience to shit feeling the breeze of the sea, feeeling that you can be surprised by somebody»

They don’t agree. At least some of them. It’s difficult to convince a group if not everybody likes the idea of spending the weekend without a bathroom. I always liked to spend the summer here. The day of my arrival, I used to leave the shoes somewhere around and do not get them until I left to the city.

I like to climb the rocks, to swim, and to feel the surface of the stones under the sea, under my toes. This must be happiness. I climb the big rock and jump into the water. No limits. This is America, Asia is somewhere across the ocean. Can you feel it? This is freedom.

At night, just the stars. I didn’t like to sleep in the huts, I preferred to get a mattress outside, at the plaza. There were some trucks parked in the main plaza. My cousin brought some tapes. It was a comedian. Full of bad words, full of nice jokes. Everybody laughs. Everybody goes to sleep early, there were not too many things to do after dusk. Maybe to play cards. Maybe. We used to play cards in the morning, over the mattress in front of one of the huts. We were five or maybe six cousins. The youngest was the wisest, nobody could beat her. Perhaps she always tricked us, perhaps. I preferred to go to the sea. To help my uncles to get urchins, lapas or barquillos. I loved to eat the orange meat of the barquillos. Juicy! To feel the salt in my mouth. I could be here for months, just swimming and eating sea food.

When I was 16 I met this girl. I saw her during many summers but she was just a little girl with big black eyes. That summer she was bigger. And her long black hair was beautiful. The summer before she asked me what I was reading and I showed her my hulky book: The War of the End of the World. She smiled. I think there were those teeth which trapped me. Next day we went to catch some bait to the sandy beach next to ours. I was driving and she jumped into the car, to sit next to me, to show me that she could be funny. On the beach we walked on the sand next to each other. She was wearing these fantastic tanga as a leopard skin. I was instantly attracted. We men are so simple. I liked her and she liked me.

She taught me the next morning how to whistle with two fingers. I kissed her over a stone, on our way to fish. None of us were wearing shoes. You don’t need to wear shoes to meet the woman of your dreams. Was she? She waked me up every morning with her wet kisses. Her tongue was alive, toyful, full of tricks. It was a gift. I learned many things with her. I played cards and next to the light of the candles we kissed each other bodies in silence. She sent her sisters-she was the oldest of four daughters-to the beach, just to let me weight her breasts in her bedroom. I can remember the smell of the earth, the breeze of the dawn when she came to tell me hi. To embrace me, to smile together. That lasted the whole summer.

A year after that I met her on the street of the town. I haven’t see her since the summer and I knew she was pregnant. I knew also that the policeman that she loved was married and had run away. She became heavy, round, beautiful. I missed her black eyes and our whistle lessons. I missed our summer. The winter is a horrible place to be, at least in these small towns of the Coast. There is nothing intelligent to say during the winter. There are no reasons to explain. That’s why I looked at her and said nothing. That’s why I’m telling you this story. Winter is for discontent.

When we were watching each other and I was trying to avoid the sight of her round belly, a woman clad in purple walked in front of us. «Where there once was a fire, ashes remain,» she said, and kept walking on the sand towards who knows where. I could not recognize her. Perhaps I did not know her. In the town people look to me as if they knew me. I just see them during my summers, sometimes I never see anybody but the sea. I am a city boy. I heard the voice of this strange woman, mixed with the sound of the breeze and the olive leaves. The wind whistles stronger that her during the winter. My woman looked at me, she said bye and that was it. Could we had a better end?

There is always difficult to find among my friends a group to come here. Not too many people like to spend the weekend in a place with no bathrooms. I would like to meet her again, but I’m afraid that everything is different now. But maybe one day, hidden among the stones, feeling the breeze, she will surprise me.

