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The New York Street

Un blog lleno de historias

mes

julio 2007

La Cucaracha (No)


Gracias al efectivo comercial, el slogan de Cucarachas No quedó grabado en la mente de millones de televidentes.

Las cucarachas se pusieron de acuerdo en que era necesario tomar medidas de emergencia. El producto no era tan bueno (las más viejas sospechaban que el fabricante estaba reciclando el viejo Black Flag Mata Todo), pero el daño ya estaba hecho. Reunidas en su cueva secreta, las cucarachas decidieron tomar medidas excepcionales: no salir después de las 6 de la mañana y andar siempre con un pito en el cuello para prevenir a sus compañeras de algún ataque inesperado.

El plan dio resultado. Pronto los habitantes corrieron la voz de que el nuevo producto no era tan efectivo y las ventas del nuevo veneno cayeron estrepitosamente. Los dueños de la compañía amonestaron a los ejecutivos de producto y convocaron al departamento de marketing para crear un nuevo nombre (sabiendo que usarían el mismo veneno). Dice la leyenda que así fue derrotado Cucarachas No.

Foto: Cucaracha Trinerfeña por Priner/Flickr

Épica, 17 de julio

En el sexto día del séptimo mes del séptimo año del siglo veintiuno, el hombre descubrió que no estaba solo. Miró alrededor suyo, limpió el polvo de uno que otro libro de su biblioteca, revisó su colección de DVDs, escogió un disco de su colección y -mientras empezaba a sonar el primero de los surcos- se fue al baño y meó.

Fue una meada generosa, prolongada, épica. Mientras la orina pasaba de su aletargado cuerpo, hacía un arco fabuloso y terminaba asentada en el fondo de la bacinica de mármol, el hombre se percató que estaba empezando una nueva etapa en su vida. La luz penetraba lubricantemente en la habitación de baño e iluminaba uno que otro rezago de las beatíficas tardes de su verano feliz: toallas mojadas, ropas de baño cubiertas de arena y camisetas que no había tenido tiempo de llevar hasta el cesto de la ropa sucia.

Sobre la bacinica de mármol una foto impresionante de una ola de Waikiki Beach le anunció en aquél bendito minuto en que el hombre consagraba toda su energía a la descarga de la pichi dorada, que los dioses guiarían sus pasos. Vagamente vio el perfil de Júpiter entre la luz del sol y oyó el retumbar del mar que anunciaba que en esta empresa estaban juntos Poseidón y su hermano, el dios de todos los dioses. Para que el hombre (algo diletante, propenso a la divagación y al relajo) se convenciera completamente de los designios de Olimpo, se abrió la puerta del dormitorio de baño y apareció Venus, apenas cubierta con una tanga carmesí y los pezones iluminados con polvo dorado.

Entre camisetas sucias, el hombre recibió de Venus el mensaje de su condición sobrehumana. Se lo susurró al oído y se lo repitió mientras se lavaban mutuamente. Los dioses aprobaron satisfechos cuando al día siguiente el hombre y Venus se subieron a la camioneta Toyota y partieron en busca de su destino. Cielo, tierra y mar estaban con ellos.

Fotos: Floripa por Gogoboy.Baño del Cuzco/Flickr

Lee la versión de este cuento publicada en The Barcelona Review (2009)

Diario de un diletante ocasional, 16 de julio


Mezclo arroz y frejoles, apachurro y fabrico harina para la dosa. Lleno la dosa con palta, tomate y un poco de queso mozarella. Sentado en la banquita de madera de Amagansett me sorprende un niño con un proyectil de plástico en forma de cohete transatlántico. Trato de hablarle pero al parecer su idioma y el mío son diferentes.

Es impresionante como abundan los rastas en esta zona del Caribe neoyorquino, se han puesto de moda al igual que las sandalias de plástico que parecen hechas de una pieza y para patones. Investigo en busca de un polo de Montauk pero no encuentro nada que me guste como para gastarme 20 dólares. Los mejores sandwiches vegetarianos son los de Joni al lado de la playa, pero las mejores dosas son las de Hampton Chutney Co.

Las fotos de la playa mayor están bien compuestas pero les falta alma, parece que la fotógrafa se hubiese tirado sobre la toalla y decidido tomar de una sola vez todas las fotos para su exposición, mientras terminaba su mañana de bronceado. Tres pelotitas amarillas y una raqueta nueva. Hay progreso en el tennis.

