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The New York Street

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Pensando en voz alta

 

Quiero escribir un ensayo sobre Middlemarch. Tengo como fuentes de información el libro de LeavisThe Great Tradition– y el Western Canon de Harold Bloom. Tengo los ensayos de la edición de la Norton, con esta terminante declaración de Henry James en un ensayo de 1873:No hay nada más poderoso que esas escenas en toda la ficción inglesa, y ciertamente nada más inteligente.

James se refiere a las escenas donde Tertius Lydgate, el doctor del pueblo, joven y voluntarioso, que cree contar con la energía necesaria para transformar completamente la historia de la medicina moderna, tropieza con los problemas comunes del hombre vulgar: deudas contraídas para amueblar la casa, una renta demasiado cara, chismes cuando las tiendas empiezan a negarle el crédito, y una esposa bellísima pero engreída a la que no le interesa nada sino ella misma.

James habla del «drama humano» retratado magníficamente por Eliot, de «las luchas de un alma ambiciosa al tropezar con los sórdidos desencantos y las verguenzas comunes a las que se tienen que enfrentar los simples mortales».

Estaba un poco desencantado con la idea de que nadie lee Middlemarch, de que poca gente se atreve a enfrentarse con las más de 500 páginas (en letra pequeña) de la magistral novela de Eliot. Sin embargo me alivia saber que estoy equivocado. El 2008 Sam Mendes, el de American Beauty, empieza la adaptación de Middlemarch para el cine.

Me interesa el retrato de Mr. Casaubon. Estuve pensando si el personaje no tiene unas dimensiones que aún no han sido suficientemente valoradas, porque se trata del típico envidioso intelectual frustrado cuyo único pecado -o pecado original- es haber estado demasiado tiempo metido entre los libros y carecer de las herramientas para juzgar el mundo. Una especie de Lobo estepario que nunca alcanza la redención. Y sin embargo Herman Hesse escribe sobre un intelectual aislado, Casaubon es un intelectual que busca el contacto con la sociedad y al que además le interesa mucho el qué dirán. Casaubon es el hombre que se juzga mejor que todos pero no puede probar ningún resultado intelectual que amerite la fama que él mismo se otorga, que sobrevalora aquella «futura obra», aquella Llave de todas las mitologías que nunca verá la luz.

Dorothea es un personaje magnífico. James la considera «una creación brillante». Podemos sentir a Dorothea casi levitando de contenta cuando realiza una obra de bien. Su problema -ser corta de vista-no le impide alcanzar su objetivo, previo matrimonio con Will Ladislaw.

Sin embargo, el personaje de Dorothea tiene ya varias copias. Sin ir muy lejos: las dos heroínas en las que se basó Eliot para crearla: Antígona y Santa Teresa de Ávila.

Casaubon no sé si tenga copias. Y no sé si haya sido estudiado lo suficiente.

Las mentiras piadosas


Manhattan está bañado en neblina. Lo cubre una lluvia que cae a trompicones. El temporal se alarga indefinidamente. No vemos el sol desde el sábado.

En la autopista, un patrullero bloquea la pista y asistimos al espectáculo de un carro triste, cubierto hasta la mitad en un charco de agua. Algunos estacionan su auto a un costado, las llantas clavadas en el fango. Trato de esquivar las patrullas, los bomberos. Nos desvían hacia la autopista. Todo se ve con una luz distinta bajo el charco de esta lluvia.

Anoche se detuvo por un momento. Caminábamos hacia la espalda del edificio agarrados de la mano. Todavía me pregunto qué es lo que me hace reír tanto. No es su risa, no es su mirada. Le digo que por momentos creo estar metido en un sueño. Tanto manejar para volver a quedarnos estancados en el tiempo. Varias tazas de café. La rutina de la pantalla en blanco, la falta de azúcar. Manejando a las siete de la mañana por la autopista a Westchester, enmedio de la lluvia, nos damos cuenta de que el planeta se ha paralizado.

