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The New York Street

Un blog lleno de historias

mes

abril 2013

Escribir con las tripas: La insensatez de Castellanos Moya

insensatez

Hay muchas maneras de contarnos la violencia centroamericana. Una de ellas es la crónica, en la que inevitablemente aparecen los militares, los políticos corruptos y una población atrapada en un territorio irreal, donde ni la modernidad ni la democracia han terminado de llegar. Hay también perfiles periodísticos, informes avalados por organismos internacionales, o crónicas alucinadas como la que nos contaran hace unos años sobre Rodrigo Rosenberg –que contrató a sicarios para que lo asesinaran, convirtiéndose por algunos meses en el mártir contra la corrupción y el desgobierno de Guatemala. También hay video-informes, repletos de maras y de salvatruchas, de guerras y de pandillas donde se confunde el honor y el narcotráfico. Además, están las novelas de Horacio Castellanos Moya.

Horacio Castellanos Moya prefiere –al menos en Insensatez, una de sus novelas más celebradas– abordar la violencia con todo el humor con que se le puede dotar a las situaciones irreales que atraviesa un corrector paranoico, machista y xenófobo; contratado para limpiar de impurezas y apuntar la corrección gramatical de un informe sobre asesinatos y múltiples violaciones de derechos humanos en Guatemala. Las frases que el corrector recuerda, las que le sirven para abordar mujeres o para enfrentarse a desconocidos, son sacadas de los más desgarradores informes de las víctimas y testigos de la violencia. Dentro de aquella violencia, que él siente que lo rodea, que lo persigue y le hace ver espías, fantasmas y asesinos en cada sombra que se mueve por la ciudad; el corrector intentará terminar su trabajo, cobrar el jugoso cheque que le han ofrecido y salir –con la menor cantidad de rasguños– de la tarea insensata a la que se ha comprometido.

No lo consigue. El corrector es como un Woody Allen salvadoreño paseándose por una Guatemala llena de mujeres que no le gustan, cobarde contra el poder, pero no en su obsesión sexual por los rostros pálidos de las extranjeras que conoce como consecuencia de su trabajo en las oficinas del Arzobispado. Sí, claro, la Iglesia está como telón de fondo de esta Insensatez, como garantía de que todo lo que sucederá en esta novela, con protagonista ateo, sólo puede estar contra los mandamientos que ella ordena.

Insensatez es una gran broma, es un libro del desquicio, que sólo podría estar ambientado en un territorio que los lectores imaginamos como una tierra sin ley. También es una condena escrita con rabia, porque esta pesadilla, estas correrías del protagonista entre el pánico, la obsesión sexual, el machismo y la xenofobia, están escritas sobre la realidad histórica, también documentada en Centroamérica, de un pequeño grupo que trabaja con el objetivo de esclarecer el pasado, identificar los crímenes y las violaciones y apuntar a los responsables. Nada de ello sucede. El final es una repetición de lo que seguirá sucediendo en sociedades donde el poder corrompe todo, y el precio por denunciarlo sigue siendo bastante alto.

La historia, que por momentos se llena de la vulgaridad del personaje, un intelectual incapaz de enfrentarse a nadie, corrupto en diferentes niveles, se lee con rapidez. Es un relato fresco, bien contado, que nunca decepciona.

Castellanos Moya, que apareció la semana pasada en el Graduate Center de Manhattan para conversar sobre sus novelas y la imposibilidad de escribir con otro ingrediente que no fuera su rabia, nació en Honduras pero vivió desde los 4 años en El Salvador donde hizo gran parte de su carrera como periodista. Se autoexilió en México y ha vivido en distintas ciudades del mundo, incluída Iowa donde actualmente dicta cátedra. Ha escrito 8 novelas, varios libros de cuentos y ensayos.

Hasta el día de su presentación, yo no lo conocía. Quienes lo admiran –la mayoría de los asistentes–aseguran que otra novela suya que hay que leer es El asco. Ese libro, como Insensatez, también ha sido publicada por la editorial Tusquets de Barcelona.

James Salter, All That Is y la vida a los 80

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A los 87 años, Salter ha escrito una de las mejores novelas publicadas en los Estados Unidos.

