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The New York Street

Un blog lleno de historias

Tenía gripe y obsesiones

Sospecho que tenía gripe

y ganas de joder.

Claro que yo era muy joven

y sufría después del pan con mantequilla

hasta las 6 en que entraba a buscarla,

me desparramaba en su sofá

y la admiraba.

Sólo/solo la admiraba.

Tres veces le dije que la amaba

otras muchas, en silencio, la amé.

Ella me despistó

con su temprana edad, con su

cinismo,

con su vocación

a lo Flaubert.

Y alguna vez lloré, pero después

escribí una novela.

Me tomé una botella contando la historia.

Ella tenía gripe

y esta noche, me la ha pasado.

Soplo en la noche de Madrid,

le mando un beso,

volado.

Mar, playa, árboles, cielo, sol.

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A la edad en que su hijo ha cumplido los tres años, un padre ha dedicado cinco días de su vida a cambiar pañales.

Me han pasado una lista de diez cosas que debería de saber, y ésta no me la puedo sacar de la cabeza. Serán cinco días completos dedicados a limpiar potos, frotar potos, sacar y poner pañales. Supongo que en los casos de mellizos el tiempo se amplía un poco más. Claro que habría que considerar que en algunas ocasiones el padre no es el único que los cambia. Pongamos que restando las ayudas todo se limita a cinco días entre los dos niños: 120 horas dedicados a la caca y a la pichi.

Habrá que poner la idea de ese tiempo al lado de las horas en que uno los mira con la boca semiabierta ─porque aprenden nuevos trucos, porque hacen un gesto por primera vez─ y al lado de los minutos del día dedicados a mirarlos a los ojos y hablarles. Otro dato que recuerdo de esa lista de diez: A los dos años, los niños aprenden cinco palabras nuevas por día. Si bien todavía no los cumplen, para ver qué pasa les susurro (mientras empujo su coche por la calle Kings Point): mar, playa, árboles, cielo, sol.

«Estas son sus palabras de hoy», les digo. Me miran, no dicen nada.

Mis pocos recuerdos de su edad están relacionados con el agua. Siempre tuve una imagen estática de la playa de Silaca: las rocas y el mar reventando contra ellas. Sólo la pude sacar de mi cabeza cuando regresé de adolescente. Mi madre me dijo que la última vez que estuve ahí no había cumplido el año. Hay una foto mía de bebé, enrollado en una manta, al lado del Pozo de Piero. Otro recuerdo es en Las Lagunas de La Molina. Mi madre y su prima caminaban entre unas cañas, alguien lanzaba piedras al agua. En las fotos de ese día, yo era un bebé. También recuerdo los chorros de agua en la Costa Verde, esas mañanas en que íbamos a Chorillos en el escarabajo blanco de mi madre, cuando aún no entraba al nido.

¿Qué recordarán mis hijos de este día? Sé que si no lo escribo será otro más de muchos: esas mañanas de verano en que los dos se despertaban aún sin dominar un idioma preciso, en que los sentaba a la mesa en sus sillas para que desayunaran un poco de avena y comieran unas frutas. Luego ellos me hacían señas de que querían salir. Se trepaban en el coche, hacían como que sabían ajustarse el cinturón. Salíamos a la calle y los bajaba de espaldas por los tres peldaños de la entrada.

Algunos días yo estoy más despierto que en otros. En éste apenas si había abierto los ojos. No eran ni las siete. Salir a caminar era parte del proceso para despertarme. Hacía calor. Antes de doblar la esquina de la calle Kings Point  ya habíamos pasado los restos de una ardilla atropellada. Doblando por  la calle Water Hole nos habíamos encontrado con un venado que parecía esperar algo.

Saludé a un par de empleados de una compañía de jardinería, en castellano. Ellos respondieron con un «buenos días» sin demasiado acento  (¿colombianos, mexicanos, ecuatorianos?) Ojalá se les haya quedado grabada a los niños la gentileza con que esos hombres ensombrerados le desean buen día a uno.