Tierra de Animales

Y el bang
y el bum
y los vidrios cayendo como gritos desde el Infierno
«¿Están todos bien?»
En la salida del cine, ¿cuánto me cobras hasta?»
¿No lo sabían?
Parece que es Sendero
«La nacionalización del sistema financiero»
Eso es lo que tenía que hacer este huevón
Y en el kiosko
¿Quién te ha dicho que no sabe nada? Es ingeniero
Anoche entró Sendero
Sendero ha tomado la Embajada.
¡Vamos a matarte Julio Segura!
Y en la noche, después de la cena se sienta Julia
y nos cuenta.
No quiero eso, sácate eso. No quiero eso.
¿Cuanto me cobras por enseñarme la chucha?
Brummmm, ¿Están todos bien?
Ya nos malograste el paseo.
La risa caverníiicola
Es solo un momento chicos ¿Nunca has posado para publicidad?
¿Nunca te la han chupado?
Acá tenemos con nosotros a Bibi Gaitán
¡Bibiiii! ¡Bibiiii! El gran Wilhelm Granverguer.
Para o te disparo conchatumadre.
¿Jefe y la rifa?
Si pues señora, pero..caliente, caliente.
Estuve asi de enamorarme de ti.
Tu y yo solo podemos ser amigos.
¿Pero dime…a quién quisiste más?
¡Ya están en Chosica!
Allá por el cerro, las veredas son así de altas.
Camino a Cieneguilla
No pense que serías capaz de hacerme algo así.
A veinticinco pues mamita
Vamonos pues
Siempre llegamos tarde a todos lados
¡Muchacho!
Es una maravilla.
Y el caballo camina sin riendas
entro al pueblo de nuevo y escucho las risas
«Te voy a enseñar a silbar con los dedos»
Debajo del agua, el tacto de sus senos.
He mandado a todos al pozo
Quisiera que fuera una declaración de amor…Yolanda, Yolanda
en la hora púrpura, estacionados en San Borja
Este es el último día de colegio.
number nine, number nine, number nine.
Quisiera seguir asi, maquinándome, maquinándome
Y el tráfico. Échale un fósforo.
Es lo mejor que podías haber hecho. De todos modos te van
a despedir.
Estatización del sistema financiero. Eso es lo que tenía que hacer
este huevón.
Es ingeniero.
Por favor, que no nos metan más goles.
Eres un maricón.
Las voces del colegio,
el patio de quinto.
Humillación al ritmo del cha cha cha.
Eso es un brassiere, su brassiere, su falda
Bésame en silencio.
Soy de Ventanas. «Eres el chico más lindo»
No tienes corazón.
«Helados Glacial Helados»

Es esa arena mojada que se pega entre los dedos
en la playa,
es la arena que se mete a la boca,
es la sal.
¿Qué vas a hacer?¿Acaso se la puedes presentar a tus amigos?

Estoy como cuete. Como cuete quemado.
Vamonos al monte
a matar indios.
¡La peineta! ¿Dónde está mi peineta?

Siempre pasa, es una crisis de fe pasajera.
A todos nos pasa.
Y gritando, y gritando
Y en la soledad de tu cuarto
«¿Cómo te masturbas? ¡Mastúrbame así!»

¿Alguna vez se ha masturbado?
¿Se ha corrido la paja?

En la soledad, sus labios. no nos han visto.
Entre las frutas, toco tus labios.
en silencio, toco tus labios.
Detrás de la ropa la mirada de una tía que nos mira

¡Te dije que no!
Yo que voy a saber
¡Tú no te das cuenta de nada!
De nada, de nada.

En la calle, estrellando el balón contra la puerta
Empiezo a ver doble, las luces, no quiero pero no puedo.
Lleva la cuenta en el reloj de pulsera. Digital.
Déjame jugar
¿Cómo se llama eso?

¿De verdad irías conmigo a un hostal?

¡Bibiiii!
El calor de sus senos aún lo recuerdo. No hay nada más.
Es sólo el calor, como un flach.
Se ríe.
«Ella lo quiere joven, pero me ha dicho
Cómo se yo que él me quiere?
Me asomé por la cerradura y los vì.
Ella se la estaba chupando.
A ella le gustaba»
¿Cómo van a ser esos drogadictos mejores que usted, joven?

Su voz.
¿Alguna vez te has enamorado?
Nunca he besado a nadie antes.
Primo.