¿Cuántos escritores publican su mejor novela a los 87 años?¿Cuántos pueden decir que dejaron de frecuentar a Saúl Bellow porque éste era demasiado condescendiente con ellos? James Salter nació en 1925 y 87 años después ha publicado una novela brillante: All That Is. La historia (de amor, para decir que es de algo y que no lo abarca todo, como las grandes novelas) comienza con varias escenas de guerra y de mar, entre ellas la de un oficial de la marina de los Estados Unidos saltando al agua, por error, entre el bombardeo de los kamikazes japoneses en el Pacífico.

Para mí, la experiencia de mi lectura de All That Is comenzó con la foto de Salter en la tapa. Allí estaba el octogenario, sin parecerlo: el expiloto de caza bombarderos, el ex amigo de Bellow y compañero de carpeta de William Buckley y de Jack Kerouac, el ex guionista de Robert Redford.

En The New Yorker acaban de publicar un perfil sobre Salter. «Es un escritor de escritores» dicen los que lo admiran y no se sorprenden de que no muchos hayan escuchado su nombre. «Un escritor de escritores acerca de escritores» dice Joyce Carol Oates que lo considera su amigo. En la contraportada, entre los elogios están los nombres de John Banville y de Julian Barnes. No me extraña: dos escritores a quienes todavía les importa mucho no sólo lo que se dice sino el cómo se dice. Banville te puede conquistar diciéndote como los dioses observan a un adolescente (The Infinities), Barnes te puede atrapar para siempre al describirte una escena en un colegio rural, cuando parecía que Europa nunca llegaría a la mayoría de edad (The Sense of an Ending). Salter te puede atrapar de varias formas: en el aire (The Hunters), en la cama (A Sport and a Pastime) y ahora en el agua (All That Is). A mí me atrapó cuando lo leí por primera vez, esta semana, en una historia sobre una supuesta muerta y dos amantes descubiertos ( Last Night).

Al escribir una nota de un libro, uno se da cuenta que tan inútil es tratar de reducir una historia bien contada a unas cuantas palabras. De lo que se trata –como decía Muñoz Molina, hace muy poco, en una nota sobre Salter publicada el 13 de abril de 2013 en El País– es de recomendarlo, de ponerlo en la vitrina, de decirle a otros escritores que están buscando la luz: léete a Salter.

Otras cosas que dice The New Yorker sobre Salter: la mayor desgracia de su vida fue la muerte de su hija adolescente, quien murió electrocutada en la ducha en una cabaña, al lado de Salter, en Colorado. También dice: a quienes lo conocen más, les ha costado acostumbrarse a que Salter siempre toma notas: mientras conversa, en reuniones, en una cena formal. Salter siempre está tomando notas debajo de la mesa.

La nota también dice que escribía con seudónimo cuando apareció su primer libro sobre un grupo de aviadores en la guerra de Corea: por miedo a que sus amigos lo consideraran un intelectual inútil.

En The New York Times, hace dos días, publicaron un artículo sobre las apuestas que se hacían entre los libreros de Park Slope en Brooklyn, a propósito de los candidatos al premio de ficción. El año anterior, el desastre fue que lo declararan nulo, obviando la pequeña obra maestra de Denis Johnson, la novelita Train Dreams. El 2013 no creo que haya un mejor candidato que Salter. Todas las apuestas a All That Is.

Sol

Se llama sol. En el invierno, al menos en éste, no cumplió con su función de calentarnos. Decoraba el paisaje, evitaba que nos deprimamos por el frío y nos sacudía de las noches más largas del invierno. Nada más.

Hoy, sol apareció. Con 80 grados y las promesas de siempre: llevarnos al mar.

En la casa tenemos unas plantas: promesas de ahorrarnos unos cuantos dólares en el supermercado y entrenernos removiendo la tierra. Las ramas se estiran en sus recipientes de plástico, buscando la luz. En el parque, frente al aire húmedo de las cataratas, nos echamos sobre las mesas de troncos a recibir la gloria amarilla. Nos falta playa

Hoy no he querido abusar de los lentes oscuros: la naturaleza parece estar escribiendo una armonía, frente a nuestros ojos, siempre lo hace el primer día de calor después del largo invierno.

No todo es maravilloso. En el camino encontramos la pulpa sanguinolienta de una ardilla recién atropellada. Un poco más allá, un tronco caído bloquea el camino. Llamo a la policía, doy las direcciones. We got it, me dice el comisario.

