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The New York Street

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New York Street

Berlín dividido en Nueva York. Juan Villoro y Soledad Marambio

Conversación sobre Berlín dividido en McNally. Juan Villoro y Soledad Marambio

Video de la presentación del libro de crónicas Berlín [dividido] en la librería McNally Jackson de Manhattan. Conversación entre Juan Villoro y Soledad Marambio, el 8 de diciembre de 2011. Puedes ver el video presionando sobre la foto del evento.

Caminata por la 57

Portal de entrada de la librería Rizzoli en la calle 57. Foto de Jim in Times Square (Flickr)

La calle 57 de Manhattan es como la Larco de Miraflores. Es casi tan elegante y de alto vuelo como la Quinta Avenida –que no tiene equivalente limeño ( si alguna vez la tuvo supongo que fue en aquellas épocas de trompo con huaraca cuando el Jirón de La Unión era el Perú y los yuntas de Colónida compartían el rapé y la mulita de pisco en el Palais Concert). La 57 es una calle con fachadas elegantosas, intercaladas con uno que otro Diner, entreveradas con galerías de prestigio, restaurantes cinco estrellas, pizzerías  y oficinas.

En una de las cuadras de la 57, en una casona de tres pisos con el número 31, queda Rizzoli.

Entre paredes recubiertas de roble, pintados con una iluminación acogedora, aguardan en sus estantes los libros, discos, almanaques y otros objetos a la venta en esta librería especializada en arte y literatura italiana. No es tan raro que los eventos de Rizzoli empiecen en los salones de la librería y terminen con los invitados, el queso y los vinos, en las salas o estudios de los artistas que viven en alguno de los edificios cerca de Rizzoli.

Llegué hasta sus puertas buscando comprobar el chisme que me llegó hace una semana en los pasillos de Lehamn: en el tercer piso, en uno de aquellos ambientes alfombrados y lujosos de Rizzoli, se había armado una de las mejores colecciones de oferta de libros español de la ciudad. Parecía mentira que entre las cantaletas del «nadie lee», haya en Nueva York quienes todavía se tomen el delicado trabajo de organizar un rincón dedicado a los libros. Literatura, filosofía, historia, éxitos de ventas y libros para niños en castellano. Son libreros de cuatro niveles, con un nivel inferior donde reconozco a Muñoz Molina, a Javier Marías, a Vila-Matas. Ellos están al lado de clásicos: Castalia, Cátedra, Alianza Editorial (me pareció un poco exagerado ver tantos libros juntos de Benito Pérez Galdós).

Tomé al azar un libro de Vila-Matas.»Él único que tenemos de él» reconoció el librero, que se acercó con discresión a indagar si necesitaba algo. Se llama Pedro, es un muchacho con acento caribeño. Me contó que acababan de empezar, que están pensando en organizar actividades, que aceptan pedidos de profesores, que pueden ayudarme a conseguir los textos necesarios para una buena clase.

Metí la nariz en el libro de Vila-Matas y ésta se quedó allí. El libro se llama Dietario voluble y es una especie de diario que cubre algunos años de la última década.  Me hace pensar en los desordenados y egocéntricos diarios de Dalí: confiesa haber estado sentado en el café de una plaza con el único propósito de ver pasar a Catherine Deneuve, reconoce haber espiado desde su mesa de restaurante a John Banville, combinando impresiones al vuelo sobre su apariencia con elogios a su prosa; describe su primera caminata sobre el puente de Brooklyn para ver el crepúsculo neoyorquino, y haber metido la pata en una conferencia con franceses.

Encontré unas líneas donde se refiere a sus caminatas al azar por calles y plazas. Allí entresaca un comentario en un blog peruano y repite con fascinación los nombres de barrios limeños que no conoce y por los que aún no ha caminado: Chacarilla y Magdalena.

