Buscar

The New York Street

Un blog lleno de historias

Etiqueta

Libros

La forma de morir

Esta semana he estado leyendo Staring at the Sun, una novela de Julian Barnes publicada en 1986. Lo encontré entre la ruma de libros que ofrece gratis la biblioteca local (porque han sido donados, porque se los dejan semana a semana, en cajas, los usuarios, por motivos diversos: mudanzas, muerte de un familiar, etc.)

Si bien el título de este libro no me decía nada, me lo llevé porque me gusta cómo escribe Julian Barnes.

El personaje central de la novela es Jean Sarjeant, una mujer inglesa de clase media que crece en los años previos a la Segunda Guerra Mundial. Claro que la trama sólo es una excusa para que Barnes deslice en la historia –como lo hace en otros de sus libros– aquellos temas que lo obsesionan. La insatisfacción con la vida es uno de ellos. El otro es la muerte. Más específicamente: la forma de morir.

Por ejemplo, en una pasaje dedicado a explicar cómo Jean, después de ser madre a los 38 años (cuando los doctores le han dicho que ya no es posible), huyendo de su vida anterior y del padre (un policía que ella teme podría perseguirla pero que luego sabemos que que lo único que hace es informarse a distancia por si su hijo, o Jean, lo necesitan), Barnes se detiene a explicar la relación de Jean con los aviones: esos a los que decide subirse para viajar por el mundo cuando su hijo, Gregory, ya está grande.

Jean se obsesiona con visitar las siete Maravillas del Mundo. Y lo hace. Sin embargo la experiencia que reaparece una y otra vez en las páginas de este novela es la de su viaje a la China.

El pasaje de los aviones le sirve a Barnes para hablar de otro tema: los accidentes aéreos. Es decir, la posibilidad de morir en un avión. Barnes nos deja saber, a través de Gregory –el hijo de Jean, ya independiente, vendedor de seguros de vida, de un carácter introvertido y cuestionador– que morir en un accidente de avión es la menos elegante, la más vergonzoza, la más humillante de todas las formas de irse de este mundo.

Es impresionante cómo Barnes se va por la tangente. Es fabuloso.

Barnes utiliza varias páginas para detallarnos ese momento en que el cuerpo de los pasajeros de un avión encuentra su último destino aplastado por la mesa delantera del asiento, sepultado por las maletas de los compartimientos superiores.

You died with a little plastic fold-down table whose surface bore a circular indentation so that your coffee cup would be held safely. You died with overhead luggage racks and little plastic blinds to pull down over the mean windows. You died with supermarket girls waiting on you. You died with soft furnishing designed to make you feel jolly. You died stubbing out your cigarette in the ashtray on your armrest. You died watching a film from which most of the sexual content had been deleted. You died with the razor towel you had stolen still in your sponge bag (98)

Ese ejercicio de pensar en la muerte, lo desarrollará aún más en otro libro que leí el verano pasado: Nothing to Be Frightened Of.

Tal vez porque até esos dos cables (esos dos libros) escribí esta entrada.

La novela me hizo pensar en ese otro gran libro sobre la vida, la muerte y el significado del término «eternidad» que es To the lighthouse de Virginia Woolf. Una novela que además se burla, como Barnes, de cualquier pretensión literaria de alcanzar la trascendencia. Woolf ya nos decía que todo desaparece. Que todas las palabras, tarde o temprano, se las lleva el olvido.

La muerte es un tema que a mí también me obsesiona. No con el esfuerzo sistemático de Barnes, pero sí es verdad que, de uno u otro modo, suele aparecer en mis textos. Por ejemplo en este que escribí para la revista QSQOQST, que debería de haber sido sobre la satisfacción sexual pero termina siendo una invocación a la inevitable decadencia del ser humano.

(Recuerdo que al explicar esa obsesión una amiga me recordó que «tengo hijos» como si aquello me impidiera pensar en la forma de irme. También entendí que estas obsesiones no son las de todos nosotros.)

Este verano también leí el largo ensayo sobre Michel de Montaigne How to Live de la inglesa Sarah Bakewell que me hizo apreciar esa otra obsesión recurrente en los libros de Barnes: la insatisfacción con la vida. O mejor dicho: la observación de la vida como lo que es: una sucesión de momentos en los que se intercala lo extraordinario y lo banal, lo superfluo y los trascendental, lo horrible y lo hermoso, lo fascinante y lo trivial.