Es el comienzo del verano y yo cojeo. Pudo ser peor. Agradezco en silencio y respiro porque ha llegado el ciclo de la claridad.

Amén.

Alberto Fujimori

«Montesinos mandó matar a mi papi», me dijo ella. Estábamos al lado del mar, el cielo tenía un no sé qué de nostálgico. Acabábamos de desayunar, mi ahijada daba vueltas por la casa y todos nos preparábamos, salíamos uno a uno del baño, listos para el día de playa. «Su papá era de la naval y empezó a criticar al gobierno. Lo internaron en el hospital, estaba bien, pero llamaron en unas horas y les dijeron que se había muerto», me dijo mi hermana, que la conocía desde hace muchos años.

«Nadie quiere decirlo en voz alta, pero es muy probable que Montesinos lo mandara matar» me dice mi amigo. Estamos preparando la carne que irá a la parrilla, el cielo del pueblo está limpio de nubes, del jardín no llega el ruido de las conversaciones de nuestra esposas y de los niños que corretean. «Él sabía muchas de las cosas que estaban pasando, porque era el ministro, y nunca dijo nada, es más, apoyaba en todo a Fujimori. Pero cuando empezó a darse cuenta de las cagadas que estaban haciendo parece que ya no quiso seguir quedándose callado y lo amenazaron. Allí nomás le dio cáncer».

Testigos. Eso somos los peruanos que vivimos allí entre 1990 y 2000. Unos más informados que otros, unos más ciegos. Sólo así se explica la furia con la que el año 2000 mi amiga se acercó a la cola de votación en la Universidad Agraria para saludarme, y la vehemencia con que insultó a Fujimori «Ese chino de mierda…»

A pesar de mi crítica a la brutalidad con que se aprobaron las interpretaciones a la Constitución para permitir la segunda reelección, vicié mi voto con dudas. Toledo me parecía un mal candidato. Quería creer en la promesa de que Fujimori era reelecto para terminar con el trabajo empezado.

¿Nos equivocamos? Sí. Las investigaciones del diario El Comercio nos probaron no sólo la cochinada mayúscula que fue el proceso de recolección de firmas –sistema en el que también Perú Posible de Alejandro Toledo y, con seguridad otros partidos, incurrieron en ése y en otros procesos electorales–; sino el grado de corrupción y la dependencia de los políticos del partido de Fujimori a las movidas estratégicas del asesor Montesinos. No se puede olvidar que otros candidatos con mejores cartas de presentación que Toledo, como Alberto Andrade, fueron descalificados mucho antes del proceso electoral gracias a la bien aceitada maquinaria de propaganda y medios orquestada por El Doc.

Somos testigos, en muchos casos silenciosos, de la corrupción y de la destrucción de las instituciones democráticas. Fujimori no llegó al 2000 convencido en su superioridad como candidato sólo por mérito propio. Contó con la aprobación tácita, la complicidad y el silencio de una mayor parte de la población peruana, incapaz de ver más allá del panorama siniestro de incapacidad y violencia que era nuestro país antes de la captura de Abimael Guzmán.

«Esto no pasaba cuando estaba Fujimori» le escucho decir a un comisario de La Molina. Es el verano de 2011 y hemos ido con mi padre a presentar una denuncia porque alguien ha metido la mano al medidor de la electricidad que da a la calle (sospechamos que es un ladrón, que quiere incapacitar la alarma para meterse a robar apenas sepa que la casa está sola), y encontramos a un delincuente que se ríe del policía que le toma la denuncia y de la jovencita que llora asustada porque el delincuente le ha arranchado la cartera. Ha sido capturado por unos transeúntes y ahora, después de pasar unas cuantas horas, por ley, tiene que ser dejado en libertad.

«Así no se puede hacer nada contra la delincuencia. Ésto no pasaba con Fujimori». Mi padre, fujimorista, asiente, corrobora y sugiere que ninguno de los gobiernos que llegaron después de El Chino tiene la capacidad para lidiar con el desorden.