Vila-Matas me obliga a pensar en esas horas de recorrido entre asombrado y pensativo que algunos escritores de tendencia urbana, solemos combinar con otra caminata solitaria: la lectura. Ayer estuve haciendo eso: caminar por la 57 después de salir del tren 4, con una idea muy vaga de llegar al Met. Decidí seguir hasta Colombus Circle, solo porque por esas avenidas podía respirar imagenes de Manhattan. Coger el tren a Prince St, caminar hasta otra librería, volver a meter la nariz en otro libro, en fin: vivir.

En los suburbios

Este es el artículo publicado esta semana en mi blog Apuntes en Nueva Ítaca en la revista Suburbano de Miami:


Llegué a Nueva York en un vuelo sin accidentes desde Londres. Un primo lejano, de quien conservaba el vago recuerdo de una fiesta de carnavales en La Punta ( ese balneario embellecido por los inmigrantes italianos que llegaron al puerto del Callao en los 1900, mágico apéndice de tierra que un tsunami puede tragarse de un solo bocado) me recogió del aeropuerto John F. Kennedy y cruzamos a bordo de su Hyundai rojo fuego, las calles en cuadrícula de la Ciudad de la Furia. Desde el asiento del piloto me apuntó Times Square, tomó el desvío hacia uno de los túneles y me llevó hasta la ciudad de Hoboken, cruzando el río Hudson, para que pudiera contemplar desde Nueva Jersey esa fortaleza de rascacielos iluminados enfrentándose al paredón de los Palisades: Manhattan. Era fines de noviembre y hacía frío. Mi primo–que además de la colección completa de La Fania y de Héctor Lavoe posee una bien surtida discoteca de rock en español en la maletera–pulsó los controles del equipo de sonido y sonó la guitarra de “En camino”, una de las canciones mejor concebidas entre la discografía de Soda Stereo.

Entonces yo, después de 6 meses de intenso camino, aterrizando en Nueva York tras andar varado en Europa sin un centavo en los bolsillos, me apropié de esa canción. Aquel tema que habla de desvíos y espejismos fue la culminación de una pequeña odisea que había comenzado seis meses antes en Lima, y que había seguido mientras mochileaba por España, Portugal, Francia, Alemania e Inglaterra. En aquél momento en que mi primo cruzaba el puente George Washington para llevarme a su casa, las últimas luces que vi al despegar del aeropuerto Jorge Chávez de Lima ya eran para mí una imagen brumosa.

Mi primo cruzó la parte alta del Bronx y nos metimos en un territorio desconocido: los suburbios. Desde Lima, una tarde me dieron malas noticias: el país se derrumbaba. Nuestro dictador había renunciado por fax y la sociedad se estaba reorganizando para salvar la debilitada democracia con un gobierno de transición. Los hombres que habían transitado muy orondos con saco y corbata por la historia peruana de fines del siglo XX, estaban desfilando hacia la prisión. El consejo de mi familia era que yo esperara en Estados Unidos a que se aclarara el horizonte político y económico. Conociendo la historia peruana, aquello podía tomar años.

En diciembre enfrió aún más. Una tía me había prestado un pequeño departamento en el cuarto piso de un edificio en una calle llamada New. El edificio se caía a pedazos, pero en aquél momento en que mi vida parecía comenzar de nuevo, “New” parecía el nombre apropiado. Desde la ventana de aquél departamento vi caer los primeros copos de la temporada. Pronto los suburbios se cubrieron de nieve. Ya las voces moderadas de mi familia me habían aconsejado que me acomodase al frío y esperase tiempos mejores en el estudio de la calle New. No tenía trabajo ni dinero. En un pequeño conciliábulo de primos, ellos acordaron darme un número de seguro social y conseguirme empleo, gracias a sus contactos, en la garita de un centro médico. Allí, mientras regaba las escasas flores del estacionamiento, abriendo las puertas a los dueños del edificio y apretando el botón de una cerca eléctrica para que estacionaran los autos de los pacientes, en un horario de lunes a viernes y de 8 de la mañana a cinco de la tarde, podía ganar más dinero que en los tres empleos “prestigiosos” que había dejado en Lima antes de viajar a Europa; trabajos con horarios que iban de 7 de la mañana a 10 de la noche, de lunes a domingo. Con ese primer trabajo y con esporádicos empleos estacionando autos en un club de golf solo para ciudadanos judíos, pude pagar mi renta en el estudio de la calle New. Además, entre pequeños gastos de ropa y comida, ahorré para comprar una computadora y un viejo Honda.

