Buscar

The New York Street

Un blog lleno de historias

Etiqueta

Libros

El plan

Portada de la novela de Orhan Pamuk sobre su ciudad natal: Estambul.

Mi amigo se ha alojado muy cerca de Times Square,  en un hotel con noches en oferta que tiene su acceso privado a un Night Club. Ya fue, ha desayunado dos huevos sunny side con jamón mientras mientras miraba a las stripper. Se ha pasado la servilleta por la boca cubierta de migajas antes de pagar 20 dólares para que una dominicana le ofrezca un bailecito privado. Era una canción de Rihanna, una que todas las mañanas me despierta cuando la radio automáticamente se enciende en el show de Nick Cannon. Sobre un sillón a oscuras, ella le ha acercado sus tetas cibaeñas y él ha besado la piel tibia aún con el saborcito en la garganta a huevo frito. Después ha subido los escalones del club y me ha encontrado en la calle 44,  frente al hotel.

Está un poco más arrugado. Más de 10 años sin verte, así es como uno pierde poco a poco a los amigos.  Divorciado, lleno de vida, un poco más gordo, negocios viento en popa en Lima y en la Florida. Me pregunta: ¿Qué vamos a hacer?Establecemos el plan de los principiantes: ferry a Staten Island, Sea Port, caminata sobre el Puente de Brooklyn. Luego, me vas a acompañar a Queens, es una conferencia a cargo de un Premio Nobel de literatura: Orhan Pamuk ¿Lo has leído?

Todo parece interesarle,  es un niño por primera vez en el zoológico. Trepamos al ferry y nos tomamos fotos con la estatua de la libertad, él despide aquella mirada de todos los turistas al comprobar su tamaño, ¿y eso es todo? La primera actriz de las postales neoyorquinas es una enana. Ayudamos a un par de coreanas a salir juntas con el paisaje de los rascacielos en el fondo; tomamos un bus gratuito hacia el puerto, almorzamos apurados una pizza, después de despreciar los bocaditos que nos ofrecen los restaurantes chinos.  Tomamos un taxi–parte del tour– hacia el puente. Apoyamos la espalda contra los cables,  nos fotografiamos bajo los arcos de piedra sobre el East River, las puertas de entrada a Brooklyn ¿Sabes cuánta gente murió en la construcción de este puente? Decenas de bicicletas, pasan de uno a otro lado de la ciudad, interrumpiendo a dos amigos que no conversaban desde el siglo anterior. Hay que hablar de Lima, de Nueva York, no hay muchas cosas que decirnos: las conversaciones no se pueden construir con tantos saltos aislados en el tiempo. Resumiré: es feliz. Ya caminamos por Brooklyn. Las luces de la tarde empiezan a marchitarse. Paseamos por el Promenade inspirador y nos zambullimos en los trenes subterráneos, rumbo a Queens.

Mi tercer Nobel. El primero fue Seamous Heaney en la Morgan Library y el segundo Mario Vargas Llosa en una premiación en el PEN Institute en la cual se sentaba y se le podía ver el final de los calcetines. Le explico a mi amigo la estrategia: yo voy a entrar al auditorio como periodista, hablando con los organizadores (una mujer de anteojos que veo que saluda distraída a los invitados al lado de la puerta); mientras él ingresa con mi carnet de profesor, la foto es sorprendentemente parecida y, además, en estos eventos nadie mira muy de cerca las identificaciones. Dspués de rogar un poco porque me he olvidado de llamar con anticipación «Please, don’t do this the next time» la muchacha me deja pasar y me alcanza un folleto para prensa de una serie de eventos alrededor del mismo tema: no sabía que Queens College estaba celebrando el año de Turquía (tampoco que Pamuk era tan joven. Pensé que la foto de la contraportada de Istanbul era antigua y retocada.) El evento en en realidad una conversación sobre el escenario, grabada para NPR, a cargo del famoso Leonard Lopate. Son dos famosos discutiendo Istanbul y la última novela de Pamuk, que no es otra cosa que la continuación de sus memorias de una ciudad donde ha vivido ininterumpidamente desde su infancia.