Pasamos la casa que ya están terminando de construir: hemos visto el proceso completo desde nuestros paseos en el verano de 2016: la demolición de la anterior, la llegada de la madera, la instalación del garaje donde pusieron las máquinas para trabajar las vigas, la lenta construcción de la chimenea durante el invierno. Esta semana han llegado los setos y los pinos, los han plantado en el perímetro y de pronto ya no se puede ver toda la fachada. Les hago notar a los niños que han removido la tierra que da a a la calle, preparándola para la llegada del césped. Éste suele llegar en camiones, en rollos enormes. Hay un detalle que a los españoles les haría gracia: los camiones de los jardineros tienen un logo dibujado en la puerta en el que dice que pertenecen a la empresa Della Polla.

No nos hemos cruzado hoy con la pareja que hace jogging empujando el coche de su hijo: Ozzie, un cachetón lleno de rizos. Tampoco con su abuela, una profesora de música en un pueblo del interior de Virginia con quien nos hemos puesto a hablar, una mañana cualquiera, caminando por Water Hole. Ella nos ha contado que su nuera es actriz de Broadway─su última obra antes de dar a luz a Ozzie fue Mamma Mia─, que su hijo es trompetista, que ella y él se conocieron a bordo de un crucero. Dijo que los dos han puesto una compañía de entrenamiento físico, y que entre sus clientes están los Seinfeld y la Paltrow.

Hoy tampoco hemos visto a la señora de cara redonda y ojos bondadosos que le alquila una parte de la casa a una pareja de puertorriqueños de Rincón. Ella nos contó que su vecino del frente durante muchos años fue Pelé, que un antiguo novio fue futbolista del Scratch, que hoy divide su año entre East Hampton y Colorado. Tampoco hemos visto a las tres mujeres que pasean juntas a sus perros, ni a la pareja de latinos setentones con sombrero que siempre parecen estar haciéndole algo nuevo al jardín de su casa.

Antes de llegar a la playa nos ha saludado un cardenal parado sobre la rama más alta de un árbol. Al entrar en la playa se nos ha cruzado un conejo. He detenido el coche para que le digan «hola» y «adiós» mientras éste nos vigila por el rabillo del ojo y al final desaparece enseñando la cola blanca, saltando detrás de unas matas. No hay nadie en la arena de la playa, no hay pescadores en el canal, no hay empleados limpiando los botes estacionados. Tampoco esta Charlie, el encargado de mantenimiento contratado este año por  la asociación de vecinos. Ayer lo vimos lavando su viejo Cadillac color beige con una manguera, al lado de la entrada.

Vamos hasta el borde del agua, pasando frente a las duchas y a una pequeña zona techada. A los niños les gusta imitar el sonido del coche que avanza sobre las piedras de la entrada. El camino de regreso tampoco ha tenido más detalles. Las palabras que les he repetido resumen bastante bien las emociones de un día común y corriente del verano de 2017, ese año en que aún no habían cumplido dos:

Mar, playa, árboles, cielo, sol.

Coger es inevitable

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¿Por qué era tan bruta para decirle las cosas?

Esperando al ferry, la poeta hizo una broma con coger. Pensaba en el doble sentido que tiene para los hispanohablantes. Él le dijo que aquel verbo no le decía nada. En absoluto. La palabra que usaba su generación a media voz —luego en voz alta, conforme se hacían hombres y mujeres— era otra: cachar.

En Estados Unidos esta palabra alude al béisbol.  Es cierto que para él ya ha perdido la fuerza que tenía a los 14. Pero allá en la pubertad, sus compañeros la susurraban en los baños, en los pasillos, en las reuniones de la escuela. «Me la quiero cachar», «Cacha riquísimo», «Se la ha cachado no sé quién».