El tren tiene dos pisos y los veraneantes se disputan los asientos con ventana a chavetazo limpio. Prefiero la paz del primer piso. Sentado cómodamente en mi espaciosa butaca debajo del nivel del piso de la estación de tren, tengo una buena visión de las piernas de una que otra muchacha a la que vale la pena mirar. La mejor escena es la del anciano con sandalias y ropa carísima que se acomoda los anteojos en la estación para ver quienes se bajan del tren. Desde mi butaca sólo veo que una niñita se abalanza a los brazos de su abuelito mientras la mamama y la mami aparecen sonriendo «Ha sido un viaje larguísimo, tres horas desde Penn Station, tuvimos que hacer transbordo en la estación de Jamaica».

De mi lectura de Gibbons: Después de tanto trabajo, Dioclesiano se retira a su rejuvenecida casa en Nicomedia (Izmit), y allí muere rodeado de turcos, regocijándose con el recuerdo de sus plantones a los senadores romanos. En ese tiempo había que tener muy mala suerte para que te obliguen a convertirte en emperador romano, generalmente, hagas lo que hagas, terminabas decapitado.

Foto: Dave Montalvo. East Hampton Beach/Flickr

15 de julio, Todos somos Corleone


Le contaba a Miguel que después de ser presentado a toda la familia DiSalvo y recibir las felicitaciones de rigor, me sentía parte de los Corleone. Dicen que hay una ropa de baño en la sala por si quiero meterme a la piscina. Los veo jugar bola bacci que se parece un poquito a las bochas, y recuerdo aquellas tardes en familia jugando al tejo en el patio de la casa de Anqui.

Uno de los hijos de uno de los primos de Frances me dijo que él era el arquero en su colegio y me preguntó si era italiano. Le dije que no, que era peruano y me miró otra vez sin saber qué pensar de mí. Al final terminamos en los tiros al arco y por lo menos le pude demostrar al mocoso que yo pateaba al arco mejor que lo que él tapaba con su sangre italiana y ocho cuartos.

Otro chibolo vino a intimidarme con su polo de Italia tetracampeón pero sus tiros al arco parecían los tiros al cielo de mi pata Diego Durojeanni cuando recién llegó a Perú después de pasar 5 años en Virginia. ¿Y tu eres italiano? le pregunté al chibolo. «Yo soy ambos» me dijo y dejó la pelota abandonada para irse a despedir de alguna tía que repartía besos de despedida.

La tia Joanne es experta en artes marciales y también hizo su breve show de kung fú. Dice que nos va a avisar para conocer al Yoda filipino que de vez en cuando viene a EEUU a hacer demostraciones de kickboxing.

A John David lo metieron con zapatillas, pantalón y billetera a la piscina y me hizo recordar cierta noche de juerga en casa de Paloma en La Molina.

«¿Sabes que todavía puedes escaparte?» dice el tío Allen, antes de contar que el hijo mayor está en alguna fraternidad de surferitos en New Jersey, de playa en playa. Despedida para tomar el tren de regreso en Huntington, beso con las primeras páginas de Decline and Fall of the Roman Empire, prefacio de Moses Hadas.

El tren de Long Island demora 1 hora y media desde Huntington hasta Penn Station. Sobre los peldaños de Bryant Park espero el bus expreso que llega a Riverdale pasada la medianoche.

Profesionales del sexo

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Una furiosa puta se dispuso a escribir una queja ante el editor del diario más importante de Resinápolis. A pesar de sus 54 años la mujer se mantenía en forma en base a una dieta estricta de rábano y garbanzos.

La carta había sido una idea de Juan, el hombre mayor de Coop City que la estaba ayudando a recolectar información para escribir sus memorias. Juan sabía de editoriales y creia que las memorias de una prostituta puertorriqueña del Bronx, que había vivido los años locos del apagón, las redadas de Guliani y la waltdisneyzación de Times Square tenía mucho que contarle a los lectores.

La carta al editor del periódico cumpliría la función de despertar el interés del público por el tema de la prostitución. La matrona empezaba su carta así:

«Quiero dejar constancia que he ejercido mi trabajo en las peores condiciones que la ciudad brindaba a las prostitutas. Me considero una sobreviente del oficio, en cierta forma una heroína de las rameras de Nueva York.»