Su piel era tan suave. En la plaza de Barranco.
La piel de su rostro era tan suave.
Esas perlas aún son sus ojos.
Y su aliento era tan fuerte.
Y hubiera saltado con ella, esa noche.
Y muchas noches más
De villancicos.

Nos fuimos al mercado a caminar
y le compré un cactus pequeñito.
Me gustaba sentarme a verla dormir.
Se lo tragó con zapatos y todo.
Mi corazón.

Dormir en la calle no es buena idea.
Hace mucho frío en la estación,
el taxista sigue por la ruta al lado del terminal.
«Si hubiera sabido que no eran sus amigos yo no los llevaba…»

Ring ring. En el tren se mira mejor la soledad.
¿Has viajado solito?
Todos los que no son de izquierda son unos hijos de puta
Brincadeira peruano
Déjame que te presente a las Petunias.

Me voy a trabajar en Chimbote
Estuve a punto de decirte que sí.
Vas a tener dos hijos y una hija.
Tambiéeen vieneee.
«Atrás de este cerro está la Musa»
Acá tienes cien soles: Que tu empleada me enseñe las tetas.

Grita, grita para que se te vaya el dolor.

Mira, mira al frente.
No se ve nada.

Jorge Wiesse: Wakefulness of the Senses


La presentación de esta tarde estuvo basada en una traducción del texto publicado en Hueso sobre el poemario de Jorge Wiesse. Fue pertinente porque acabamos de terminar de leer los Cantos y estamos comenzando a leer Omeros de Derek Walcott, un autor también muy influenciado por la épica occidental y criticado en su país (Santa Lucía) por la gran influencia en su obra de la tradición occidental.
Fue un orgullo presentar el libro de un poeta peruano y hablar con un grupo de personas de la tremenda influencia que Wiesse podría tener en la mejor difusión de las grandes obras de la literatura occidental en el Perú y en Latinoamérica. Me dió gusto ver que algunos de los americanos presentes asentían ─al parecer como signo de reconocimiento, podría estar equivocado─cuando mencioné a César Vallejo. Leí un fragmento de algunos poemas de Personae que estoy traduciendo y de Nortes, que presenté como un ejercicio similar al de Heaney y al de Yates, que mezclaron la tradición y el folklore irlandés en su poemas, como Wiesse mezcla nombres y tradiciones norteñas entre sus versos.
Al final de la clase, la Dra. Cockram me sugirió presentarle el libro al traductor de Borges al inglés, Andrew Hurley, lo cual me imagino que se puede interpretar como un buen signo. Entregué copias de algunos poemas (espero no estar infringiendo los derechos de autor, supongo que todo vale si es con fines educativos: Balcón de Julieta (Shakespeare), El Ágape (que me sirvió para hablar un poquito de la importancia de Isak Dinesen), Flush (Virginia Wolf) y El Viaje (Homero, Pound).
La clase de Foundations estuvo bastante buena. Les gustó el video sobre los comerciales y la televisión (1974) que me entregó Stephen Sheppard. Los temas que eran relevantes hace 32 años, aún lo son hoy. Octavia dice que tuvo algunos ideas perversas para manipular a la gente y hacer negocios. Joselyn abrió tres blogs en un solo día, algunos estudiantes ya están interesados en abrir sus propios Vlogs o en seguir los pasos de los inventores de Flicker, que luego de cinco años de modesta inversión, le vendieron su compañía a Yahoo por 30 millones de dólares. (el Vlog Rocketboom.com está haciendo casi 5 millones de ingresos en publicidad).
Tal vez el tema más relevante, porque casi todos habían escuchado algo de esa página, fue el artículo sobre el creador de Wikipedia, Jimmy Wales, considerado en la última edición de la revista TIME como una de las 100 personas más influyentes en el mundo. Debo decir con orgullo que la entrada de Luis Loayza ─que me autografió su libro cuando vino a Nueva York─la escribí yo (si es que aún no la han borrado..)