La caída de Fujimori, el documental profujimorista que cuenta como personaje principal con un alicaído –pero orgulloso de su obra– Alberto Fujimori caminando por las orillas de una playa en el Japón y asistiendo a ceremonias de agasajo, brindis en su honor por un grupo de la derecha japonesa que lo celebra, es el tipo de discurso que los fujimoristas conservan como propio: «había que hacer algunas cosas malas para salir del hoyo en el que estaba el Perú». «No se puede juzgar a Fujimori ahora que el Perú está bien. En ese momento lo que se necesitaba es un presidente que hiciera lo que él hizo». «Gracias a que él tomó las decisiones duras que había que tomar, es que ahora podemos disfrutar de crecimiento y democracia». Esas son las frases que yo escucho en mi entorno familiar cada vez que estoy en el Perú y que, cualquier analista, por más inclinado que esté a juzgar con severidad al gobierno de Alberto Fujimori, tiene que haber escuchado.

Entonces, el año 2000, aparecieron los vladivideos.

Entonces Fujimori apareció montado en un jeep ordenando la cacería de su mano derecha, dicen (fuentes muy confiables) que coleccionando todos los videos que lo incriminaban. Entonces nos enteramos que el muy popular y carismático exalcalde de Huancavelica se había vendido al mejor postor para votar con la mayoría fujimorista, que el todopoderoso Kuori había estafado a sus votantes vendiéndose por varios puñados de dólares, que el magnífico Crousillat, con peor suerte que los Azcárragas mexicanos, había mantenido las pantallas calientes para el régimen, durante años, haciéndose de la vista gorda ante la corrupción y los excesos, pintándonos el país de las mil maravillas que Montesinos y Fujimori controlaban. Entonces Fujimori declaró que convocaría a nuevas elecciones, para dejar un gobierno democrático. Llegó el viaje asiático, el Congreso le dio la espalda y ordenó una investigación y un fax llegó desde el Japón…

Fujimori no está en la cárcel pagando sólo por los crímenes que cometió. También sirve condena por quienes nos prestamos a aplaudirlo. Entre otras cosas: por convocar el orgullo de las Fuerzas Armadas en la operación contra los emerretistas en la casa del embajador japonés, por adjudicarle la derrota de Sendero, la pacificación y la renovación de nuestra patria. Porque temíamos que las alternativas eran Fujimori o el horror.

En sus memorias del proceso electoral de 1990, El pez en el agua, Mario Vargas Llosa da detalles sobre los entretelones de su cierre de campaña, sus dudas de presentarse a una segunda vuelta, su voluntad de renunciar para que Fujimori asumiera de una vez el poder, de un modo ordenado; y la mala impresión que le dejó el chinito del tractor convertido en vengador anónimo. Mi memoria vuelve, una y otra vez a ese debate, cuando yo era fredemista convencido y creía que darle el poder a Cambio 90 era un salto al vacío. En esa memoria, siempre veo a un joven con 17 años recién cumplidos, con los ojos muy abiertos, viendo como Fujimori despedazaba a Mario Vargas Llosa en cada una de sus intervenciones. Tal vez había sobreestimado el poder de oratoria de Vargas Llosa o subestimado la elocuencia y el cálculo de Fujimori, un político criollo con todas las artimañas propias de aquellos.

No se puede acusar a Mario Vargas Llosa de otra cosa que de ingeniudad. No escuchó la batahola publicitaria creada por los delincuentes agazapados bajo la bandera del Fredemo. No quiso ver a los apostadores que pusieron todo su dinero al caballo del líder de Libertad y que lo abandonaron apenas perdió. Ese debate lo ganó Fujimori. He escuchado decir lo contrario, pero no puedo verlo. Recuerdo mi sensación de tristeza cuando Fujimori sacó su carta más brillante, esa carátula del diario Ojo, para la mañana siguiente, que ya daba por vencedor del debate a Mario Vargas Llosa. Nadie pudo negar la veracidad de aquella acusación. La manipulación del público a través de los medios no la inventó Montesinos. Vargas Llosa se metió en política para vencer a un bribón y terminó derrotado por un pillo. Sin embargo, hoy que Fujimori purga condena y el mundo entero lo califica de gobernante corrupto, se puede decir que su revancha ha sido bastante dulce.

¿Se debe liberar a Fujimori? Como bien opinan Gustavo Gorriti y César Hildebrandt (a quien le he perdido mucho del respeto que le tuve, desde que leí El enano), no se debe liberar a un preso condenado, menos aún a uno que ni siquiera se arrepiente por el sufrimiento que le ha causado a tantos peruanos y el daño infligido al sistema democrático que juró defender.