El inglés de mi amigo es demasiado básico para esta conversación entre literatos, este paseo por el Huzun de Constantinopla, las tardes del Bósforo con los ferrys cruzando del oriente al occidente, los amantes deteniéndose en las orillas del río para ver las fogatas con las que se consumían los últimos palacios de madera del imperio otomano; o las terribles tardes masturbatorias del joven Orhan, disecado en un edificio de museo donde sus antepasados se adjudicaban para vivir pisos distintos, intentando escapar de su destino con apasionados amores por las revistas antiguas sobre Estambul, los poemas sobre Estambul, las pinturas de Estambul y cada pedacito de historia contado por los ilustres visitantes que contrajeron  la gonorrea, el chancro blando o la sífilis allí, como Flaubert.

La noche es redonda. Al salir de Queens College somos más amigos de antes. Yo tengo mi tercer Nobel y él su primero. Yo estoy demasiado cansado para seguir la noche: tengo libros que releer, clases que preparar. Nos arrastramos por Times Square, tomamos una última foto para mi álbum de visitantes ilustres y me voy a casa.

Mi amigo se queda parado frente a la puerta de su hotel: su avión sale algunas horas más tarde, pero él cree ver unas tetas del Cibao que lo llaman locas y desesperadas desde allá abajo, entre la música disco del Night Club. Así que decide bajar las escaleras y meterse un rato más, pasar la última noche en su nuevo Estambul.

Lecturas del 2011 recomendadas

Foto de Rachel Olsen

Una pared de azotea que daba al mar. Detrás de la azotea la arena y el agua golpeando contra la pared, mientras yo me deslizaba en otro sueño con mi copia de La promesa del alba de Romain Gary. Había terminado de leer a Bellow y el cambio era justo y necesario. Caminé al amanecer por la orilla con un perro amigo siguiéndome los pasos. Saltaba mientras yo pensaba en ciertas reflexiones de Humboldt’s Gift y me preparaba para el siguiente día. Olor de aracanto y de sal, recostado en una hamaca, solo, esperando que baje el sol. Palpé el dulce papel, lo besé. Se llamaba Freedom de Jonathan Franzen. Me desperté a medianoche para seguir las páginas. En la mañana reescribí un párrafo solo para entender la mecánica. Así se escriben las líneas de una novela. Acá va un punto aparte, acá se sigue de largo. Había leído que Franzen necesitaba estar desconectado y que consideraba la electricidad y el Internet como la condena del escritor moderno. Seguí leyendo y varias hamacadas más tarde lo terminé. En Lima busqué otra novela de Gary pero no hubo suerte. Estaba en una edición de bolsillo al costado de otro libro que leí a medias: Auto de fe, de Canneti. Esas novelitas que te gustaría coger en alemán original. Me acordé que Masa y poder (en inglés) me está esperando. De Lima me llevé Pan de Knut Hamsun y la bellísima La Playa de Cesare Pavese. Llegando a Nueva York, todavía fresco de las vacaciones tomé un libro fascinante: Summertime de Coetzee (cortesía de mi agente Penguin de la universidad que me engríe y me manda los tomos educativos mezclados con los del placer). A mí me gusta Coetzee y me encantan sus ensayos. Summertime es ensayo, novela y biografía. Hay escenas soberbias como aquella cuando el personaje se queda botado en una excursión por las tierras abandonadas y secas del desierto sudafricano, acompañado de un antiguo–y prohibido–primer amor. La mitad del año me la pasé leyendo y escribiendo cosas dispersas. Recuerdo haber releído Los Culpables y habérsela recomendado a varios amigos sin saber que Villoro vendría el siguiente semestre a Nueva York.

Me fui a Yucatán en agosto y allí–con el Caribe y la arena de compañeros– me leí mientras me bronceaba A Visit from the Goon Squad de Jennifer Egan. En marzo, había leído en Hermano Cerdo que Egan le había quitado el National Book Award a la novela de Franzen. Me gustó el estilo, la frescura y la visión de Egan (muy simpática en persona) pero creo que si no le dieron el NBA a Franzen fue o por cojudez o por envidia: Freedom es «la» novela. Claro, aquí podemos ponernos a discutir si la novela mira para adelante o mira para atrás. Si mira para atrás, la mejor novela es la de Franzen, si mira para adelante, la mejor novela es la de Egan. Yo creo que la novela tiene que mirar para atrás y para adelante. Pero Freedom es magnífica y la prosa de Egan–cierta, justa, trabajada–ciertamente me obligó a llenar su libro de arena para seguir las páginas en la playa, pero no a levantarme en la madrugada para seguir leyéndola, como sí lo hicieron las criaturas obsesionadas y los párrafos musicales de Franzen.