Cuando él por fin cachó con la mujer de sus sueños se sintió iluminado. Fue una nueva realidad: los senos, los labios de la vagina, el ano. En su caso, el sexo─cree él─siempre estuvo acompañado de alguna historia. Tal vez porque las suyas siempre fueron relaciones breves, las escenas de sexo de su juventud siempre están cargadas de conversaciones, de miradas, del tanteo que se decantaba de repente─con demasiada lentitud pensaba él, porque sus experiencias siempre demoraron un siglo en concretarse─ en pasión, en la voz que temblaba mientras pronunciaba el deseo: vamos a cachar, quiero metértela. Cosas así.

Con ella fue igual. Tal vez con menos lentitud. Quizá por el frío de Nueva York. Estaba solo en la habitación que rentaba en un ático, y ella subió pidiendo que le prestara la computadora. Ella empezó a escribir mientras él la miraba desde la cama. Ella pretendía estar concentrada mientras él se paraba detrás de la silla. Puso las manos en sus pechos. Tan pronto como ella se deshizo de la idea (ridícula) de terminar el email que le escribía a su padre, se encamaron. Ella susurró que era virgen. Se rió. «Virgen por el poto» terminó de decir y eso despertó en él todo lo que aún no se había despertado. Lo que hicieron se transformó en su ritual durante los meses siguientes en que se encontraron con regularidad: ella le ofrecía la espalda y él se montaba sobre ella y no se detenía hasta que se venían, y él la abrazaba con fuerza, mientras terminaba adentro, como si el semen fuera un líquido precioso y hubiera que exprimir cada gota.

¿Por qué era ella tan bruta para decirle las cosas?

Tal vez porque comenzaron así: como dos perros que se encuentran por la calle. Meses después, ella llegaba en el auto de su jefa y le decía «súbete», y él subía. Ella buscaba un estacionamiento en cualquier calle oscura y, cuando terminaban de hacerlo, lo devolvía a su casa. Nunca se dijeron palabras bonitas. Se rieron mucho. Se separaron por temporadas y se volvieron a juntar, incluso cuando el buen criterio decía que no debían. A veces ella lo sacaba a un bar y actuaba como resentida durante algunas horas, negándose a la mano que él metía debajo de su blusa. Después se daba una vuelta, reaparecía, se lo llevaba hasta la esquina más oscura y lo obligaba a que se la metiera. Esas eran como historias mágicas que veinte años después uno cree que le sucedieron a otro hombre.

Las imágenes menos violentas tal vez sean las de Manhattan. Se metieron a un hotel que encontraron gracias a los consejos de un taxista. Estaba semiescondido a unas cuadras de la Estación Central, en una calle estrecha. El que atendía en la ventanilla era un ruso. Abrieron una puerta de metal y caminaron por un pasillo largo antes de meterse al dormitorio. Allí él puso las manos debajo de sus senos. Los pesó y los sintió tibios. Pensó que tenían una redondez y una temperatura perfectas. Tal vez aquella noche sí la amó. Sin embargo, ya para entonces habían de dejado de pertenecerse.

Mira su foto esta noche, después de mucho tiempo. La imagen no coincide con las que guarda en su memoria. El rostro no cuadra con la imagen de una mujer pequeña, de cintura muy estrecha, desnuda, con el cabello castaño lacio y suelto cayéndole más abajo de los hombros, juntando las manos encima de la cabeza, con los ojos cerrados, gimiendo, gritando, exigiéndole que se luciera, mientras lo montaba y él se venía por tercera, cuarta, quinta, sexta vez. Tiene que haber sido otro hombre, piensa él.

Esta noche, en sus sueños, encuentra otros recuerdos: cuando sus amigos los sorprendieron en un cuarto al lado de la mesa de billar, una escena en la ducha, cuando ella le pidió que se la metiera en silencio mientras dormían los niños que cuidaba por las tardes; el auto en el que llegaron a toda velocidad hasta el motel de Westchester donde después de revolcarse y quedarse dormidos, al amanecer, antes de despedirse para siempre, él la miró echada, separó sus nalgas y entró en ella por última vez.

