Esta semana (últimos días de mayo 2022) la periodista mexicana Irma Gallo me entrevistó desde la organización de la Feria Internacional del Libro de Nueva York, a propósito de mi trabajo como profesor, editor y escritor. Hablé un poco de Los Bárbaros, de las ediciones de Chatos Inhumanos, de mi trabajo en Lehman College, de mi novela País de hartos y de mis textos publicados en la antología Excritorxs Salvajes. 37 Hispanic Writers in the US (antologado por Hernán Vera y publicados en 2019 por Hypermedia).

Estos libros que aparecen de la nada, cuyo nombre se te cruza de repente. Como esas llamadas que crees que son spam y las ignoras. Las pasas. Pero claro: al final contestas.
Así fue como llegó El infinito en un junco. Se me antojaba un libro banal. Entonces alguien en el taller lo recomendó. Y alguien más. Lo busqué en Internet. Muy caro. Me encantan los libros de Siruela pero era muy caro. Los costos de envío ya eran más de lo que podía pagar. Hasta que un día en el invierno, tal vez caía aún la nieve (porque este 2022 ha sido muy extraño), ahí estaba a un precio amable. Apreté un botón en la web. Pim. Mañana llega.
Y claro: el disfrute, la sorpresa. Toda esta información junta, de una manera tan hermosa. Busqué la foto de la autora: no era la anciana librera que yo imaginaba sino una chica joven, hermosa, de Zaragoza. Una nerd de biblioteca con ese brillo fantástico en los ojos que parece que nos viene a los humanos como regalo, tras la lectura de ciertos libros. La dicha del conocimiento.
Por esos días en que empezaba con Vallejo, escuché un discurso de Juan Villoro en Michoacán en el que hablaba de la importancia de la lectura. El escritor mexicano me llevó hasta una imagen de San Agustín mirando a San Ambrosio, asombrado de verlo leer en silencio. Vallejo también lo menciona. Leer en silencio: esa revolución.
Después de leer algunos capítulos tuve que abrir La Ilíada y La Odisea, irme a leer lo que dice Plutarco de Cleopatra (en mi querida traducción de Dryden para la Modern Library). Hoy leí una entrevista con Jesús Marchamalo que me recordó que este gusto por lo que ha escrito Vallejo tiene mucho que ver con la fascinación que sentí al leer Ex-Libris de Anne Fadiman.
Aún no termino El infinito en un junco porque–con la escritura de la tesis– es poquísimo el tiempo que me queda para leer por placer. Y sí, es placer. Del mejor.
Los invito a visitar el enlace y darse una vuelta por las más de 100 entrevistas en que Pacheco –desde la ciudad de Austin en Texas– ha entrevistado no solo a autoras sino también a editorxs, traductorxs, directorxs, estableciendo un puente entre proyectos que se han establecido en diferentes puntos dentro y fuera de los Estados Unidos.
Espero que les guste la entrevista y que disfruten el podcast.
El podcast literario Entrelíneas colgó esta entrevista que me hizo la editora Claudia Giribaldi en diciembre 2020.
En 30 minutos, conversamos sobre mi llegada a los Estados Unidos, mis primeros trabajos eventuales –con un Social Security bamba– los inicios en el periodismo y la Maestría en Literatura Inglesa. Y traté de explicarle cómo así un dibujante de comics en Lima se transformó en editor de Los Bárbaros y en fundador de los Chatos Inhumanos en Nueva York.
Claudia también me forzó a leerles el prólogo de Los Bárbaros 8, sobre «Escoger» y Hunter S. Thompson. (mentira, lo hice con gusto)
Muchas gracias Claudia y Entrelíneas.
A comienzos de octubre de este 2020, tuve una Conversación nocturna con Hernán Vera Álvarez. En ella, Vera se refirió con mucho cariño a mi novela País de hartos.
Fue un placer conversar sobre la novela, sobre autores peruanos que quiero (y que no quiero), sobre literatura escrita en Nueva York, sobre las taras latinoamericanas —argentinas y peruanas—, sobre la experiencia del que deja todo y cambia de vida en los Estados Unidos, sobre Los Bárbaros y el trabajo de Chatos Inhumanos.
Una agradable noche literaria -desde las 11 pm hasta casi la 1 de la mañana- que ha quedado registrada en este podcast de Suburbano Ediciones. Gracias también Pedro Medina León por haber hecho crecer este espacio para la literatura en castellano escrita en los Estados Unidos.
No tendría que pasar algo así solo en el pequeño pueblo de Uruguay que me encontré en Veneno:
El inmigrante llega a la cantina de su pueblo natal. Los hombres que juegan cartas pretenden no reconocerlo. El personaje, Tapita, pone un billete de diez dólares sobre la barra y el cantinero le dice que se los acepta «solo si ya se va».
«Vivo en Nueva York hace trece años», le dice Tapita a un borracho que lo mira con sospecha y que luego se retira, como si Tapita fuera un apestado, como si algo no estuviera bien en que un hombre de Toledo, ese pueblo de polvo uruguayo, viviera tan lejos de allí.
Tantos lugares que se sienten como pequeños y barridos por el tiempo cuando uno se va. Solo recobran su importancia cuando uno descubre que sin ese lugar no seríamos nada. Tal vez por eso el apuro en sembrarse otra vez, en echar raíces. Porque si no el inmigrante se siente como un árbol al que han arrancado de la tierra. Un tronco que no consigue estar de pie.
Si bien el evento que da forma a la novela es el asesinato de un uruguayo acusado de incendiar un hotel en Texas, el tema principal de la historia es el desarraigo. Esa palabra tan dolorosa alrededor de la cual Fontana teje la historia del asesino Tapita.
Y de pronto la gente de pantalla se aparece en tu vida/ Presionados por quién sabe qué pedazo de tiempo/ Alguna esfera azul/ Una campanada enmedio de la noche/ Así como aquella doña que soñaba con croquetas del cuerpo de un torero/ Se aparecen y te dan la mano y sonríen y se vuelven tan simpáticos como en la vida irreal/ La gente de pantalla proyecta una nueva imagen y esa imagen se toca con la tuya. Y bum.
Sospecho que tenía gripe
y ganas de joder.
Claro que yo era muy joven
y sufría después del pan con mantequilla
hasta las 6 en que entraba a buscarla,
me desparramaba en su sofá
y la admiraba.
Sólo/solo la admiraba.
Tres veces le dije que la amaba
otras muchas, en silencio, la amé.
Ella me despistó
con su temprana edad, con su
cinismo,
con su vocación
a lo Flaubert.
Y alguna vez lloré, pero después
escribí una novela.
Me tomé una botella contando la historia.
Ella tenía gripe
y esta noche, me la ha pasado.
Soplo en la noche de Madrid,
le mando un beso,
volado.