Regresando de Yucatán cogí Palmeras de la brisa rápida de Juan Villoro: la mejor guía para el turista no convencional que viene de remojar los pies en Cancún. Villoro tiene el defecto de repetir las anécdotas; pero también la virtud de darles giros distintos, como si estuviera trabajando en encontrar las mil y una posiblidades de contarnos todas las noches, sin aburrirnos, la misma puta crónica. Aprendí mucho sobre guayaberas, los mayas, mitología y folklore yucateca y cómo ser huachito en Mérida y no morir en el intento. De México, además de fotos nadando con los tiburones y soltando tortugas en la playa, también me traje de un Gandhi (cortesía de El Testigo) una versión popular del fce de La Suave Patria (buena) y las Crónicas literarias (mediocres) de Ramón Lopez Velarde.

La segunda parte del año estuvo llena de novelas cortas latinoamericanas porque me metí a un curso revisionista. Las que recomiendo–leídas en larguísimas odiseas de tren por cortesía de los incompetentes de New Jersey Transit son dos: El pozo de Onetti y Estrella distante de Roberto Bolaño. También releí Los adioses, Crónica de una muerte anunciada y La invención de Morel pero se puede ser latinoamericano y cool y vivir sin ellas. No se puede ser muy cool sin haber leído El Pozo y Estrella distante. Es más, no se puede entender las brujerías cancerígenas y bolivarianas de Hugo Chávez, ni los vómitos que provoca la mención de la palabra dictadura o el nombre de Augusto Pinochet sin haber leído esas dos novelitas.

Otra «novela» que tiene que ver con el mismo tema–la dictadura y el poder–vino de España. Me la recomendó un buen amigo en una escena de Long Island con sonidos de fondo de chillidos de gaviotas y reventazón de olas: Anatomía de un instante de Javier Cercas. La leí en pocos días, atrapado por los hechos que agarran viada y se vuelven violentos y circulares como los de un huracán. Con Cercas aprendí mucho del proceso político español y de cómo abarcar la realidad desde la literatura. Después de leer Anatomía de un instante, tropecé casi de casualidad con el mejor cuento que leí este año: «Los eucaliptos» de Julio Ramón Ribeyro. Precioso.

Después de leer novelitas, leí un novelón: El disparo de argón, de Juan Villoro. Me abrió los ojos. El escritor abraza la ciudad y la despedaza, agarra a los personajes y los transforma en marionetas, coge al lector y lo sube a la montaña rusa en carrito sin revisión técnica. El autor es el técnico de rayos X de la sociedad mexicana. Un poco triste que muchos de sus compatriotas solo hayan leído sus crónicas de futból. También hay dos libros de ensayos de Villoro que se deben al menos leer en toda clase seria de literatura: De eso se trata y Efectos personales. Es el mágico truco de hablar de cosas importantes como si no lo fueran. Ensayos literarios envueltos con papel regalo para el viajero frecuente y para el recién llegado.

Ya cuando acababa el año me acordé de Amazon, que me sirvió para regalarme por menos de dos dólares una edición usada de The Sea de John Banville. No es Coetzee, no es Franzen, es otra cosa. Saber que es irlandés y que escribe novelas policiales con seudónimo debería ser suficiente para entender sus influencias y sus aspiraciones. Otro gran autor con el que no me había metido –y que como dice Marc Anthony valió la pena– fue W.G. Sebald. Ya estaba harto de leer sobre Sebald así que con Amazon encargué dos de sus novelas. De las dos decidí empezar con la más antigua: The Emigrants. Una colección de estampas de alemanes que escaparon de Alemania antes o durante el holocausto. Las voces de quienes sobrevieron la pesadilla e intentaron en otros mundos odiar a su país: a los paisajes, a los recuerdos que los hicieron alemanes. Eran judíos y por lo tanto tenían que olvidarse de su germanidad. Olvidarse de todos los susurros de paz antes de la guerra. En especial, a mí me llegó al alma un pasaje del libro en el cual un personaje llega a los Estados Unidos a visitar a una vieja tía. Mientras conduce su auto alquilado por la Palisades Parkway menciona una antigua residencia en Mamaroneck y un departamentito en el Bronx. Ese personaje (¿Sebald?) cuenta también mi historia: Yo llegué a vivir en un edificio en Mamaroneck que se caía a pedazos (fue demolido en 2004) y terminé viviendo en un departamentito en el Bronx.