Fue un invierno frío. Yo creía, ilusamente, que habiendo visto a personajes del cine con aventuras entre calles tapadas por el hielo, ya conocía aquella sensación de la nieve escabulléndose entre los zapatos y las medias, o el salvaje frío filoso de la nevada congelándote el rostro y las manos. Tenía el vívido recuerdo de una escena de una película de aquel genio del cine que fue Ingmar Bergman: sus personajes marchaban sobre la nieve que cubría la ciudad de Upsala. Llegó el día en el cual tuve que caminar en una tormenta de nieve, y con cada paso que daba, el sonido del hielo machacado por mis zapatos me recordaba aquella película y me hacía ver mi absoluta ignorancia limeña acerca de temperaturas inclementes.

Sin embargo, aprendí. Mi siguiente invierno fue menos cruento y al subsiguiente ya me atrevía a aconsejar a algún recién llegado sobre tal o cual marca de botas, o sobre la inconveniencia de intentar abrir un paraguas en una tormenta.

Cuando por fin llegó el momento de mudarme a vivir en la ciudad, en Brooklyn, uno de los corazones del monstruo neoyorquino, mis familiares que habían vivido toda a su vida de inmigrantes en ese pueblo a cuarenta minutos de Manhattan, no podían entenderlo: ¿qué le puedes ver a Nueva York? me decían. Desde Lima mi madre me instó a permanecer cerca de ellos. Como si la pesadilla del terrorismo no hubiera sido suficiente para disuadirme de mudarme a esa ciudad. Yo dije que los suburbios no tenían el encanto del concreto de la metrópolis, que la única razón para dejar el Perú era para disfrutar a plenitud de la vitalidad de aquella isla mitológica; dije que tenía que vivir en Nueva York para poder saber de lo que hablaban los escritores que habían utilizado su mejor ingenio y pluma para describirla y–una y otra vez–reinventarla.

Viví en varios departamentos en la ciudad de Nueva York. Desde mi primera habitación se podía ver el Empire State y el departamento tenía una terraza con una vista preciosa a un cementerio de chatarra. Como todo neoyorquino viví con ratones y con cucarachas. Otro departamento quedaba en el piso arriba de un club social albanés, a dos lotes de distancia de una bodega dominicana donde podía pedir emparedados a la medianoche. Comprando allí mis víveres o haciendo mi cola frente a la caja para pagarlos, aprendí lo poco que sé sobre la cultura reguetonera, gracias a la radio a todo volumen de la señora bodeguera. Mi último departamento en la ciudad de Nueva York tenía garaje privado y desde la ventana de la habitación–que compartía con quien entonces era mi novia– podíamos ver el río Hudson y los Palisades, aquella imponente pared de piedra que tanto me recordaba mi primera noche en Estados Unidos. Sin embargo, cuando apareció la oportunidad de comprarnos una casa, la lógica de formar una familia nos empujó otra vez cruzando las fronteras de la metrópolis, hasta uno de aquellos pueblitos en los suburbios donde había empezado mi vida en Norteamérica.