La matrona miró su laptop, reordenó algunas palabras, miró por encima de su café late a algunas parejas que caminaban por la vereda de Kingsbridge Road y prosiguió:

«Sin embargo, hoy que las condiciones son óptimas para el ejercicio de mi profesión, que gracias a la tecnología puedo seleccionar a mis clientes y mantener cierta seguridad sobre mis contactos, la ciudad ha inventado una nueva estratagia para evitar que pueda ejercer mi oficio…»

La ramera se detuvo un instante. Se puso a pensar si lo que escribía era sincero o si toda esa farsa del libro de memorias no era tan solo un pretexto para vengarse de Sofía.

Sofía. Sofía. Sofía.

Le preguntó como eligieron sus padres un nombre tan bonito mientras la miraba parada en la calle e imaginaba su lengua debajo de la minifalda. Ella le dijo que nació en Sofía, y cuando la puta le preguntó donde quedaba Sofía, la tachó de ignorante. «Zorra puertorriqueña, anda a la escuela antes que te apeste tanto el coño que no puedas trabajar».

Se imaginó las piernas bronceadas de Sofía y los senos firmes de pezones duros debajo de las camisetas sin mangas que tanto le gustaban. En la mesa al lado de la puta, una pareja de soldados comentaba que la temperatura estaba en 100 grados. Uno de ellos la miró a los ojos. Era un soldadito pendejo. Le preguntó su nombre. La invitaron a sentarse con ellos pero la matrona dijo que tenía que acabar de escribir sus e-mails. Pensó otra vez en Sofía. Volvió a la pantalla y escribió el final de su carta al editor:

«Tiempos complicados para las profesionales de la prostitución. La tecnología nos vuelve voces, sonidos, imágenes. El roce de la piel ya no es el objetivo del sexo. Ahora las máquinas han creado entornos a los que las profesionales de cierta edad no estamos acostumbradas. El mundo es más fácil pero a la vez más complicado. Las decisiones tomadas por la ciudad en las últimas semanas no contribuyen a simplificar esta transición .»

Se percató que no podía concentrarse en escribir con la cabeza en la entrepierna de Sofía. Era la primera vez que la ramera le pagaba a una puta.

Cerró la laptop y aceptó sentarse con los soldados. Les prometió que lo iban a pasar muy bien si ellos pagaban por un cuarto con aire acondicionado y la dejaban quedarse sola a pasar la noche. Les dijo que necesitaba concentrarse en un examen para una carrera que estaba estudiando en Internet. Envuelve con sus historias y promesas a los muchachos que se percatan que a pesar de las arrugas el cuerpo de la mujer es prometedor. Ella les ofrece acceso total y algunas variantes que no han visto antes. Los soldados asienten, ella insiste en el aire acondicionado y recuerda que Sofía debe estar malográndose con el calor en alguna cama ajena. Imagina sus labios entreabiertos y la tremenda soledad entre sus piernas.

Se siente toda una puta cuando recuerda decirles a los muchachos que el pago es por adelantado. Se siente tremenda mientras marcha con ellos y toma el taxi en la esquina de la 63, cuando acaricia sus recuerdos al mismo tiempo que su filosa excitación, mientras manosea ambos bultos al mismo tiempo que le da direcciones al chofer el taxi. Se siente satisfecha, orgullosa, toda una profesional.

Discovering Shelter Island


¿No sabías que en el hueco del caballo estaban esperándote los griegos? ¿Por qué no le hicieron caso al disciplinado troyano que marchó hacia su ombligo murmurando que a los griegos no se les podía creer nada?

En tu ombligo escribiré un nombre nuevo, uno que todavía nadie ha usado. Tiene olor, forma y color de caramelo. Siempre estoy preguntándome si tu nombre habrá de definir tu destino, como el mío. Creo que no debo de preocuparme tanto. Posiblemente el destino haya ya decidido este nombre.

No quiero pronunciar nada sobre una mesa de madera vieja. Hay una chica francesa vendiendo palabras mal pronunciadas. Algunas de ellas son muy interesantes.

Las conchitas sobre la arena producen unas alucinaciones deliciosas. Estuve besándolas un buen rato, quería deshacerme del aroma de jabón. Creo que me llevaré unos pedacitos al laboratorio. Otros trocitos irán a parar al pabellón quirúrgico, se merecen una buena pintada.

No se puede ver la caída del sol entre los árboles. Hay un pez metido de cabeza en la grama de una de las casas de Shelter Island y la mesera dice que se le han terminado los mojitos. Nos cambian mojito por caipirinha y el sol viene a pasear entre nosotros y nos murmura cochinadas en el oído. Me gusta escuchar las cochinadas contigo, lástima que ambos estemos tan cansados.

Me gustó mirar el mar en Shelter Island. Me gustó respirar esta noche contigo.

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