Mientras intenta volver a dormir, cierra los ojos y consigue recordar un detalle importante: ella siempre le hablaba con brusquedad. Escucha la voz de la poeta que le dice en el ferry: «coger es inevitable». Y entiende que coger entre él y ella, jamás fue la palabra. La palabra era cachar. Siempre cacharon como animales.

Y la palabra correcta trae a las demás. Ellas aparecen ordenadas, como dardos precisos, arrojados contra las puertas de la memoria.

NY, diciembre de 2016

A woman walks with an umbrella along the Brooklyn Promenade during snow fall in New York

Era Lima, 1992, y yo era mucho más tonto. Me levanté de la cama una madrugada con un único nombre entre los labios. Sabía dónde vivía ella, sabía que nos separaban 57 cuadras de distancia. Aferrado al volante del auto de mi padre, llegué hasta la esquina de su casa, la vi salir, puse el carro al lado de la vereda y saludé. Dije que la llevaba.

Yo venía de recorrer a solas buena parte del mundo y supuse que el futuro era más sencillo de lo que parecía. Fue un desastre. Ella bajó diciéndome que jamás pasaría nada entre nosotros. El futuro era una ilusión.

El alcohol y la vida te curan las heridas y traen algo que se parece mucho al olvido. A mí, los seres humanos con los que me puse a conversar durante aquellas noches de borrosa tristeza, me convencieron de que era indispensable transformar al amor en otra cosa. “¿Quién no ha pasado por momentos así?”, me dijo alguno. “Lo mío fue mucho peor”, me dijo el otro. En esquinas oscuras de bares, en borracheras a media luz de cantinas de playa, entre los cuerpos pegajosos de salsódromos hacinados, escuchando boleros de putas, y en ciertos libros que describen las desgracias amorosas, me enteré de familias y de fortunas que se derrumbaron por historias mucho más interesantes que la mía.

Cuando pisé Nueva York ya era un sobreviviente. No me consideraba un experto pero al cabo de ciertas noches me sorprendí a mí mismo como un animal nuevo. Algunas veces, pensé haber perdido el alma. Si acaso las buscan, encontrarán a las víctimas: aquella que quiso que perdiera la vida metiéndome en su cama, aquella que se fue mientras salía el sol, cansada de intentar arrancarme una promesa desesperada, un juramento; la que me llamaba desde larga distancia para repetirme una historia en la que yo ya no creía, la que esperaba que dejara todo como estaba y basado en la promesa de su amor me largara a buscarla.

No solemos prestarle demasiada atención a las historias de hadas que nos leyeron cuando éramos frágiles. Las que nos explicaron cómo sucedía la vida, con terrible intensidad monocromática: la vida es tan sencilla. Esas fantasías se nos graban de niño. Luego, la escasez del tiempo─esas tantas horas estudiando, buscando trabajo, manejando hacia el trabajo, trabajando para no perder el trabajo─nos condena a no reconsiderar nada de lo que aprendimos antes de que las axilas nos apestaran a hombre grande.

En esta ciudad me sobraba el tiempo. Lo reconsideré todo. El amor más que nada.

Es verdad que cuando uno cree saberlo todo, sucede aquello que nos hace ver que no sabemos nada. Es cierto que nunca terminamos de conocernos. Hoy estamos seguros de que palpitamos. Mañana, temeremos habernos convertido en hombres de yeso.

Me levanto de la cama, entro a la cocina y me preparo un café. Escribo un poema que jamás publicaré. Observo la ventana: la nieve sobre el bosque. Presiento el frío. Pienso en todos los proyectos. De repente desde otra habitación me llegan unas voces: intentan decir algo. Aún no sé si en castellano o en inglés. Son unos niños que, tal vez, me reclaman.

En ese momento me entra de nuevo la duda. ¿También les contaré los cuentos de hadas? ¿O  les diré que el amor es otra cosa, que la vida se desbanda (que es una tómbola), que la felicidad no es una fórmula y que a veces hay que perderle el miedo a convertirnos en tontos para siempre (solo sé que nada sé)?

Es Nueva York, diciembre de 2016.