La canción de amor de Mister Prufrock

Es una lástima. Tremenda lástima que no podamos darle el dinero que necesita. Ojalá le vaya bien en ese pueblo de donde usted viene ¿Quetzaltenango me dijo? Yo tuve un compañero que era de allí. Era mi primer trabajo en este país. Un tipo duro, medio idiota pero duro. Se había fracturado la columna trabajando en construcción así que lo contrataron para hacer trabajos de pintura en el centro médico donde yo abría la puerta. En realidad era una tranca, esas que se levantan automáticamente. ¡Cuánto tiempo ha pasado! Siempre hablaba de Guatemala y de sus 25 años de guerra civil. Qué le digo. No importa, ojalá le vaya bien. ¿Quiere volver a intentarlo? ¿Llenar otra vez los formularios? ¡Claro! ¿Por qué no?
Allí se va el pobre idiota, me da pena. Levantarse tan temprano, llenar todos esos papeles para nada. ¡Me olvidaba! ¡Se hace tarde! A apurarse, ¡Es casi la hora! ¡Ay Nueva York! ¿Por qué el apuro? Puedo caminar. El sol se refleja en las ventanas. Por aquí salí yo a Manhattan la primera vez que vine, por esta misma puerta. Aún puedo recordar el filo del aire llenándome las narices. Hace tiempo que no entro a la biblioteca.

 

Siempre recordaré la urgencia con la que me sentaba al mediodía en el salón principal, a leer. Mi primer libro: El pez en el agua. En inglés. Venía de leerlo en varias bibliotecas de Europa, en varios idiomas, por pedacitos. Además quería saber si había sitio para un peruano en la gran biblioteca pública de Nueva York. Debí haber tomado un taxi. Ahora es ridículo, falta una cuadra. Mi primera vista de Times Square: desde el auto de mi primo, apenas un flash de luces.

 

Germán, casi me había olvidado de él y de Quetzaltenango. Decía cosas como «Hay que hacerlas que se agachen a tomar del pozo». Usaba esas ridículas botas de vaquero y una correa con broche de bronce y figura de serpiente. Cristóbal, el ecuatoriano, era más práctico. Se iba con el auto del viejo a recoger a la niña y a tirársela. Se reía solo mirando al viejo, sentado en el mismo lugar donde había estado culeándosela. ¿Por qué no darle propina a esa mujer? Tal vez porque me da flojera y frío sacar las manos del bolsillo. Tal vez porque tengo mil cosas distintas en qué pensar.

 

Mister Prufrock viniéndome a pedir dinero. ¿Quién lo diría? Antes me asombraba ver mis cheques con el escudo del estado de Nueva York. Pensé en sacarles fotocopia. Nunca lo hice. Pensar que otros se lo merecen más que yo, si bien yo estuve en el momento justo. Al otro no le va nada mal, mira el mujerón que tiene. Lo que haría yo con ese culo. Y esos ojitos despertándose detrás de los anteojos. El bostezo del tamaño de un himno. Lo que haría yo con esa boquita y su cabello pelirrojo.

 

La roja ¿Dónde estará? Por fin llegué. Por acá. Siempre está esto tan vacío, tan callado. Parece otra ciudad. Me imagino que no mucha gente tiene citas en este parque, ¡Qué silencio! Como si fuera una sala de operaciones o una morgue. ¿Por qué tenía que pensar ahora en eso? La morgue, los brazos amarillos y fríos de mi abuelo, cubierto por una sábana blanca. Sus ojos antes de morir, llorando, suplicando que rece con él. ¿Rezar? Yo no sé rezar. Nunca aprendí a rezar. Alguna vez creí en Dios. Ahora no sé en lo que creo. Creo en una fuerza universal. Yeats diría que hay que creer que el mundo tiene algún sentido. A veces dudo incluso de aquello. Otra vez mirando la antena de la torre, otra vez recordando ese día que le tomaste una foto apurado, cruzando la calle, para que nadie se diera cuenta de que eras un turista. ¿Y qué chucha eres ahora? ¿Neoyorquino? Ahora que incluso se te puede ver la calva, ese pedazo de cabeza fría, fría como la mano de tu abuelo.