Allí en mi estante, también de Sebald, esperan el 2012 Austerlitz, The Infinities de Banville, The Elementary Particles (Atomised) de Houellebecq, Istanbul de Pamuk, Historia abreviada de la literatura portátil de Vila-Matas y Cocaine Nights de Ballard. Esos serán, tal vez, mis primeros libros del 2012.

Antes de acabar el año, entre el 30 y el 31 de diciembre, me leí de un porrazo The Art of Fielding de Chad Harbach (el fundador-editor de n+1). Es un novelón que mira para atrás, pero sin la música de Franzen. Son casi 600 páginas de una historia bien estructurada, con las tensiones bien puestas, con mucho Herman Melville y mucha cultura americana (el béisbol sobre todo). Una joyita que con toda seguridad hará una gran película. Una última recomendación para los amantes de las buenas historias.

Pensando en voz alta

 

Quiero escribir un ensayo sobre Middlemarch. Tengo como fuentes de información el libro de LeavisThe Great Tradition– y el Western Canon de Harold Bloom. Tengo los ensayos de la edición de la Norton, con esta terminante declaración de Henry James en un ensayo de 1873:No hay nada más poderoso que esas escenas en toda la ficción inglesa, y ciertamente nada más inteligente.

James se refiere a las escenas donde Tertius Lydgate, el doctor del pueblo, joven y voluntarioso, que cree contar con la energía necesaria para transformar completamente la historia de la medicina moderna, tropieza con los problemas comunes del hombre vulgar: deudas contraídas para amueblar la casa, una renta demasiado cara, chismes cuando las tiendas empiezan a negarle el crédito, y una esposa bellísima pero engreída a la que no le interesa nada sino ella misma.

James habla del «drama humano» retratado magníficamente por Eliot, de «las luchas de un alma ambiciosa al tropezar con los sórdidos desencantos y las verguenzas comunes a las que se tienen que enfrentar los simples mortales».

Estaba un poco desencantado con la idea de que nadie lee Middlemarch, de que poca gente se atreve a enfrentarse con las más de 500 páginas (en letra pequeña) de la magistral novela de Eliot. Sin embargo me alivia saber que estoy equivocado. El 2008 Sam Mendes, el de American Beauty, empieza la adaptación de Middlemarch para el cine.

Me interesa el retrato de Mr. Casaubon. Estuve pensando si el personaje no tiene unas dimensiones que aún no han sido suficientemente valoradas, porque se trata del típico envidioso intelectual frustrado cuyo único pecado -o pecado original- es haber estado demasiado tiempo metido entre los libros y carecer de las herramientas para juzgar el mundo. Una especie de Lobo estepario que nunca alcanza la redención. Y sin embargo Herman Hesse escribe sobre un intelectual aislado, Casaubon es un intelectual que busca el contacto con la sociedad y al que además le interesa mucho el qué dirán. Casaubon es el hombre que se juzga mejor que todos pero no puede probar ningún resultado intelectual que amerite la fama que él mismo se otorga, que sobrevalora aquella «futura obra», aquella Llave de todas las mitologías que nunca verá la luz.

Dorothea es un personaje magnífico. James la considera «una creación brillante». Podemos sentir a Dorothea casi levitando de contenta cuando realiza una obra de bien. Su problema -ser corta de vista-no le impide alcanzar su objetivo, previo matrimonio con Will Ladislaw.

Sin embargo, el personaje de Dorothea tiene ya varias copias. Sin ir muy lejos: las dos heroínas en las que se basó Eliot para crearla: Antígona y Santa Teresa de Ávila.

Casaubon no sé si tenga copias. Y no sé si haya sido estudiado lo suficiente.

Las mentiras piadosas


Manhattan está bañado en neblina. Lo cubre una lluvia que cae a trompicones. El temporal se alarga indefinidamente. No vemos el sol desde el sábado.

En la autopista, un patrullero bloquea la pista y asistimos al espectáculo de un carro triste, cubierto hasta la mitad en un charco de agua. Algunos estacionan su auto a un costado, las llantas clavadas en el fango. Trato de esquivar las patrullas, los bomberos. Nos desvían hacia la autopista. Todo se ve con una luz distinta bajo el charco de esta lluvia.