Bakewell me hizo consciente de lo que La vida papaya en Nueva York le debe a ese caballero francés de fines del siglo XVI que decidió abandonar las obligaciones comunes a su rango y dedicarse las últimas décadas de su vida sólo a meditar sobre la experiencia fascinante que es una vida. La suya.

(Con Cervantes y Proust, Montaigne es una de las tres fuentes de las que bebe la obra de Antonio Muñoz Molina. Lo sé porque Muñoz Molina lo dice en El verano de Cervantes, un gran libro sobre sus lecturas de Don Quijote que me traje de Madrid en junio)

Y ya termino: Julian Barnes está obsesionado con la muerte pero también con la vida.

Quizá valga la pena mencionar aquí aquello que destaca Bakewell de sus múltiples lectura de los Ensayos de Michel de Montaigne y en lo que yo estoy muy de acuerdo (y probablemente Barnes también): Life should be an aim unto itself, a purpose unto itself.

Pensamos en la muerte porque nuestra vida nos fascina.

La experiencia de tomar café

El café de esta mañana no es una urgencia. Es algo similar–sin serlo–a una rutina. Consiste en entrar a la cocina, mirar que esté limpio el percolador y llenarlo con agua del caño; echarle café (siempre pensando en la cantidad porque de eso dependerá el sabor), y enchufar la máquina.

No sé por qué lo hago. Tal vez porque he desarrollado esta singular forma de empezar el día sin comer hasta pasadas las 11 de la mañana. Lo único que me permito es agua y café. En algún lugar leí que puede ayudarme a perder peso. Lo cierto es que no estoy tan seguro y mi peso oscila siempre entre los mismos números. Entonces se trata de una rutina «semi inconsciente».

Si bien eso no existe ¿Cierto? O se piensa algo o no se piensa. Y ya sabemos que mi vida dista mucho de ser la del que mira concentrado todo lo que está haciendo.

No lo iba a hacer pero me provoca escribir algunas notas sobre La vida a plazos de Don Jacobo Lerner. Es un libro de fragmentos reordenados. Por ejemplo: el personaje Efraín es una exploración. Lo que le da consistencia al experimento son las entradas de Alma Hebrea, una publicación no sé si fidedigna, no sé si existió, pero que remite a una sociedad de judíos establecidos en el Perú, desde fines de los años 1920s hasta mediados de los años 1930.

(Sé que existía el Club Hebraica, sobre la Avenida La Molina, sé que existía el León Pinelo, donde estudiaron algunos amigos de la de Lima como Rosemberg ¿qué será de él? Y sé –por Luis C. y algún otro amigo– que hay una comunidad vibrante, involucrada con la sociedad peruana en general).

¿Es valiosa la novela? Claro que sí. Y la edición de Las afueras (la diagramación, el espacio, el diseño de la caja) creo que permite disfrutar de la experiencia de lectura. Si bien no tengo una edición anterior me permito creer que esto es esencial en este libro que aparece 40 años después de su primera impresión.

Pensé en las similitudes con País de Jauja pero en ese libro hay mucho más desarrollo de los personajes. Acá en La vida a plazos lo que hay son bocetos de ellos y un sostenido esfuerzo de abstracción que tal vez era la única manera de estampar la experiencia del judaísmo peruano en esos años, sobre todo en ese territorio provincial y a la vez tan conectado a Lima y en cierta medida mirando hacia Europa que era el Chepén donde nació su autor, Isaac Goldemberg. Por ejemplo: la conversación entre Efraín y la araña o la escena en que los niños entran a la casa del judío para asustar a la ciega y son descubiertos. O la escena del incendio.

El libro está muy bien escrito. Se disfruta más tal vez porque se aprende sobre una experiencia que representa a una comunidad. No me gustó más que País de Jauja (lo digo porque me parece que las críticas ambiguas no son honestas). Sí lo recomiendo. Es un libro muy interesante.

Además tiene el añadido que el autor es uno de los símbolos más importantes de la presencia intelectual peruana en la vida neoyorquina. Alguna vez fui a la presentación de un libro de Issac en McNally. Él colaboró con mucho gusto en un par de libros de Los Bárbaros.