Nos engañó. Y aún más: hay pruebas suficientes de que el fujimorismo y su líder siguen embelesados con la pintura que quisieran que se perennice por los siglos en la historia del Perú: la del chinito que salió de la nada, que se enfrentó a la incapacidad de los partidos políticos establecidos, reconstruyó el desastre dejado por los gobiernos del APRA y Acción Popular, desmembró y liquidó al Partico Comunista del Perú con un efectivo programa de capturas y arrepentimiento, insertó al Perú en el sistema financiero internacional, sacándonos de la condición de parias en que nos convirtió Alan García, distribuyó, con eficacia, títulos de propiedad a muchísimos inmigrantes que habían llegado a Lima en la informalidad total, convirtiendo a millones de peruanos, de un día para otro, en sujeto de crédito; reunificó a territorios abandonados durante décadas con la reconstrucción de sus pistas y autopistas y el trazado de nuevas y modernas carreteras, terminó con el problema limítrofe con el Ecuador, al que con tanta ineficacia se había enfrentado Fernando Belaúnde, venciendo en la guerra y consiguiendo un tratado de paz y límites que alejó para siempre la sombra de una guerra, que lidió bastante bien con los desastres como el fenómeno del Niño ( al que todavía recordábamos los que tuvimos que vivir el vía crucis de 1983, lluvias e inundaciones que dejaron el norte aislado, destruido y Lima en crisis de desabastecimiento).

Aquella lista de tareas cumplidas, esconde en muchos casos los abusos y los crímenes que se cometieron en el gobierno fujimorista. Las ventas de las ineficaces empresas públicas llenaron los bolsillos de algunos funcionarios, las obras sociales en los pueblos y la preparación de las rondas campesinas dejaron a muchas mujeres estériles por programas de planificación mal implementados, la guerra contra el terrorismo mató y mandó a prisión a muchos inocentes, la conquista de la opinión pública se realizó mediante la compra de autoridades, medios de comunicación que considerábamos imparciales y políticos, que siempre –ya desde la dictadura de Odría que Vargas Llosa radiografía tan bien en Conversación en La Catedral– se habían vendido.

Fujimori mismo, obnubilado por el poder que le ofrecía su yunta Montesinos, se presentó con él, en vivo y en directo, y nos lo presentó como el artífice de aquella magnífica obra que estaba legándole al pueblo peruano.

Nos mantuvo ciegos. Nos compró con caramelos. Nos dio orden y a cambio obtuvo el apoyo y el silencio. Pudo haber sido peor. Hay peruanos menos ciegos, más rebeldes, con más información y capacidad crítica que reaccionaron a tiempo. La pasión mal correspondida de una mujer puso el primer Vladivideo en manos de otro político oportunista y los partidos a quienes Fujimori había vilipendiado durante 10 años tuvieron su venganza. Huyó del país y nos mandó un fax. Vivió como un rey en el exilio y creyó que al llegar al Perú lo íbamos a levantar en hombros, que sus fieles huestes de lameculos lo iban a proteger y le iban a abrir las puertas de Palacio de Gobierno.

Fujimori está en la cárcel –una prisión de lujo- porque él lo quiso. Porque vino al Perú siguiendo un pésimo cálculo político. Se puso en manos de la justicia y fue sentenciado en debido proceso.

Visto con la perspectiva que otorga el tiempo, este gobierno de Humala es mejor que el segundo gobierno de Fujimori: nos podemos burlar de Humala y de su mujer, podemos denunciar a cualquiera de los personajes de su partido sin temer que nos llegue un mensaje en clave desde el Pentagonito pidiéndonos silencio. Podemos oponernos, sin temor a que los medios de comunicación se cierren en una batalla sucia en nuestra contra. Podemos criticar, juzgar y hacer empresas sin pagarle cupo a Vladimiro Montesinos.

Que pida perdón, que jure que nunca va a querer volver a ser candidato. Que se desvista de los mil errores que cometieron quienes estaban a su cargo. Que se arrepienta. Después hablamos.

 

Una versión editada y adaptada de este artículo ha sido publicada en el blog Newyópolis de la revista FronteraD.

Mañana vienen los Madmen

Poster de la sexta temporada del drama televisivo MadMen, que comienza mañana.
Poster de la sexta temporada del drama televisivo MadMen, que comienza mañana.