Tienen un aire de pueblito los restaurantes de los suburbios. Hay tanta gente sonriente. Hemos cambiado los tamales peruanos por un par de omelets. Los chicharrones por un par de tostadas. Hace un mes y medio se salió el río y los sótanos de los edificios de las calles de los suburbios quedaron debajo del agua. Por la avenida Mamaroneck, entre los autos estacionados, circulaban los botes rescatando pasajeros. He quedado satisfecho con el jugo de naranja.

El sábado era un breve episodio de primavera. No importaba si el viernes todos reclamaban ¿Qué ha pasado con el invierno? ¿Por qué se ha quedado tanto tiempo? Yo recuerdo que el verano duró hasta mediados de enero, así que no me quejo tanto. Tal vez es mejor recibir la primavera por episodios, en avances. Al final el frío siempre se termina yendo y nos quedamos con los aires acondicionados y el sudor.

En mi primer episodio de primavera estuve leyendo los Versos Satánicos. El famoso episodio del capítulo 2, -que alguien en clase dijo que podíamos pasar por alto-, resulta siendo muy interesante. Es la historia ficcionada del nacimiento del Islam, la guerra entre las tribus que no querían a Mahoma y su religión de un solo Dios. Baal es una especie de rapero, un talentoso Eminem contratado por el jefe del pujante oasis para que dedique sus mejores versos a atacar al mensajero de Alá y a sus cuatro tristes seguidores. He abierto el tomo 3 de la Historia de las Religiones de Mircea Eliade y leo la breve biografía de Muhammed. Coincide con la ficción. Eliade recalca la importancia de Mahoma: es el único creador de alguna de las cuatro religiones modernas de importancia del cual se conserva una biografía casi completa. Su estudio permite estudiar cómo se crea una fe, cómo se establece una religión y cómo esta se esparce por el mundo.

Me imagino que es como el marxismo. Nace de un hombre y una idea poderosa que resuelve un problema de actualidad. El problema con las religiones es que es más difícil de probar si funciona o no funciona. No es como derribar un muro y probar con las estadísticas de cuanto te demorabas antes en instalar una línea telefónica o en hacer la cola para el papel higiénico. A las religiones sólo hay que tenerles mucha fe.

De todos modos la prosa de Salman Rushdie es funcional, la historia es hasta cierto punto ágil y queda la buena impresión de estar siempre aprendiendo algo nuevo. Si bien sea cómo funciona el aparato de las estrellas Bollywoodenses y las relaciones patriarcales en Bombay. Pero lo de Mahoma ha sido suficiente. Me alegra saber que estoy llegando a la página 175, donde tengo que leer hasta mañana martes antes de la clase. No había leído nada mientras avanzaba con la lectura de Middlemarch y con mi propuesta de investigación sobre Amalia Elguera.

A medianoche, tratando de escribir, me acordé otra vez de las risas y de los ojos y volví a la cama para darle un beso. Después me fue más fácil regresar a la computadora, a resumir mi propuesta de investigación. Se refrescó la memoria sobre algunos puntos que había leído entre sus papeles, diarios, capítulos mecanografiados y conferencias manuscritas. Leo entre mis apuntes que Elguera dedica una charla y muchas páginas a estudiar a George Eliot páginas a las cuales claro, ahora me gustaría volver.

Elguera tiene una tragedia sobre los momentos posteriores al duelo entre París y Menelao. El rey y Héctor instan al príncipe a devolver a Helena y este se niega con la misma frialdad con la que algunos ladrones se niegan a devolver el billete que se te ha caído del bolsillo momentos antes. No le importa haberse salvado de morir gracias a la providencia. No le importa que si no entrega a la mujer por la que toda una escuadra de griegos fue mandada a la muerte, la ciudad sea devorada por las llamas. Tampoco le interesa el amor de Helena, sólo su engreimiento justifica su fechoría.

