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The New York Street

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Peckinpah

19 de noviembre, Invierno y nieve


Regresando de estacionar el auto en la callecita al lado de la estación de tren, me ha dado por pensar si mi vida no es demasiado apacible. ¿Le falta drama? Tal vez. Supongo que ésa es una de las ventajas de la buena vida marital.

Porque no todos los matrimonios deben estar excentos de drama, como lo puede comprobar cualquiera que haya leido la reciente biografía autorizada de V.S. Naipaul. Misógino, abusivo y racista. La periodista que le hace la reseña hoy en el New York Times dice que en las partes donde Naipaul abusa de su primera esposa se le hacía un nudo, de la rabia.
Ayer, regresando de la universidad, me detuve a hacer algunas compras y me cayeron dos copos de nieve al bajar del carro. Me quedé mirando si seguían cayendo pero allí se detuvo todo. Dos copos de nieve. El inicio oficial del infierno.
Es cierto que he estado leyendo desordenadamente. También he estado trabajando desordenadamente. Y relacionándome con cierto desorden. Pero entre las teclas y la pantalla llegó la voz de Rachele desde Italia y se cambió su estado de ánimo a «contentissimo». Es una genia en literatura inglesa, quién lo diría. El español ni lo mastica y nuestro intento de entablar una charla en italiano se fue al diablo cuando después de un minuto de conversación me percaté que su italiano sonaba precioso pero no le entendía nada. Otra maravilla fue ver la barriga de Rossella en la computadora, en su casita de brujas en Bruselas y enseñándome la cama del camarote donde algún día nos vamos a quedar. Si es que animamos a Frances a seguirnos a Europa. El viaje ya está todo planeado, las casas han sido marcadas con tinta china en el mapa: Londres, Dublin, Belgrado, Praga, Berlin, para comenzar.
Sandra dice que estoy enfermo por estar hasta tan tarde en la oficina. Pero algunas cosas quedaron hechas. Sobre todo dos páginas del periódico que me dieron trabajo. Hubo que trabajar las fotos, en fin.
De Training Day quiero recordar el modo como el director hace que el detalle de la billetera de la niña no se sepa hasta el final. No es un truco excepcional, muy usado, pero sigue funcionando.
De The Devil Wears Prada, los ojos de la protagonista, que a pesar de sus transformaciones seguían diciendo que ella era la misma. Creo que es difícil encontrar por la calle ese tipo de ojos. Ya no se ven.
Algún tiempo atrás leí que la autora estaba sufriendo para escribir sus libros. Al parecer ya publicó otro que nadie lee. Debe ser difícil hacerse rica con el primer libro.

Libros, libros.

¿La mejor callecita de la semana? Esa cubierta de hojas amarillas, bajo el puente entre los árboles hacia la casa de Héctor y Jaimee.

¿El mejor café? El del lunes. Por la mañana, a las 11, a esa hora en que el cerebro respira aire fresco y no piensa en otra cosa que en la disponibilidad de la vida.
Disponible para todo. Presente.

¿El mejor discurso? Sigue siendo ese que he escuchado en vivo, sobre mi cama con vista al puente sobre el río Harlem, desde Chicago.

¿Las mejores líneas? Aquellas en que la sangre empieza a chorrear desde la cabeza de El Tigre. El lunes.

Y la mejor película ha sido la de Peckinpah: Major Dundee. Porque ya no se hace cine como se hacía antes. Cuando no había que decir un solo fuck (Fornication Under the Consenting of the King) para mandar a la tropa a reirse o a cruzar el rio y a bailar rancheras bajo el sol de la frontera.

En el pueblo de Parras en 1968, 9 de abril

The Wild Bunch
Una de las escenas más famosas de la historia del cine, improvisada por los actores de Peckinpah: The Wild Bunch

 

En el pueblo de Parras, en la frontera mexicana con los Estados Unidos, Sam Peckinpah empieza a filmar La Pandilla Salvaje, con un grupo de actores de primer nivel entre los que destaca William Holden, Ernest Borgnine y el Indio Emilio Fernández.

Es luego de conversar con Don Emilio y escuchar sus reacciones ante las primeras escenas, que Peckinpah escucha la brillante secuencia de los escorpiones devorados por las hormigas de labios del actor mexicano. Algo como eso ha de ser el final de la pandilla, estos bandidos cuya única ley es la supervivencia para el robo. Que sin embargo luego matan por el honor de un amigo y mueren entre el estruendo de la primera ametralladora mexicana y las balas de los soldados de Mapache.

Otras escenas memorables –incluyendo la legendaria caminata de los 4 desde el burdel hasta la casa donde se hospeda Mapache–, son las escenas del asalto del tren, que desenganchan sin que los caza recompensas lo perciban, la fiesta en el pueblo y el agujereo de los toneles de vino para que se duchen ellos y las mujeres, la voladura del puente, el arrastre del bandido mexicano por el General Mapache, subido a su nuevo convertible rojo.

Los ojos de Holden, el viejo y acabado cuatrero que solo quiere un gran asalto para retirarse, la sonrisa de Borgnine, que parece ha de ser dejado a los buitres tras la batalla final, en la que Pyke asesina desnfrenadamente con esta horrible ametralladora de la cual los europeos pronto han de oir hablar en las trincheras de la Segunda guerra mundial. Y el que los seguía no lo ha encontrado vivo, sus recuerdos son demasiado pesados para saber a dónde ir. No regresar a los Estados Unidos donde lo espera la cárcel, sino quedarse entre estos pueblerinos que se defienden, a ellos y a sus familias, en plena revolución mexicana.

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