Recuerdo la primera vez que ví un capítulo de Los años maravillosos. Era la representación de una época, vista en conjunto con las transformaciones sociales a que se enfrentaban las familias –padres e hijos. Las aventuras del pequeño Kevin eran fascinantes por sus aproximaciones a temas universales (el amor, la amistad, la hermandad, la paternidad). Yo, que pertenecía a una clase media parecida a la de la familia Arnold, sentía que él estaba experimentando las inseguridades juveniles por las cuales yo había pasado de adolescente. Sin embargo, los traumas de Kevin estaban amortiguados por una familia, siempre cercana a lo que le sucedía a sus hijos, una relación parecida a la de mis padres conmigo y con mis hermanos.

MadMen también retrata una era. Sin embargo,  en el universo –disfuncional– de Don Draper, la familia es sacrificada. El personaje principal, con una enorme carga emocional sobre su cuello (por un pasado de violencia que lo marca en sus relaciones con jefes, empleados, amantes y clientes), es quien despliega ante nosotros la crueldad y el glamour del mercado de la publicidad: Madison Avenue, en Manhattan, epicentro del negocio publicitario, le pone el nombre a la serie.

Junto a Draper, a sus jefes y a los empleados de la agencia, entramos al Nueva York de mitad del siglo XX y al gran negocio que mueve la rueda del capitalismo y el progreso.

El dinero y todo lo que se puede consegir en esa sociedad con él, es lo que vemos desde los ojos Draper, quien ha trepado  hasta donde está pisando a más de uno, sosteniéndose sobre su personalidad arrolladora, inspirado por el único deseo de tener más.

Draper tiene la esposa y la familia que desea, en los suburbios de Westchester. Tiene una casa con todas las comodidades que se le permiten a quien pertenece al segmento más alto de una sociedad capitalista. Lo ha conseguido mintiendo sobre su origen, al igual que muchos de los empleados y jefes con quienes convive a diario. En el mundo de Draper todo se puede sacrificar. Hay sólo un amo al que hay que obedecer y ése se llama «productividad». Su esposa y sus hijos serán los primeros en sufrir por la ambición de Draper.

Como en Los años maravillos, los eventos que transformaron la sociedad norteamericana, también se cruzan en MadMen con cierta violencia: la cotidianeidad del divorcio, la llegada de las drogas, la guerra, el violencia política, las batallas por los derechos de las minorías, la libertad sexual y el aborto, etc. Sin embargo, en este universo donde Draper vive, es difícil sentir empatía. Es muy fácil percibir lo endeble que resulta este universo de pantallas, carteles y eslogans que la aristocracia de la publicidad contribuye a crear.

MadMen, si tuviéramos que resumirlo en una sola frase, sería: un drama de diálogos y situaciones brillantes, un mundo con personajes muy interesantes, llenos de dudas, que sólo reciben respuestas bastante vagas.

La Corte y los derechos homosexuales

Gay rights New York
Portada del New York Times, al día siguiente que el gobernador Cuomo firmara el decreto aprobando el matrimonio entre personas del mismo sexo.

Admiro a Maureen Dowd. En sus últimas columnas en el New York Times, acerca de las discusiones en la Corte Suprema sobre la legalidad del matrimonio homosexual, no ha dudado en llamar cobardes a los jueces, por aferrarse a descabellados argumentos y metáforas inapropiadas para evitar pronunciarse y negarle los derechos del matrimonio a los homosexuales.

Uno de los jueces ha pedido más tiempo para juzgar si la aceptación del matrimonio gay es perjudicial para la sociedad norteamericana. «¿Para qué?» pregunta Dowd. Hace algunas décadas la Corte Suprema usaba el mismo argumento para no pronunciarse sobre si era beneficioso para la sociedad permitir matrimonios interraciales. La salud electoral del actual presidente de los Estados Unidos demuestra cuan equivocados estuvieron entonces y cuan equivocados están ahora.

No resultaría descabellado que –contrariando a las percepciones que se tienen del conservadurismo de los votantes de EEUU– pronto tengamos en la Casa Blanca a una pareja homosexual. Más del 60% de los votantes apoyan la legalidad del matrimonio entre parejas del mismo sexo, y este porcentaje sólo seguirá creciendo, conforme los más jóvenes alcancen la edad de votar y los más viejos ya no puedan hacerlo.