Ya se acabó el café. Y casi son las 11. A ver qué como.

El pueblo de Veneno

No tendría que pasar algo así solo en el pequeño pueblo de Uruguay que me encontré en Veneno:

El inmigrante llega a la cantina de su pueblo natal. Los hombres que juegan cartas pretenden no reconocerlo. El personaje, Tapita, pone un billete de diez dólares sobre la barra y el cantinero le dice que se los acepta «solo si ya se va».

«Vivo en Nueva York hace trece años», le dice Tapita a un borracho que lo mira con sospecha y que luego se retira, como si Tapita fuera un apestado, como si algo no estuviera bien en que un hombre de Toledo, ese pueblo de polvo uruguayo, viviera tan lejos de allí.

Tantos lugares que se sienten como pequeños y barridos por el tiempo cuando uno se va. Solo recobran su importancia cuando uno descubre que sin ese lugar no seríamos nada. Tal vez por eso el apuro en sembrarse otra vez, en echar raíces. Porque si no el inmigrante se siente como un árbol al que han arrancado de la tierra. Un tronco que no consigue estar de pie.

Si bien el evento que da forma a la novela es el asesinato de un uruguayo acusado de incendiar un hotel en Texas, el tema principal de la historia es el desarraigo. Esa palabra tan dolorosa alrededor de la cual Fontana teje la historia del asesino Tapita.

 

 

Un hombre flaco

FullSizeRender

José Muñoz me trajo el libro de España. Se demoró casi 20 minutos en entregármelo. Parecía sentir la obligación de darme primero una relación de lo que le había gustado del texto. Así que allí estuve todo ese tiempo en su despacho, escuchándolo, mientras él me hablaba desde su silla y balanceaba el libro con una mano: Un hombre flaco. Retrato de Julio Ramón Ribeyro de Daniel Titinger. El libro es un perfil periodístico de Julio Ramón Ribeyro, en base a las conversaciones con su esposa, sus amigos y familiares.

Mientras escuchaba a José, resistía la tentación de arrebatarle el libro y largarme a leerlo.

«Se lee en una noche» me dijo José, quien desde que descubrió a Ribeyro hace algunos años no ha dejado de amarlo. Cuando yo ya sostenía el botín y me quería ir a buscar un sitio solitario para empezar la lectura, él me retuvo para seguir hablando de los cuentos que más le gustaban. Me dijo el título de dos de ellos: «Los jacarandás» y «El ropero, los viejos y la muerte». Fue a un armario, abrió unos cajones, sacó unas fotocopias subrayadas y me leyó:

porque sabía que pronto iba a morirse y que ya no necesitaba del espejo para reunirse con sus abuelos, no en otra vida, porque él era un descreído, sino en ese mundo que ya lo subyugaba, como antes los libros y las flores: el de la nada.

José terminó el cuento, suspiró y me dejó ir.

Empecé a leer el libro en el sofá de mi despacho en la universidad. Retomé la lectura en el tren rumbo a casa. Lo seguí leyendo a la mañana siguiente en el subterráneo que me lleva a Manhattan y en el que me regresa al Bronx. Casi lo terminé en un sillón debajo de una lámpara en mi sala. Por fin, tumbado en la cama, llegué a la página 166, al Y no dijo nada más con que Titinger termina.

El libro es un testimonio del cariño de los lectores peruanos al trabajo del escritor y a la figura de Ribeyro. El texto, ese coro de voces que ha compilado Titinger, contribuye a ver al escritor como un todo, con las distintas facetas de su vida agrupadas en la página. Es una fotografía tridimensional de su personalidad.

Desde que leí «Solo para fumadores» en un fin de semana en Pulpos, allá por el año 1992, había quedado conmovido por el mito del escritor que se moría de hambre en París. Es una imagen de Ribeyro que se reforzó con la lectura de sus diarios. Como si se me curara al leerlo una herida muy vieja, sentí alivio al enterarme, gracias a Un hombre flaco, que buena parte de su vida en París Ribeyro la pasó en el departamento de lujo que compró su esposa, que los viernes se deshacía de sus obligaciones de embajador para almorzar y brindar con sus amigos, que se enamoró de una muchacha en Lima y que se la trajo para conocer con ella Nueva York─de donde regresó muy mal─, que murió sin dejar el cigarrillo, pintando y metiéndose al mar al anochecer, celebrando la vida, después de haber sido testigo del principio de la canonización de su obra y haber recibido los aplausos y el cariño de quienes lo leían con entusiasmo.