Anoche se detuvo por un momento. Caminábamos hacia la espalda del edificio agarrados de la mano. Todavía me pregunto qué es lo que me hace reír tanto. No es su risa, no es su mirada. Le digo que por momentos creo estar metido en un sueño. Tanto manejar para volver a quedarnos estancados en el tiempo. Varias tazas de café. La rutina de la pantalla en blanco, la falta de azúcar. Manejando a las siete de la mañana por la autopista a Westchester, enmedio de la lluvia, nos damos cuenta de que el planeta se ha paralizado.

Tienen un aire de pueblito los restaurantes de los suburbios. Hay tanta gente sonriente. Hemos cambiado los tamales peruanos por un par de omelets. Los chicharrones por un par de tostadas. Hace un mes y medio se salió el río y los sótanos de los edificios de las calles de los suburbios quedaron debajo del agua. Por la avenida Mamaroneck, entre los autos estacionados, circulaban los botes rescatando pasajeros. He quedado satisfecho con el jugo de naranja.

El sábado era un breve episodio de primavera. No importaba si el viernes todos reclamaban ¿Qué ha pasado con el invierno? ¿Por qué se ha quedado tanto tiempo? Yo recuerdo que el verano duró hasta mediados de enero, así que no me quejo tanto. Tal vez es mejor recibir la primavera por episodios, en avances. Al final el frío siempre se termina yendo y nos quedamos con los aires acondicionados y el sudor.

En mi primer episodio de primavera estuve leyendo los Versos Satánicos. El famoso episodio del capítulo 2, -que alguien en clase dijo que podíamos pasar por alto-, resulta siendo muy interesante. Es la historia ficcionada del nacimiento del Islam, la guerra entre las tribus que no querían a Mahoma y su religión de un solo Dios. Baal es una especie de rapero, un talentoso Eminem contratado por el jefe del pujante oasis para que dedique sus mejores versos a atacar al mensajero de Alá y a sus cuatro tristes seguidores. He abierto el tomo 3 de la Historia de las Religiones de Mircea Eliade y leo la breve biografía de Muhammed. Coincide con la ficción. Eliade recalca la importancia de Mahoma: es el único creador de alguna de las cuatro religiones modernas de importancia del cual se conserva una biografía casi completa. Su estudio permite estudiar cómo se crea una fe, cómo se establece una religión y cómo esta se esparce por el mundo.

Me imagino que es como el marxismo. Nace de un hombre y una idea poderosa que resuelve un problema de actualidad. El problema con las religiones es que es más difícil de probar si funciona o no funciona. No es como derribar un muro y probar con las estadísticas de cuanto te demorabas antes en instalar una línea telefónica o en hacer la cola para el papel higiénico. A las religiones sólo hay que tenerles mucha fe.

De todos modos la prosa de Salman Rushdie es funcional, la historia es hasta cierto punto ágil y queda la buena impresión de estar siempre aprendiendo algo nuevo. Si bien sea cómo funciona el aparato de las estrellas Bollywoodenses y las relaciones patriarcales en Bombay. Pero lo de Mahoma ha sido suficiente. Me alegra saber que estoy llegando a la página 175, donde tengo que leer hasta mañana martes antes de la clase. No había leído nada mientras avanzaba con la lectura de Middlemarch y con mi propuesta de investigación sobre Amalia Elguera.

A medianoche, tratando de escribir, me acordé otra vez de las risas y de los ojos y volví a la cama para darle un beso. Después me fue más fácil regresar a la computadora, a resumir mi propuesta de investigación. Se refrescó la memoria sobre algunos puntos que había leído entre sus papeles, diarios, capítulos mecanografiados y conferencias manuscritas. Leo entre mis apuntes que Elguera dedica una charla y muchas páginas a estudiar a George Eliot páginas a las cuales claro, ahora me gustaría volver.

Elguera tiene una tragedia sobre los momentos posteriores al duelo entre París y Menelao. El rey y Héctor instan al príncipe a devolver a Helena y este se niega con la misma frialdad con la que algunos ladrones se niegan a devolver el billete que se te ha caído del bolsillo momentos antes. No le importa haberse salvado de morir gracias a la providencia. No le importa que si no entrega a la mujer por la que toda una escuadra de griegos fue mandada a la muerte, la ciudad sea devorada por las llamas. Tampoco le interesa el amor de Helena, sólo su engreimiento justifica su fechoría.