 

Obviously

obviously

Obviously, if you come from another country you know what works and what does not work in the United States. At least the first 2 years. Later, depending on your memory or your wishes to merge with this society, you could forget (a bit, never completely)

Obviously, the idea of privatizing education and not having the goal of a free and high-quality education for every citizen is a recipe for self-destruction.

Obviously, if you knew history you would have never voted for someone like Donald Trump. There were times when majorities made fun of intellectuals (you liberals! you professors!) and history was not nice to the people of those countries. When men with big mouths have taken power, it always has been a disaster (Hugo Chávez, Silvio Berlusconi, etc).

Obviously, people coming from Third-World countries─like me─ know how the bad presidents from Third-World countries talk like. And Trump talks exactly like them.

Obviously, if you lived in any of the 5 boroughs of New York (Blyn, Bx, SI, Mhtn, Qns) you thought, at least once, why people here don’t kill each other more often. The greatness of New York is a myth. And you know: the myth, somehow, keeps everything together.

 

 

 

 

 

 

Eternal (snows of Iceland)

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The ice over Iceland is eternal. At least in his eyes, the man escaping from who knows what. This one who met people he thought was never going to meet again and walk along the Thames with hunger.

Perhaps, he was looking for a new land. Maybe just opening his eyes, distracting himself in the chances abroad. A foreigner: he didn’t dream to be one of them. He was proud of a flag, of a history, of a piece of land surrounded by coast and mountains. He was ready to stay there forever from the very beginning.

The language: He wasn’t ever ready to open his mouth for more new words and sounds. He would have considered a nightmare the idea of being in front of other people speaking English for more than an hour. A nightmare.

Sometimes, in the new room where he stayed for a couple of years, the nightmare was about going back and being caught in his old land, not being able to come back to New York. All of a sudden, the dream was to stay in this new place, to hold hands with strangers, to get a new history.

Five in the morning: the alarm brought him back to the world of the real: A job. And he started a trip to a place where people called him by his name without knowing anything (anything!) about his life, his parents, his ideas, his successes, his failures. To start anew. To be someone else. To scratch the previous dream: to be a foreigner, a someone who barely could speak the language. To be the new stranger in the neighborhood.

On days like this, when he opens the curtains in the morning, and sees the first white of the snows on the ground, he always thinks about Iceland: the last stop coming from London to New York, before becoming an immigrant, a stutterer.

The morning when the plane landed at Reykjavik airport, he was looking at the eternal ice of Iceland as a free man for the last time. The next stop, in New York, he decided to stay and to become someone else. And he did.

 

 

Ladybugs

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We call them mariquitas in Peru. Little bugs, orange with black dots. It is the winter and they are resisting. They hold themselves to the walls of the windows. They look at the cold outside and they decide to stay home. «I’m not moving, old man!», they yell.

I look at them. I count ten, eleven…twenty-three. I stop, there are more but who cares. I’m tired. The house is infested with these talking animals. «Ladybugs». Don’t bother the ladies. Let them stay. We have plenty of room in this house for everyone. Let’s spend the winter together. Let them sitting around the fireplace, all of them, the twenty-three and more and let them hear the last story you wrote during the Summer. «Oh, I’m going to tell you, little ladies…» They will move their ears, sit quiet, look at the fire.

Expect happiness this winter .

*.*

Su nombre es Fujimori: la otra historia de los años 90 en el Perú

su nombre es fujimori la pelicula 2

La historia siempre es una ficción. Es una media verdad aceptada por una mayoría. La razón de las profundas divisiones entre profujimoristas y antifujimoristas es dos versiones opuestas de la historia reciente del Perú. Esta es mi versión, resumida, construida con retazos de lo que vi y oi, seguramente tergiversada por mi orientación política y mi procedencia social, semiordenada después de ver el documental «Su nombre es Fujimori». Se aceptan todo tipo de añadidos y comentarios.