Un hombre flaco es un libro, primero que nada, para quienes leen a Ribeyro con entusiasmo. Es una obra de amor, escrita para satisfacción de sus lectores.

Recuento de novelas (2013)

Diego Trelles PazBioy me lo llevé a la costa de Arequipa. Fue una de las mejores novelas que he leído en mucho tiempo. Mientras leía, encontré los defectos que algún crítico le había señalado. Ya lo había empezado a fines de 2012, y lo dejé en los primeros capítulos, descorazonado por la violencia exagerada con que se abre la novela. De todos modos, sus virtudes son muchas más que sus defectos. En segundo intento, pasadas las primera páginas, el libro se sostiene como un mastodonte de imágenes. Bioy es una novela que se merece Lima. Las calles y las esquinas por donde pasa la violencia de la historia, son elevadas a categorías de títulos, que avanzan con un ritmo que invoca al vértigo.

El enanel enano de ampueroo, esa breve Historia de una enemistad, pergeñada hace ya muchos años por Fernando Ampuero, la encontré en el librero de una de sus primas lejanas.  Fue la novela ideal para el verano de 2013. Contada desde la anécdota de la relación laboral del autor con un tal César Hildebrant, la figura de este periodista de malos modales –quien para muchos de nosotros, televidentes engañados, alcanzó la talla de semidiós de la pantalla–se hunde página a página bajo la descarga de tinta. La novela, llena de humor, es una revancha escrita con pasión. Al terminarla, me paseé por Quilca buscando otra novelitas de Ampuero: Puta linda. Otra historia breve y muy ágil.

Al ensoldadosdesalaminatrar a Soldados de Salamina, ya estaba entrenado en el ritmo de Javier Cercas (por Anatomía de un instante), e igual me tomó por sorpresa la aparición del personaje Bolaño, que convierte a ese episodio–poco trascendente– de un narrador sufrido en busca de personaje, en una novela desenfrenada, con múltiples lecturas: una máquina de la literatura que apela a las armas del fantaseador de Los detectives salvajes.

El placer de mi lectura de Arrecife de Juan Villoro consistió–además de constatar su capacidad para sorprender con frases frescas y conexioArrecifenes inesperadas–en imaginar la manera como Cocaine Nights de Ballard había sido reimaginada por Villoro en México, con su andanada de solitarios, drogadictos  y artistas delirantes en un ambiente de pánico matizado con esa fantasía moderna que son los viajes con todo incluído.

all that isJames Salter, el escritor que penetró en mi vida con una foto a dos páginas y un perfil en The New Yorker, presentó en 2013 una novela que le tomó más de una década. Me propuse conocerlo. Primero con la lectura de lo que encontré a mano: Last Night, su impecable colección de cuentos, y después con All That Is, maravillosa recreación de una vida que empieza como soldado en el Pacífico y que transcurre con belleza y pasión por Europa, lugares de EEUU y Nueva York. Es una obra maestra. Luego, quiso la fortuna que pudiéramos compartir el sol de la tarde en su terraza de Long Island mientras Salter se preocupaba por el destino de la ciudad después de Bloomberg. Es un deber dejar dicho que leí también A Sport and a Pastime, la joya erótica de Salter, basada en sus experiencias juveniles en Francia.

tumblr_mkfwin8zlX1rarsdao1_1280-1La recomendación de leer El pasado de Alan Pauls vino de otro libro: Entre paréntesis, la colección de crónicas de Bolaño donde éste, además de rescatar aspectos positivos del alma narrativa de Bayly, pone a Pauls como representante de lo que debería ser el futuro de la novela latinoamericana. Es una novela muy argentina, en el sentido Rayuela del término argentino. Se tiene que leer, se aprende mucho de imágenes y personajes, y la novela se extiende, con excesiva generosidad, hasta que el lector acaba por sentir piedad–y rogar por el amor–mientras el personaje se coquea y se masturba hasta sacarse sangre.