A nivel político, una buena prueba de la velocidad de estos cambios, la ha dado el senador republicano de Ohio, Rob Portman, elegido por su estado con el apoyo de una mayoría evangélica y conservadora. A principios de abril, Portman declaró que había cambiado su opinión luego de que su hijo adolescente le confesara que era gay. Hasta entonces criticaba con fervor cualquier concesión para los gays, hoy apoya el matrimonio homosexual. Si bien su decisión ha enfurecido a una corriente religiosa de Ohio en contra de Portman, muchos de sus seguidores no sólo lo aprueban, sino que no están dispuestos a descalificar su carrera como político en base a esta decisión. Times are changing.

Esta semana ha habido una serie de conversiones entre políticos de ambos partidos, que apurarán lo inevitable: la aceptación a nivel federal –diga lo que diga esta Corte Suprema– tarde o temprano, del matrimonio gay con todos los derechos garantizados por el Estado para los contrayentes.

Dice Dowd: es tan evidente hacia donde van los Estados Unidos, que para la generación que nazca hoy, cuando obtenga la mayoría de edad, el hecho de que la nación haya debatido con tanto ardor sobre los derechos de los homosexuales, le parecerá un tremendo disparate.

Zeno: modelo de Bloom

La obsesión por dejar de fumar es uno de los temas más importantes –y más divertidos– de esta novela.
La obsesión por dejar de fumar es uno de los temas más importantes –y más divertidos– de esta novela.

Una de las primeras impresiones al leer La conciencia de Zeno, es que el personaje principal se parece al Leopold Bloom de Ulysses. Había leído sobre la cercanía de Svevo con Joyce (éste le enseñaba inglés a Svevo en Trieste y se volvieron grandes amigos), pero de todos modos, hay algo en ese descaro con que el jovial y relajado señor Zeno camina por la ciudad de Trieste, que es inevitable pensar en la caminata de Bloom por Dublin.

Me he demorado una semana en leerlo. Por ratos intentando retomar el Herzog de Bellow (que a diferencia del de Svevo no se puede leer si uno no está dispuesto a darle el tiempo y la concentración). Una diferencia esencial entre Joyce, Below y Svevo: la forma de contar las historias. Zeno está contado con la simplicidad de un narrador brillante. Hay un tono del autor y una adecuada descripción de las escenas y de los personajes, pero la línea narrativa siempre sigue su curso. No hay esa preocupación esencial por el ritmo del lenguaje que hay en la novela de Bellow; ni esa necesidad –enfermiza– por inventar en cada palabra, que tiene Joyce. (He leído los tres libros en inglés, las reseñas suelen mencionar que el italiano de Svevo no es tan bueno como para leerlo en el idioma original).

En la clase del profesor Edmund Epstein, leíamos con interés las correrías de Bloom, rodeando sospechosamente a las estatuas desnudas en las afueras de la Biblioteca Nacional de Dublin, con curiosidad por saber si tenían un agujero en el ano. Esa inocencia es posible verla también en la «sinceridad» –o falta de vergüenza– con la que Zeno cuenta sus infidelidades con la aprendiz de cantante, Carla, mientras pareciera querer convencernos que la infidelidad es un sacrificio para amar mejor a su esposa Augusta e indirectamente al amor de su juventud: Ada, hermana de Augusta.

Si bien en los tres libros el dinero es parte importante de la trama, para Zeno, de condición acomodada, éste parece siempre estar asegurado–ya sea por la decisión de su padre, que ha nombrado un responsable, desconfiado de la capacidad de su hijo, o por las relaciones familiares, en la cuales el dinero se discute. Las riquezas nunca (a pesar de la amenaza de desastre) son motivo de extrema urgencia. En el caso de Bloom en Ulysses, pero sobretodo en Herzog, donde ambos hombres son burgueses de clase media, el tema del dinero siempre es generador de tensión, es una herramienta para crear conflicto o para solucionarlo. El motivo del dinero es muy frecuente en las obras de Bellow, no tanto en las de Joyce.

Zeno es un mundo de la mediana edad. Herzog es un testamento de la entrada a la vejez. Si el Dublin de Ulysses no fuera también el purgatorio de Stephen Dedalus, la obra de Joyce se parecería mucho más a la de Svevo.