 

Si le hubieras hecho caso a esos ojos cubiertos de lágrimas: «Si quieres conquistar a una mujer, sólo tienes que mostrale la cosita» ¿Qué sentido tiene pensar en eso ahora? Esa banquita está vacía, al lado del carrousel. Allí fue la primera vez que tu amiga la cubana se sentó a esperar y te llevó de espía. Estaba tirándosela el profesor de inglés. Le estaba haciendo una escenita de celos y te quería de coartada, para decir que se iba contigo, que no lo quería volver a ver nunca más. Todo porque le gustaban los morenos. Después de él estuvo con un irlandés.

 

Tú nunca estuviste en serio con nadie ¿Quién diría que te ibas a acordar de ese primer beso en el metro? Esa chica de anteojos de Malasia. Casi tuviste que robarle un beso y después ni se te quiso acercar. «Mis padres me matan si saben que estoy con un chico que no es de Malasia».

 

ES LA HORA Y NO VIENE. Casi como la española, que te dejó esperándola frente a Union Square. Casi como la idiota esa que se casó y te mandó una foto de su matrimonio. No pensaba acordarme de ella, pero estamos condenados a acordarnos para siempre de las imbéciles que nos hicieron sufrir. ¿Qué tal será esta nueva tía? ¿Y eso de tía? ¿Desde cuándo hablas de tía? ¿Influencia española? ES LA HORA, APÚRATE POR FAVOR. El señor Prufrock fue la última persona a la que le di la mano, la última con la que conversé. La cojuda esa que me hizo llorar fue la última persona en la que pensé. Por allá viene. No es tan blanca ni duele tanto. Y la gente no es tan indiferente como dicen. No pasaron ni nueve minutos, cuando una mujer se dio cuenta de que ya estaba muerto.

Un día sin inmigrantes en NY

La marcha llenó dos veces la plaza frente a City Hall. Se calcula en unas 500,000 personas los que asisitieron ayer a las manifestaciones para apoyar una reforma migratoria justa.

Alejandra estaba con una alergia espectacular y Rachel nos invitó luego de la marcha al restaurancito vietnamita que conoce en Chinatown. Esta es la época en la que a muchos neoyorquinos los atacan alergias, conozco casos parecidos en Lima pero ninguno como los que he visto aquí. El día estaba particularmente bello, el sol alto y generoso, sin brisa.

Esta mañana en la lavandería escuché que en algunas ciudades se paralizaron los puertos y las distribuidoras por falta de personal. Rachel dice que a pesar de las amenzas del jefe, ninguno de los mexicanos fue a trabajar a la lavandería donde ella suele ir. En la deli de su esquina también se notaba que los dueños estaban haciendo el trabajo que generalmente hacen los empleados.
Imágenes: El parque en Grand Street, en Chinatown, caminando hacia el restaurante vietnamita. El postre vietnamita, algo de plátano cubierto de dulce, las gotas antialérgicas y los mocos blancos de Alejandra, la voz como locomotora de Rachel distrayendo a Gianpaolo de Sicilia, el bigote mosquetero y las flores de Gianpaolo, el del norte; la papaya roja comprada en el mercado Grand Central.

Me iba a quedar en la universidad terminando una lectura para la clase de la doctora Ruzell pero no daba más, tenía la vista cansada de tanto estar frente a la pantalla tratando de terminar una página del Bronx Journal.

Intenté terminar de ver Underground, pero estaba agotado. El desayunito preparado por Yini fue revitalizador, la mermelada de Pirque, la salsa de tomate molido, lo necesitaba.

Me hizo muy bien conversar con Lima. Al parecer lo de Nicolás, Mariela y Canadá sí va en serio. ¿Alguien más celosa que Pía? Pensé que eso era imposible. No hay que olvidar la voz afónica de Paloma y el saludo de Gabriela desde Miami.

Ahora a concentrarme otra vez en el Bronx Journal, las fotos de la trabajadora social, ¡Mañana a las 8 de la mañana! Eso significa levantarse alrededor de las 7 a.m. Esto no está funcionando. Si bien en Knollwood ordenar el día era algo tan simple como mover los carritos de golf, aquí hay que hacer reingeniería. Nuca fui bueno para esas vainas.

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