Un episodio en la vida del pintor viajero comienza con una tranquila descripción de una vida dedicada al arte. Las páginas, escritas con bGM11913.jpgelleza por César Aira, tienen el talento de prepararnos para lo inesperado. Sin paciencia, el lector cree que la historia avanza sin mayor trayectoria, hasta que llega «el» episodio, y es entonces como si una tormenta hubiera desgarrado el breve libro en dos partes y, a partir de allí, lo que queda lo leemos con la intensa electricidad del choque que una sola imagen produce en nuestra mente. Aira demuestra la capacidad para pintar que tienen las palabras.

TanDon Quijote importante como las novelas mencionadas, ha sido la lectura de Don Quijote de La Mancha. Ese bloque blanco que es la edición de Francisco Rico, lo compré a 10 soles en el otoño gris del campo ferial Amazonas de Lima, y durante 2013 conoció conmigo los subterráneos, los aviones y los cafés de Nueva York. Lo había leído de niño, en fascículos que descubrí este año en mi antigua habitación, con las páginas amarillentas. Sospecho que mi niñez pasó por esas páginas sin sentirlas. Esta vez fue distinto. Si es leída con atención–y con notas–la vida de nadie debería de ser igual, tras terminar esa epopeya de humor y de sabiduría, escrita en dos tomos por Cervantes.

Este texto, con ligeras variaciones, apareció en mi blog de FronteraD hace una semana.

El pasado de Alan Pauls

Image

«Algún plazo secreto debió de cumplirse, porque Sofía, suspirando, abrió la cartera y dijo: Te escribí una carta»

 

El pasado

551 páginas tiene la novela de Pauls, el escritor que ganó el Herralde en 2003. Llegué a Pauls por Bolaño («uno de los mejores escritores latinoamericanos vivos»). Me metí en El pasado y allí me he quedado por el tiempo que la biblioteca de Yonkers aceptó prestarme el libro: 2 semanas.

La historia gira alrededor de Rímini, joven traductor que vive en una relación monógama y aparentemente indestructible con su amor de colegio: Sofía. Sofía sabe que el amor es una corriente perpetua que no se puede detener. Por eso la vemos allí, segura de su amor, con canas y plantada en la última página del libro después de haber seguido el periplo autodestructor, la enfurecida búsqueda interior de Rímini (su nombre es un guiño a la ciudad donde creció Fellini).

Rímini, traductor que atrae enfermedades imposibles, que se deja capturar por celosas enfermizas, que se masturba como si quisiera deshacerse de todo su semen. Alrededor de Rímini, circulan los personajes secundarios que hacen la vida de cualquier pareja: padres, suegros y ex amigos de ambos que se resisten a que la relación perfecta se haya terminado. Seres que quisieran creer, a ciegas, sin ver las grietas en esa película de zombis en que se ha convertido la entrega incondicional de Rímini a Sofía.

El pasado se podría haber llamado De amor y de zombis, pues el personaje principal parece lidiar mejor con el mundo cuando se entrega sin cuestionarse nada. Rímini es un muchacho que tiene la relación «perfecta» y está aburrido. Se sale, huye, desaparece, busca algo más que no puede encontrar, es capturado y regresa. Mira las fotos: es feliz.

Dentro de El pasado hay pequeñas historias, que al parecer están creadas con la pretensión de darnos una visión completa de las variaciones de la relación amorosa. Tenemos a Riltse, un pintor excéntrico, homosexual y fascinado con el modo como las mutiliaciones, las entradas al cuerpo, la enfermedad y el dolor, pueden producir arte, y como este arte puede generar una reacción –erección, en este caso– en las almas sensibles capaces de captar la superficialidad de su mensaje. En otra historia, conectada con Riltse y con la adicción de Rímini, una linda prostituta vietnamita se enamora de un dandy argentino. Es una bellísima historia de amor marginal que termina cuando ella casi le arranca el pene con los dientes. el-pasado1