Hay otro ensayo sobre Dante, donde Elguera descalifica a Marx por haber citado mal a Dante en El Capital. No sabía que Marx era fan de la Comedia. Sospecho que tal vez hubiera podido conversar de libros con Borges, entre mordida y mordida, citando al poeta y Borges mirándolo entre la neblina de sus legañas sospechando que si bien el gordo había leído a Dante, lo cierto es que lo había leído muy mal.

Middlemarch


George Eliot es considerada una de las mejores escritoras en lengua inglesa. FR Leavis la consideraba junto a Joseph Conrad, Henry James y Jane Austen uno de los cuatro mejores novelistas de Inglaterra.

Una de las ventajas de ser profesor en la universidad es que puedes pedirle libros gratis a la Norton. Este es el primero de los libros que me ha llegado, (con Moll Flanders, Howard’s End y The Decameron).

Acabo de pasar llegar a la pagina 100(Me faltan 400). Me gustan los comentarios intercalados de Eliot, como un narrador sabelotodo, al que le encanta dar opiniones y generalizar («todos sabemos lo que busca un joven doctor de provincia a los 27″,»a los hombres de provincia les gusta una mujer que sepa tocar el piano y que no abra mucho la boca», ese tipo de opiniones).

Se parece bastante a Austen. Me gusta la claridad y facilidad con la cual Eliot crea las diferentes voces de los personajes y sus descripciones de la clase burguesa del campo, con sus toneladas de prejuicios.

Por mi ventana, en la biblioteca de Cold Spring, se ve una casa de campo. Cold Spring es un pueblito como aquellos donde vivieron los personajes de Middlemarch, al lado del Hudson river, a una hora y quince minutos de New York City. Al frente del hotel, apenas cruzando el rio, se divisa la fortaleza del campo de entrenamiento militar de West Point. Ha amanecido nublado, los cerros, tapados por la neblina. Desayuno continental, cereal, dos tacitas de cafe, fruta fresca y bagels con queso Philadelphia. Volvemos a Middlemarch.

Crash

En Canadá abundan los caraduras. No hay suficiente gasolina para apuntalar todas las cosas que habría que reventar de una vez por todas. Líos legales, papeles, fresas desparramadas sobre la consola del automóvil. De pronto todo está estático. Un mal movimiento y las cuatro ruedas se escapan de control.

El espacio galáctico ha sido formado por seres de la misma calaña de Vaughan. No hay que ser un genio para percatarse que los espacios se han acortado, que el tiempo corre cada vez más rápido, que ya no tenemos ni siquiera una hora y media de nuestra vida para dedicarla a escuchar un concierto de música clásica. El espacio galáctico está cubierto con las cicatrices de seres como Vaughan y tal vez sea lo mejor.

Recuerdo las carreras de motos en la playa, una chica rubia con el pezón escapándose ligeramente de la ropa de baño. ¿Sentía lo mismo que yo? ¿Es indispensable el vértigo para evolucionar? ¿Seremos en algún momento máquinas? ¿Y la poesía?

En algún momento nacerá en este país la niña robot poeta. Sus lágrimas se deslizarán por sus mejillas y su voz temblará con la misma calidad con que tiemblan las niñas reales. Y alguien exclamará entre sollozos en el público reunido para apreciar su arte: ¡Te amo!

Escondido entre las cortinas del teatro, su creador sonreirá orgulloso, pero sin olvidar los tres o cuatro detalles que deberá modificar y reparar para su siguiente modelo.

Los e-mails cada vez serán más personales y podremos verter lágrimas en ellos con la misma facilidad con que caían las gotas en las cartas antiguas. Y los errores gramaticales serán menos comunes. Serán nuestras cartas y nuestra escritura y las amaremos porque nosotros seremos tan mecánicos como ellas. Nuestros circuitos tendrán marca de fábrica, como ya la tienen algunos corazones, pulmones, córneas, estómagos.

En ese tiempo, no tan lejano, nuestros pensamientos estarán todavía rondando y alguien los captará entre la telaraña de señales y mensajes del pasado. En ese instante mis dedos correrán, listos para agarrarlo: El futuro.

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