Entre 1980 y 1985 Belaúnde retoma el poder que le arrancó el golpe del General Velasco, devuelve los medios de comunicación a sus dueños, abre el mercado peruano al comercio exterior, liberaliza la economía y ofrece mejoras económicas. Algunos hombres de su partido, Acción Popular, se llenan de dinero (Raúl Diez Canseco, un político de clase media, hizo su fortuna en ese período). El Perú se endeuda con todos los organismos internacionales y la plata de los préstamos desaparece en manos de gente del gobierno. El estado es un monstruo ineficaz, los políticos ven que todo se les va de las manos. Ineficacia: el Fenómeno del Niño de 1982 sacude al país, paraliza el norte, deja a Lima desabastecida y el gobierno no sabe qué hacer. Empieza el terrorismo y el gobierno de Belaúnde no sabe qué hacer. Cuando reacciona ordena acciones militares. Se producen aniquilamientos de autoridades. La ineficacia define a ese período. Se suele decir que Belaúnde era honesto pero todo el mundo robaba y él no veía nada.

Entre 1985-1990: Alan García es el mal menor, elegido para frenar la posibilidad de Izquierda Unida en el poder. Tiene apoyo popular, promete que el Perú no se iba a arrodillar frente a los organismos internacionales. Que pagaría solo un porcentaje de lo que ingresara al Perú por nuestras exportaciones. Quiere promover el agro. No sabe qué hacer con el terrorismo. Es un gobierno ineficaz y corrupto. Su estrategia económica se frustra porque los organismos internacionales cierran el caño de dinero y el Banco Central de Reserva tiene que imprimir más dinero. Quiere controlar la economía y los precios de todo. Hiperinflación. Quiere construir un monstruo llamado tren eléctrico. Corrupción en la elección de contratistas. Todo se hace al caballazo. Quiere estatizar los bancos y los empresarios e inversionistas lo abandonan. Su ego es tan grande que no ve cómo el país se le va de las manos. Organiza un golpe para poder huir del país como héroe pero los militares no lo secundan: Tiene que terminar su período de cinco años. Manda asesinar a los presos por terrorismo porque le quieren arruinar la imagen de líder socialista que quiere proyectar al mundo. El peor gobierno peruano del siglo XX, de lejos. Deja un país destruido, una economía muy precaria. El que puede se va del país: las opciones son quedarse a ver un país en la ruina y con el poder tomado por Sendero Luminoso.

Entre 1990-2000: Alberto Fujimori encuentra a un peón que le ofrece un plan para sacar al país del desastre. Aliado con los grupos de poder económico y con el control de la cúpula militar, Montesinos despeja el camino: se manda matar o a silenciar a lideres sindicales, se organiza una máquina que silencie todo lo malo que sucede en el país mientras Fujimori parece solucionar uno a uno los problemas que arrastrábamos por 10 años.

Se malbaratean las empresas públicas, se venden y el Estado se reduce. Se dan medidas para sanear la economía: paquetazos y el «sálvese quien pueda». Se cierra el Congreso y se colocan peones serviles en puestos claves. Se pisotea la Constitución. Se renegocia la deuda externa y pronto empieza a llegar otra vez el dinero de los organismos internacionales. Montesinos orquesta la derrota de Sendero en sus términos. Se promueven grupos de aniquilamiento. El terrorismo recrudece pero la captura de Abimael Guzmán devuelve la esperanza a los peruanos. Desde el SIN se organiza una campaña de medios para que parezca que la captura de Abimael y el posterior descalabro de Sendero es obra del gobierno. Montesinos compra a todos los que quieren ser comprados.

El dinero de los narcontraficantes llega a las manos del director del SIN. Este se reparte a la gente afín, a los socios, empresarios y políticos. El pueblo mira asombrado como se empiezan a abrir centros comerciales espectaculares, llegan inversionistas internacionales─sobre todo chilenos─que ven un mercado con posibilidad de crecimiento. Hay más trabajo: la liberalización y la competencia hacen que los precios y la inflación estén controlados. En ese clima de aparente calma, Montesinos hace lo que le da la gana desde el poder. Los aliados de Fujimori planean quedarse unos años más de los que la Constitución les permite. La gente parece feliz con tener carreteras nuevas, una sensación de orden después de 10 años de desorden e ineficacia.