Después de leer La conciencia de Zeno, escribí este pequeño ejercicio en mi blog de FronteraD: Newyópolis. Intentaba demostrar el estilo de Svevo, con un tema obsesivo del personaje y esa relación ambivalente (más de rechazo que de aceptación) del autor con el psicoanálisis.

Fumadores e hipocondríacos encontrarán un placer adicional en el libro, pues el autor discute con intensidad, a lo largo de toda la historia, la necesidad de dejar de fumar y la permanente posibilidad de enfermarse y morir.

El vicio y la conquista del mundo

Las portadas de Vice nunca se han caracterizado por su buen gusto. Tienden a ser chocantes y ofensivas.
Las portadas de Vice nunca se han caracterizado por su buen gusto. Tienden a ser chocantes y ofensivas.

Williamsburg siempre me ha parecido un lugar frío. Al menos, mucho más helado que el Downtown de Brooklyn o el Woodlawn del Bronx. Sospecho que así es porque mis recuerdos son de invierno, de mañanas o tardes en que me sentaba en sus hospitalarios cafés  a renegar del tiempo, o de noches en las que caminaba abrigándome, sobre la nieve, hacia algún club oscuro entre las paredes adornadas de grafitti.

Allí en Williamsburg, encontré Vice por primera vez. Era una revista con carátula de colores chillones, mucha publicidad y unos cuantos artículos casi ininteligibles. Un experimento editorial, gratuito, que yo recogía y consumía con mayor velocidad que el Village Voice.

Esta semana, en un largo artículo en The New Yorker, descubro que aquella publicación ya no es una revistilla sino un conglomerado multimedia con 35 oficinas en el mundo, convenios de distribución y producción con gigantes como YouTube, HBO y Viacom, con reportajes espectaculares, no siempre de muy buen gusto, que van desde la santería y la criminalidad en Caracas o la imposible forma de vida en Corea del Norte , hasta la venta de armas en Florida o las fotos de crímenes violentos publicados por un diario amarillista de la Ciudad de México.

«Una buena noticia es la que puedes contarle a tu mejor amigo, sentado en el bar, mientras se toman un trago», dice Shan Smith, gerente general de Vice y protagonista de muchos de los reportajes. Smith es un ambicioso hijo de puta, en el buen sentido de la palabra.

El artículo nos cuenta sus inicios en Canadá. Vice empezó en 1994 como una publicación gratuita, aprobada como parte de un programa del gobierno para jóvenes desempleados, destinado a ser una revista que informara sobre la vida cultural de Montreal. Smith y sus socios, pronto convirtieron a Vice en la herramienta para cubrir los tres temas que más amaban: las drogas, el rap y el punk. Al parecer Smith tiene un talento muy especial para olfatear notas de interés y para cerrar negocios de publicidad. Por los años en que mudaron la operación a Williamsburg, ya Smith solía llamar de madrugada desde los teléfonos públicos a gritarle a sus amigos «¡Vamos a ser ricos!». En 2013, Vice tiene más de un millón de suscriptores a sus páginas web y canales de YouTube y la ambición de convertirse en una cadena de noticias de 24 horas para jóvenes, al mejor estilo de CNN.

En febrero de 2013, Vice hizo noticia. Smith y su equipo fueron recibidos por el líder supremo de Corea del Norte: Kim Jong Un. Al saber que Jong Un era un fanático de los Chicago Bulls y de la NBA (desde sus años de estudios en un internado suizo), Vice organizó un partido de exhibición de los Globetrotters en la capital norcoreana, con un fantástico invitado: Dennis Rodman, ex estrella de los Bulls. Rodman se convirtió en el primer ciudadano de los Estados Unidos en estrecharle la mano a Jong Un y se sentó a su lado durante el juego. Aquella visita fue parte de los preparativos para el lanzamiento de la próxima serie Vice por HBO, según Smith, una de las tantas jugadas maestras en su objetivo de transformar la televisión y convertirse en líder informativo para el segmento joven.

Hace unas horas terminé de ver un documental de Vice sobre SOFEX,  una gran feria de armamento en Jordania, información que no solemos ver en los canales de los Estados Unidos.  El reportaje es muy bueno. Pienso contárselo a mis amigos la próxima vez que nos tomemos unas cervezas.

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