Esta mañana he bajado a contemplar el arroyo que pasa frente a mi propiedad. Frente a mi casa hay una reserva natural y la sensación de los árboles alrededor me hacen creer que estoy en una ciudad apartada cuando en realidad solo vivo a 40 millas de Manhattan. El cauce de ese arroyo termina una media milla hacia el oeste, en el río Hudson. Cuando llueve su caudal aumenta y desde mi pequeña oficina en la casa, mientras escribo, puedo escuchar el correr del agua. De vez en cuando, mi esposa sorprende a los venados alimentándose con las flores de nuestro jardín; y alguna vez hemos descubierto a una familia de mapaches banqueteándose en nuestros tachos de basura. Hay una buena distancia entre mi casa y la del vecino; entre ambas hay árboles que esta primavera se han llenado de flores blancas. Debajo de las ventanas de mi sala, asoman ya las primeras rosas y despuntan–de todos los colores–los tulipanes. En una de las esquinas del jardín crecen espárragos y debajo de las escaleras que llevan a mi cocina crecen matas de menta.

Ni bien llego por las noches de la estación de tren, después de dictar mis clases en el Bronx, donde camino 50 minutos diarios–entre la parada del tren y la universidad–para no olvidar el gusto de caminar por la ciudad; me detengo a observar por la ventana de mi dormitorio las estrellas que alumbran el pueblo. Y sin traicionar al cariño que le profeso a la ciudad que me ha regalado tantas enseñanzas, me confieso que a mí me agrada esta forma de vida, esta combinación afortunada del campo y de la ciudad: yo también soy un hombre suburbano.

Caden Cotard

Cervantes, le quitas algunas letras y se convierte en Crane. Fácil. Trivias, todo está lleno de trivias.

Hago foco y veo perfectamente la llegada al valle de Acaville.

Observas a los pasajeros silenciosos del tren subterráneo. Las capuchas comienzan a pertenecer al paisaje, cada vez más. El cabello mojado y el frío. Las manos las percibes más rugosas y dañadas. El clima destroza los labios.

Tantas maneras de percibir las imágenes, distintos tamaños de pantalla. Las letras como una partida de Scrabble: S-Y-N-E-C-D-O-C-H-E. Cada quien lo pronuncia como le da la gana.

Otra vez volvemos a la angustia creativa. Esa que te agarra ni bien abres los ojos. ¿Para qué? ¿Qué necesidad tenemos de ser honestos? ¿Con nosotros mismos? ¿Trascender? La misma pregunta de Dominic Matei. Y Borges como una sombra. ¿Estamos aquí?¿Para qué? Carpe Diem.

Un juego, entendamos la vida como un juego. Entonces todo empieza a cobrar cierto sentido. Incluso si perdemos. Alguien tiene que ganar y alguien tiene que ser derrotado. Tal vez no nos hemos preocupado por leer el manual de juego. Hay algunos que se lo saben de memoria. Lo han releído no sé cuantas veces. Otros juegan por instinto. Dejan todo al azar, me cuento entre ellos. Hay quienes no quisieran jugar. También allí he figurado yo, tantas veces.

Sin embargo el no querer jugar no significa que dejes de ser otra pieza del gran juego y que en algún momento tengas que decidir moverte, hacerte a un lado o tumbar al rey.

Discurso de aceptación de Barack Obama


El candidato republicano no ha entendido lo que la gente pide en este momento: CAMBIO. El ciudadano promedio de los Estados Unidos, el inmigrante que ha llegado en busca de oportunidades, el trabajador de clase media, el intelectual que se preocupa por la imagen de su pais en el mundo, la madre que solo quiere estabilidad y seguridad para su familia, el estudiante que no quiere vivir con la angustia de no tener trabajo o no poder pagarse un seguro medico, el soldado que teme verse envuelto en otra guerra de la que no podrá salir con vida, el ciudadano americano promedio que ha visto como en dos períodos consecutivos el gobierno de George W. Bush ha dilapidado las reservas dejadas por Bill Clinton, envilecido la imagen de Estados Unidos en el mundo, depreciado el dolar, inmiscuido en dos guerras de las que no sabe como salir ni como demostrar los resultados que se habia propuesto conseguir al empezarla.