Todo parece funcionar bien porque los medios no dejan que sepas lo que el equipo de Fujimori ha hecho: corromper a los medios, corromper a los políticos para tener mayoría, negarle acceso a los medios masivos a la gente que denuncia las matanzas, las esterilizaciones forzadas, la desaparición de enemigos políticos y periodistas, el asesinato de traidores al regimen. Todo tiene que parecer obra de Fujimori: el orden que se necesitaba.

El orden que los empresarios querían para comenzar a hacer dinero. Para que chorree a los pobres. Nadie quería escuchar las protestas de los estudiantes porque eso significaba el desorden que había quedado atrás. Pero el desorden también significaba la justicia, el derecho a criticar, el derecho a fiscalizar, el derecho a que el dinero y el bienestar llegara a todos y que si querías hacer politica nadie eliminara tu reputación desde los diarios chicha y los canales de televisión que recibían puntualmente el dinero de Valdimiro Montesinos. Se eliminó políticamente a Alberto Andrade.

Sin embargo hubo gente que protestó contra aquello: gente que nos abrió los ojos. El orden costó demasiado. El orden que implica que otro decida por ti no es orden sino es dictadura. El orden que te elimina o te embarra si protestas no es un orden sino dictadura. El orden que no escucha a las minorías no es orden. Los que lucharon contra ese orden dirigido desde el SIN, los que escucharon los testimonios desgarradores de las mujeres esterilizadas a la fuerza y de las familias de los estudiantes asesinados. Los que saben del flujo del dinero del narcotráfico que alimentó a la prensa silenciada y al congreso servil al fujimorismo miran con asco la posibilidad de que regresemos a esos años. No somos terroristas, ni radicales, ni gente que odia por odiar. Somos peruanos que no queremos que nos gobiernen personas deshonestas, prepotentes que creen que el progreso significa callar a los que se oponen a un gobierno dominado por ideologías políticas neoliberales, que creen que el progreso solo significa carreteras y puentes.

No. El progreso significa también escuchar a la gente que no está de acuerdo y propone soluciones que incluyen a las mayorías, que incluyen a los que no tienen voz, que incluyen a quienes no se les ha escuchado en mucho tiempo, que incluyen condenar y mandar a prisión a los poderosos que mandaron matar y silenciar para que nadie levantara la voz en contra de un gobierno. Progreso significa este video SU NOMBRE ES FUJIMORI que cuenta otra historia de esos años. Una historia que todos deberíamos de conocer. No solo porque tenemos que votar, sino porque nos va a hacer mucho bien como nación.

MMMQ vs. Rafo León

  
Acá está la pequeña nota de OPINIÓN escrita por el periodista Rafo León a propósito de la exeditora—y pésima redactora— de El Comercio: Marta Meier Miró Quesada. 

MMMQ ha denunciado a RL por los «insultos» y ahora una jueza parece estar a punto de condenar al buen Rafo León.

Juzgue usted quién de los dos merece ir a la cárcel:

Personaje extraño MMMQ, su militante ecologismo (de un océano de extensión y un centímetro de profundidad), la viene distinguiendo por años como “su tema”. Pero para ser un auténtico ecologista hay que saber respetar también las áreas de amortiguamiento de otros derechos que tenemos los seres humanos, como la libertad de elegir, la opción del laicismo, el pensamiento sin límites. Sin embargo, resulta que mientras la señora defiende a las taricayas de Pacaya Samiria, en una columna vecina se alía con el cardenal Cipriani en las opiniones más cochambrosas y naftalineras posibles, sobre la unión civil, el aborto terapéutico, la defensa cerrada y unívoca de la familia occidental y cristiana. Y un par de páginas más allá, en Sociales, aparece envuelta en zorros, tomando el té con las cuatro condesas que dan lustre a nuestra Lima.

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