El amor: esa experiencia paralizante, aquella agonía permanente metida en nuestros huesos como si fuera una enfermedad, pareciera querer decirnos Pauls. ¿Ama Sofía? No lo sabemos, pues su búsqueda obsesiva por recapturar a Rímini, incluye la posibilidad de un «último polvo» sólo para salvarla de la calentura pasajera. ¿Ama Rímini? Tampoco lo sabemos, pues si bien parece ser el único personaje que busca respuestas, nunca las encuentra: vive una relación intensa de sexo, cocaína y pajazos sistemáticos, que se desintegra cuando él descubre que está enamorado de su compañera de trabajo, una traductora con la que parece conocer la felicidad, o la ilusión, de la paz matrimonial y la paternidad. El episodio se desintegra también, en una tarde absurda a merced de sus terrores y del pasado de Sofía. Después, Rímini decide morir. O vegetar, mejor dicho, en un coma moderno de hijo que regresa a la casa del padre. Se desintegra con calma en los malos olores de su vegetación, en pijamas, dentro de un apartamento que se pudre, hasta ser rescatado por un soldado de la buena salud que lo pone a seguir un programa que le devuelve la buena imagen y lo coloca de profesor de tenis en un club para bonaerenses ricos.

En las páginas que siguen habrá más sexo, más preguntas, bajo la sombra omnipresente de Sofía, que sabemos que aparecerá tarde y temprano para salvarlo/arruinarlo de su propia ceguera.

El libro de Pauls es un ensayo obsesionado con la idea de la pasión y la relación de pareja. Es a su modo, la misma búsqueda de tantos otros autores mayores que quieren conocer a ciencia cierta la respuesta a la pregunta ¿El amor existe o es una ilusión? o peor aún ¿Es una broma?

El pasado es un gran libro. Está escrito con fertilidad y con la perseverancia de un escritor talentoso que quiere decirlo todo. Rímini y el amor no sobreviven en el intento. Sofía, que en las primeras páginas nos inunda con su capacidad para enternecerlo todo, hacia el final nos parece poco menos que un baratísimo premio consuelo. Y el hombre, pobre pobre, vuelve a mirar al pasado después de intentarlo todo y allí está ella:

Con la caja de fotos.

Escribir con las tripas: La insensatez de Castellanos Moya

insensatez

Hay muchas maneras de contarnos la violencia centroamericana. Una de ellas es la crónica, en la que inevitablemente aparecen los militares, los políticos corruptos y una población atrapada en un territorio irreal, donde ni la modernidad ni la democracia han terminado de llegar. Hay también perfiles periodísticos, informes avalados por organismos internacionales, o crónicas alucinadas como la que nos contaran hace unos años sobre Rodrigo Rosenberg –que contrató a sicarios para que lo asesinaran, convirtiéndose por algunos meses en el mártir contra la corrupción y el desgobierno de Guatemala. También hay video-informes, repletos de maras y de salvatruchas, de guerras y de pandillas donde se confunde el honor y el narcotráfico. Además, están las novelas de Horacio Castellanos Moya.

Horacio Castellanos Moya prefiere –al menos en Insensatez, una de sus novelas más celebradas– abordar la violencia con todo el humor con que se le puede dotar a las situaciones irreales que atraviesa un corrector paranoico, machista y xenófobo; contratado para limpiar de impurezas y apuntar la corrección gramatical de un informe sobre asesinatos y múltiples violaciones de derechos humanos en Guatemala. Las frases que el corrector recuerda, las que le sirven para abordar mujeres o para enfrentarse a desconocidos, son sacadas de los más desgarradores informes de las víctimas y testigos de la violencia. Dentro de aquella violencia, que él siente que lo rodea, que lo persigue y le hace ver espías, fantasmas y asesinos en cada sombra que se mueve por la ciudad; el corrector intentará terminar su trabajo, cobrar el jugoso cheque que le han ofrecido y salir –con la menor cantidad de rasguños– de la tarea insensata a la que se ha comprometido.

No lo consigue. El corrector es como un Woody Allen salvadoreño paseándose por una Guatemala llena de mujeres que no le gustan, cobarde contra el poder, pero no en su obsesión sexual por los rostros pálidos de las extranjeras que conoce como consecuencia de su trabajo en las oficinas del Arzobispado. Sí, claro, la Iglesia está como telón de fondo de esta Insensatez, como garantía de que todo lo que sucederá en esta novela, con protagonista ateo, sólo puede estar contra los mandamientos que ella ordena.