Hay otro ensayo sobre Dante, donde Elguera descalifica a Marx por haber citado mal a Dante en El Capital. No sabía que Marx era fan de la Comedia. Sospecho que tal vez hubiera podido conversar de libros con Borges, entre mordida y mordida, citando al poeta y Borges mirándolo entre la neblina de sus legañas sospechando que si bien el gordo había leído a Dante, lo cierto es que lo había leído muy mal.

Middlemarch


George Eliot es considerada una de las mejores escritoras en lengua inglesa. FR Leavis la consideraba junto a Joseph Conrad, Henry James y Jane Austen uno de los cuatro mejores novelistas de Inglaterra.

Una de las ventajas de ser profesor en la universidad es que puedes pedirle libros gratis a la Norton. Este es el primero de los libros que me ha llegado, (con Moll Flanders, Howard’s End y The Decameron).

Acabo de pasar llegar a la pagina 100(Me faltan 400). Me gustan los comentarios intercalados de Eliot, como un narrador sabelotodo, al que le encanta dar opiniones y generalizar («todos sabemos lo que busca un joven doctor de provincia a los 27″,»a los hombres de provincia les gusta una mujer que sepa tocar el piano y que no abra mucho la boca», ese tipo de opiniones).

Se parece bastante a Austen. Me gusta la claridad y facilidad con la cual Eliot crea las diferentes voces de los personajes y sus descripciones de la clase burguesa del campo, con sus toneladas de prejuicios.

Por mi ventana, en la biblioteca de Cold Spring, se ve una casa de campo. Cold Spring es un pueblito como aquellos donde vivieron los personajes de Middlemarch, al lado del Hudson river, a una hora y quince minutos de New York City. Al frente del hotel, apenas cruzando el rio, se divisa la fortaleza del campo de entrenamiento militar de West Point. Ha amanecido nublado, los cerros, tapados por la neblina. Desayuno continental, cereal, dos tacitas de cafe, fruta fresca y bagels con queso Philadelphia. Volvemos a Middlemarch.

Crash

En Canadá abundan los caraduras. No hay suficiente gasolina para apuntalar todas las cosas que habría que reventar de una vez por todas. Líos legales, papeles, fresas desparramadas sobre la consola del automóvil. De pronto todo está estático. Un mal movimiento y las cuatro ruedas se escapan de control.

El espacio galáctico ha sido formado por seres de la misma calaña de Vaughan. No hay que ser un genio para percatarse que los espacios se han acortado, que el tiempo corre cada vez más rápido, que ya no tenemos ni siquiera una hora y media de nuestra vida para dedicarla a escuchar un concierto de música clásica. El espacio galáctico está cubierto con las cicatrices de seres como Vaughan y tal vez sea lo mejor.

Recuerdo las carreras de motos en la playa, una chica rubia con el pezón escapándose ligeramente de la ropa de baño. ¿Sentía lo mismo que yo? ¿Es indispensable el vértigo para evolucionar? ¿Seremos en algún momento máquinas? ¿Y la poesía?

En algún momento nacerá en este país la niña robot poeta. Sus lágrimas se deslizarán por sus mejillas y su voz temblará con la misma calidad con que tiemblan las niñas reales. Y alguien exclamará entre sollozos en el público reunido para apreciar su arte: ¡Te amo!

Escondido entre las cortinas del teatro, su creador sonreirá orgulloso, pero sin olvidar los tres o cuatro detalles que deberá modificar y reparar para su siguiente modelo.

Los e-mails cada vez serán más personales y podremos verter lágrimas en ellos con la misma facilidad con que caían las gotas en las cartas antiguas. Y los errores gramaticales serán menos comunes. Serán nuestras cartas y nuestra escritura y las amaremos porque nosotros seremos tan mecánicos como ellas. Nuestros circuitos tendrán marca de fábrica, como ya la tienen algunos corazones, pulmones, córneas, estómagos.

En ese tiempo, no tan lejano, nuestros pensamientos estarán todavía rondando y alguien los captará entre la telaraña de señales y mensajes del pasado. En ese instante mis dedos correrán, listos para agarrarlo: El futuro.

Blog de WordPress.com.

Subir ↑