El gobierno de la bravuconada y el odio, del autosuficiente partido republicano que ha despreciado a todas las instituciones, organismos y naciones del mundo que se opusieron a su mal planeada segunda Guerra del Golfo y su toma de Baghdad, desde las Naciones Unidas hasta Greenpeace. El partido republicano y los ultra conservadores que se han burlado de la Convención de Ginebra y del Protocolo de Kyoto; que han vilipendiado a los pacifistas, a los ecologistas, a los evolucionistas. Maldita sea la hora en que los eligieron los norteamericanos.

El discurso de Barck Obama anoche en Colorado fue claro, inspirado y concreto. Estados Unidos puede ser un mejor país que lo que ha sido los últimos 8 años, Estados Unidos puede ser aún el último refugio de esperanza para quienes llegan a estas orillas en busca de un lugar donde se dignifica a quien trabaja y a quien quiere hacer dinero y prosperar en el campo que desee, en base a esfuerzo y sacrificio.

Tantos libros (So many books)

Cosas que recuerdo de Strand (18 miles of books):
1.Encontrar una primera edición de un libro de Richard Burton (y comprármelo a precio huevo)
2.Hallar la edición de Anábasis, la segunda traducción de T.S. Eliot
3.Leer las notas al Génesis de la edición original de la Biblia de Jerusalem y las menciones a los cíclopes.
4.Los libros de la Historia de la religión, El mito del eterno retorno y los diarios personales de Eliade
5.Todos los ensayos de Ezra Pound
6.The Western Canon de Harold Bloom
7.La biografía de Oscar Wilde
8.Buscar libros de drama griego y encontrar una edición traducida de los Comentarios Reales
9.Los versos de Yates
10.Los dramas de Shakespeare
11.La colección de la Everyman Library
12.Los ensayos de Montaigne en tapa dura
13.Los libros Taschen a 10 dólares (Fotografía siglo XX, Iconos del siglo xx, Forbidden Erotica)
14.Las mujeres entre los libros
15.Sobre las escaleras buscando entre los libros pegados al techo
16.Las miradas
17.Los laberintos del sótano
18.Las horas.
19.Un libro sobre la historia del blues por Robert Crumb
20.Los ensayos de E.B. White, recomendados por Iwasaki
21. Un libro viejísimo de Joseph Conrad

He leído más en los Barnes and Noble. De aquellas librerías tengo recuerdos más placenteros (de labios, de sonrisas, de escotes, de caminatas de atardecer, entre las sillas de alguna presentación). Tengo además el autógrafo de Zadie Smith, el de James Ivory, el buen trazo de la firma de Art Spiegelman y la de Frank Miller en Sin City.

Además, he escrito cosas importantes pegado a las ventanas de Broadway. El ambiente espacioso y moderno de B & N se presta más para la lectura que los atestados pasillos, los estrechos pasadizos y el excesivo calor de los locales de Strand.

Sin embargo, me sucede algo difícil de explicar. De los Barnes and Noble recuerdo el placentero silencio de mi lectura. Entre los libros viejos de Strand, siempre me parece estar escuchando una prolongada conversación.

Libros raros


El codo sobre el libro. Detrás de las ventanas del edificio, Harlem. Se ha gastado tanta tinta. Tantas palabras y tantos sueños han derivado de éste, el primero. En algún lugar de La Mancha dice la primera página de la novela. Y el gringo pone el codo sobre el lomo del Quijote. El peruano mira, con la boca abierta.

The God of Small Things

 

This is my review for the class English and the Anglophone World.
The book is The God of Small Things by the Indian writer Arundhati Roy.

 

The clue to Arundhati Roy’s story is in this passage taken from the khatakali episode. As a kathakali dance, Roy mixes real life and mythology to create great story:

The Great Stories are the one that you heard and want to hear again. The ones that you can enter anywhere and inhabit comfortably. They don’t deceive you with thrills and trick endings. They don’t surprise you with the unforeseen. They are as familiar as the house you live in. Or the smell of your lover’s skin. You know how they end, yet though you listen as though you don’t…In the Great stories you know who lives, who dies, who finds love, who doesn’t. And yet you want to know again (Roy, 218)

The novel is a Heart of Darkness where you have to enter with your heart on your hand. The plot of The God of Small Things develops in circles around a single event, a single day. The novel is made of small things, significant things. All of them together build the whole drama.