Insensatez es una gran broma, es un libro del desquicio, que sólo podría estar ambientado en un territorio que los lectores imaginamos como una tierra sin ley. También es una condena escrita con rabia, porque esta pesadilla, estas correrías del protagonista entre el pánico, la obsesión sexual, el machismo y la xenofobia, están escritas sobre la realidad histórica, también documentada en Centroamérica, de un pequeño grupo que trabaja con el objetivo de esclarecer el pasado, identificar los crímenes y las violaciones y apuntar a los responsables. Nada de ello sucede. El final es una repetición de lo que seguirá sucediendo en sociedades donde el poder corrompe todo, y el precio por denunciarlo sigue siendo bastante alto.

La historia, que por momentos se llena de la vulgaridad del personaje, un intelectual incapaz de enfrentarse a nadie, corrupto en diferentes niveles, se lee con rapidez. Es un relato fresco, bien contado, que nunca decepciona.

Castellanos Moya, que apareció la semana pasada en el Graduate Center de Manhattan para conversar sobre sus novelas y la imposibilidad de escribir con otro ingrediente que no fuera su rabia, nació en Honduras pero vivió desde los 4 años en El Salvador donde hizo gran parte de su carrera como periodista. Se autoexilió en México y ha vivido en distintas ciudades del mundo, incluída Iowa donde actualmente dicta cátedra. Ha escrito 8 novelas, varios libros de cuentos y ensayos.

Hasta el día de su presentación, yo no lo conocía. Quienes lo admiran –la mayoría de los asistentes–aseguran que otra novela suya que hay que leer es El asco. Ese libro, como Insensatez, también ha sido publicada por la editorial Tusquets de Barcelona.

James Salter, All That Is y la vida a los 80

Image
A los 87 años, Salter ha escrito una de las mejores novelas publicadas en los Estados Unidos.

¿Cuántos escritores publican su mejor novela a los 87 años?¿Cuántos pueden decir que dejaron de frecuentar a Saúl Bellow porque éste era demasiado condescendiente con ellos? James Salter nació en 1925 y 87 años después ha publicado una novela brillante: All That Is. La historia (de amor, para decir que es de algo y que no lo abarca todo, como las grandes novelas) comienza con varias escenas de guerra y de mar, entre ellas la de un oficial de la marina de los Estados Unidos saltando al agua, por error, entre el bombardeo de los kamikazes japoneses en el Pacífico.

Para mí, la experiencia de mi lectura de All That Is comenzó con la foto de Salter en la tapa. Allí estaba el octogenario, sin parecerlo: el expiloto de caza bombarderos, el ex amigo de Bellow y compañero de carpeta de William Buckley y de Jack Kerouac, el ex guionista de Robert Redford.

En The New Yorker acaban de publicar un perfil sobre Salter. «Es un escritor de escritores» dicen los que lo admiran y no se sorprenden de que no muchos hayan escuchado su nombre. «Un escritor de escritores acerca de escritores» dice Joyce Carol Oates que lo considera su amigo. En la contraportada, entre los elogios están los nombres de John Banville y de Julian Barnes. No me extraña: dos escritores a quienes todavía les importa mucho no sólo lo que se dice sino el cómo se dice. Banville te puede conquistar diciéndote como los dioses observan a un adolescente (The Infinities), Barnes te puede atrapar para siempre al describirte una escena en un colegio rural, cuando parecía que Europa nunca llegaría a la mayoría de edad (The Sense of an Ending). Salter te puede atrapar de varias formas: en el aire (The Hunters), en la cama (A Sport and a Pastime) y ahora en el agua (All That Is). A mí me atrapó cuando lo leí por primera vez, esta semana, en una historia sobre una supuesta muerta y dos amantes descubiertos ( Last Night).

Al escribir una nota de un libro, uno se da cuenta que tan inútil es tratar de reducir una historia bien contada a unas cuantas palabras. De lo que se trata –como decía Muñoz Molina, hace muy poco, en una nota sobre Salter publicada el 13 de abril de 2013 en El País– es de recomendarlo, de ponerlo en la vitrina, de decirle a otros escritores que están buscando la luz: léete a Salter.

Otras cosas que dice The New Yorker sobre Salter: la mayor desgracia de su vida fue la muerte de su hija adolescente, quien murió electrocutada en la ducha en una cabaña, al lado de Salter, en Colorado. También dice: a quienes lo conocen más, les ha costado acostumbrarse a que Salter siempre toma notas: mientras conversa, en reuniones, en una cena formal. Salter siempre está tomando notas debajo de la mesa.

La nota también dice que escribía con seudónimo cuando apareció su primer libro sobre un grupo de aviadores en la guerra de Corea: por miedo a que sus amigos lo consideraran un intelectual inútil.

En The New York Times, hace dos días, publicaron un artículo sobre las apuestas que se hacían entre los libreros de Park Slope en Brooklyn, a propósito de los candidatos al premio de ficción. El año anterior, el desastre fue que lo declararan nulo, obviando la pequeña obra maestra de Denis Johnson, la novelita Train Dreams. El 2013 no creo que haya un mejor candidato que Salter. Todas las apuestas a All That Is.

Zeno: modelo de Bloom

La obsesión por dejar de fumar es uno de los temas más importantes –y más divertidos– de esta novela.
La obsesión por dejar de fumar es uno de los temas más importantes –y más divertidos– de esta novela.

Una de las primeras impresiones al leer La conciencia de Zeno, es que el personaje principal se parece al Leopold Bloom de Ulysses. Había leído sobre la cercanía de Svevo con Joyce (éste le enseñaba inglés a Svevo en Trieste y se volvieron grandes amigos), pero de todos modos, hay algo en ese descaro con que el jovial y relajado señor Zeno camina por la ciudad de Trieste, que es inevitable pensar en la caminata de Bloom por Dublin.

Me he demorado una semana en leerlo. Por ratos intentando retomar el Herzog de Bellow (que a diferencia del de Svevo no se puede leer si uno no está dispuesto a darle el tiempo y la concentración). Una diferencia esencial entre Joyce, Below y Svevo: la forma de contar las historias. Zeno está contado con la simplicidad de un narrador brillante. Hay un tono del autor y una adecuada descripción de las escenas y de los personajes, pero la línea narrativa siempre sigue su curso. No hay esa preocupación esencial por el ritmo del lenguaje que hay en la novela de Bellow; ni esa necesidad –enfermiza– por inventar en cada palabra, que tiene Joyce. (He leído los tres libros en inglés, las reseñas suelen mencionar que el italiano de Svevo no es tan bueno como para leerlo en el idioma original).

En la clase del profesor Edmund Epstein, leíamos con interés las correrías de Bloom, rodeando sospechosamente a las estatuas desnudas en las afueras de la Biblioteca Nacional de Dublin, con curiosidad por saber si tenían un agujero en el ano. Esa inocencia es posible verla también en la «sinceridad» –o falta de vergüenza– con la que Zeno cuenta sus infidelidades con la aprendiz de cantante, Carla, mientras pareciera querer convencernos que la infidelidad es un sacrificio para amar mejor a su esposa Augusta e indirectamente al amor de su juventud: Ada, hermana de Augusta.

Si bien en los tres libros el dinero es parte importante de la trama, para Zeno, de condición acomodada, éste parece siempre estar asegurado–ya sea por la decisión de su padre, que ha nombrado un responsable, desconfiado de la capacidad de su hijo, o por las relaciones familiares, en la cuales el dinero se discute. Las riquezas nunca (a pesar de la amenaza de desastre) son motivo de extrema urgencia. En el caso de Bloom en Ulysses, pero sobretodo en Herzog, donde ambos hombres son burgueses de clase media, el tema del dinero siempre es generador de tensión, es una herramienta para crear conflicto o para solucionarlo. El motivo del dinero es muy frecuente en las obras de Bellow, no tanto en las de Joyce.

Zeno es un mundo de la mediana edad. Herzog es un testamento de la entrada a la vejez. Si el Dublin de Ulysses no fuera también el purgatorio de Stephen Dedalus, la obra de Joyce se parecería mucho más a la de Svevo.

Después de leer La conciencia de Zeno, escribí este pequeño ejercicio en mi blog de FronteraD: Newyópolis. Intentaba demostrar el estilo de Svevo, con un tema obsesivo del personaje y esa relación ambivalente (más de rechazo que de aceptación) del autor con el psicoanálisis.

Fumadores e hipocondríacos encontrarán un placer adicional en el libro, pues el autor discute con intensidad, a lo largo de toda la historia, la necesidad de dejar de fumar y la permanente posibilidad de enfermarse y morir.

Crea un blog o una web gratis con WordPress.com.

Subir ↑