There is a villain who loves, Baby Kochama who still writes I love you in her diary, many years after the death of Father Mulligan. And there are lovers who are villains: all the other characters. From the ambassador Estha «Elvis» to the Ambassador Rahel, from Velutha to Ammu or the laconic Sophie Mol. Everybody loves and everybody kills in their own way. And even some of the most pathetic stories of love in this book are full of sadness and crime at the same time.

Is it a tragedy? Is it a love story? Both of them. A tragic love story. A Romeo and Juliet with Indian flavor, with a river and magnificent secondary characters. It is difficult not to get surprised by some of the turns of the plot. I was amazed by the narrative of Margareth Kochamma and Chacko’s first encounter. And through the whole episode after the death of Velutha and Sophie Mol, as a good optimist, I was looking for the pony too.

There is play with destiny. The unavoidable destiny where all the characters are conducted by their own choice. As Rahel and Estha noticed, they choose to save Ammu, comdemning Velutha. Velutha choose to condemn himself, loving Ammu.

The drama of Rahel develops through the whole book. They are the more developed characters, the most intriguing. However, the big tragedy is Ammu’s one. The episode at the end, the full description of Ammu and Velutha’s first sexual contact, after the recitation of the whole tragedy, serves to reaffirm the triumph of love over death, if not in real life, at least in the mythical world.

La carta más hermosa del mundo


Antes de que se acabe el dia, déjenme compartir extractos de una carta preciosa que me acaba de llegar. (Solo omitiré algunos detalles muy personales)

Dearest Ulises:

All day long today I have been telling myself that you are absolutely
perfect for me. My students wanted to know how many sugars were in my
coffee, because I was so smiley. My officemate asked about you, and I
could just feel this uncontrollable grin on my face. She must have seen it
too because she wished us good luck.

During class, my students were roudy, and I knew it was because I was
exuding this devil-may-care attitude, as in: Who cares!? I have
Ulises!

I wanted to write this letter to you because I wanted to share with you
how blessed and lucky I feel to be with you, to have found you, to not have
been successful in pushing you away…Lucky because I finally let you kiss me!

It is the little things that make me grateful to know you and to be
alive. I love your little slits of brown eyes (brown light) peeking through in
the morning. I love how you cross the studio to say to me “Tell me, mi
amor.”

I love the way you do little things backwards, but with love, like the
shower curtains, the cuisine art, the coffee cup in the pots and pans
cabinet (you put that there, not me!).

I love the way you pay close attention—you listen, you watch, you exude
love. You have become my reason for living. Is this bad? Is it
enough to turn my fiancé away? I love you. I am excited to spend the rest of my
life with you. And I know you are too.

We have the same career goals, which is a blessing, because I know what
kind of support you need to be successful—you need the same things I need,
that you give! The reciprocity of us is one of the most beautiful things
that we have. We make good bedmates; we keep each other warm, both literally
and figuratively.
When I told mom we were serious, she asked me does he want to be with
you all the time? And I said «YES,» and «me too.» So apparently this is
what love birds do.

You are so intelligent. You live in the present. You can do
anything. I admire you in a way that I have never admired anyone else. I want to
be like you, I want you to admire me. I know you do, and this is more
meaningful than anything else because it means the most coming from
you.

You, who speaks many languages, who had one career already, who is
brave and confident and happy. You who gives all that you are all the time,
everyday.

Thank you.

I am writing this outside of your classroom (because I am cutting
Jacques, long story, wrong venue), watching you teach.
You look like you are good at it.

Love,

Frances

Blog de WordPress.com.

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