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The New York Street

Un blog lleno de historias

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James Joyce

Vargas Llosa: Veinte años después de la pica pica

«Es preciso que todos lo comprendan de una vez: mientras más duros y terribles sean los escritos de un autor contra su país, más intensa será la pasión que lo una a él. Porque en el dominio de la literatura, la violencia es una prueba de amor.»

Mario Vargas Llosa, La literatura es fuego

La semana pasada terminé de leer El sueño del celta. Anoche vi en YouTube un tremendo documental sobre la vida de Mario Vargas Llosa. Ambas experiencias me llevaron a recordar los momentos de mi vida en los cuales su obra me entretuvo, o por lo menos aligeró la pesadez del camino.

El año 1990 fue clave para entender el presente peruano. Allí, en dos podios, a pocos pasos uno del otro, Mario Vargas Llosa y Alberto Fujimori eran los protagonistas principales del debate previo a la segunda vuelta electoral. Vargas Llosa les puso como ejemplo a los peruanos a naciones como Suiza, cuya riqueza no consistía en la cantidad de territorios sino en la capacidad productiva de sus nacionales. Habló de libre empresa y de iniciativa privada. Fujimori, por su parte, fustigó a Vargas Llosa por querer asesinar a los peruanos con un sinceramiento de precios. Lo acusó también– y en ese momento la ficción superó a la realidad– de haber probado drogas en su juventud. El estilo combativo de Fujimori y sus promesas de un cambio progresivo y no traumático, con apoyo del Japón; prevaleció ante los peruanos, quienes desconfiábamos de las imágenes fantásticas que ofrecía Vargas Llosa, de un Perú semejante al Paraíso prometido, sin violencia, con crecimiento y prosperidad basada en la inversión privada.

Aún no tenía edad para votar. Sin embargo, mis convicciones estaban del lado de ese escritor, ya famoso, que había decidido rodearse de los intelectuales y economistas para promover un cambio basado en la iniciativa privada y la libertad de empresa. Mario Vargas Llosa fue apabullado en las urnas. Más del 60% del país, decidió que lo que necesitábamos era un cambio progresivo y le dio la espalda a la plataforma del Frente Democrático, liderada por Vargas Llosa, pero conformada también por dos de los partidos tradicionales que representaban a las más agria oligarquía peruana. Si bien la elección la recibí entonces con la tristeza de un cataclismo que impediría el progreso del país, bastó con que se conociera el veredicto de las urnas para que una sarta de animales maquillados como motores renovadores en el Frente Democrático, se sacara las máscaras y mostrara sus colmillos.

Yo había adquirido, casi de niño, a la salida de un supermercado, una versión en papel barato y tapa sencilla de La ciudad y los perros. Ese libro fue una tremenda revelación: una historia podía estar llena de malas palabras y ser a la vez un novelón; sin embargo, entre los juegos pueriles de mi adolescencia, me había alejado casi completamente de Vargas Llosa (La guerra del fin del mundo, que leí de un tirón en el pueblo de mis abuelos, me dejó el regusto de una obra maestra a la que el autor no se tomó el trabajo de resumir).

En los meses previos a las elecciones de 1990, quise leerlo. Quitándole tiempo a las horas del programa de Estudios Generales, leí La casa verde, Conversación en La Catedral, La Tía Julia y el Escribidor, El hablador, Historia de Mayta, Lituma en los Andes y ¿Quién mató a Palomino Molero?, en préstamos de tres días de la biblioteca de la universidad. Fueron lecturas veloces, inmaduras, de obras que merecían tiempo, lápiz y papel.

No lo volvería a leer sino hasta finales del año 2000, cuando llegó a mis manos El pez en el agua libro al que perseguí mientras hacía mis pininos como mochilero europeo: primero en un ejemplar prestado en Lima, después en La Coruña; en una sala de lectura en Porto; en San Sebastián y, como compañero de tardes desoladas de viajero pobre, en una pequeña librería pública cerca de Picadilly Circus en Londres. Lo terminé meses después, ya habiendo aceptado mi condición de inmigrante, en los fabulosos salones de la New York Public Library en Manhattan. Este libro es un ensayo fascinante sobre un hombre comprometido en cuerpo y alma con el destino de su país.

En Nueva York lo conocí cuando recibía un premio PEN el año 2001, entre otros varios escritores. Departió algunas palabras conmigo, y pareció interesarse en mis primeras experiencias viviendo en Nueva York, a las que comparó con sus años de escritor novato en París. En una conferencia en el recién inaugurado local del Instituto Cervantes, respondió con amabilidad a mis preguntas sobre Faulkner. El año 2009 asistí al homenaje que le brindaron en Guadalajara, México y pude por fin ver la muestra itinerante sobre su vida en una magnífica casona colonial en el centro de la ciudad.

He terminado de leer El sueño del Celta, con la misma felicidad con la que terminé antes La fiesta del Chivo, Las travesuras de la niña mala y El paraíso en la otra esquina. Sin embargo, estos años, mi experiencia más valiosa con sus libros han sido sus ensayos literarios. La verdad de la mentiras es una fuente de información tremenda para el buen lector de literatura inglesa. Allí Vargas Llosa ha reunido sus ensayos sobre autores como Joseph Conrad, James Joyce, Virginia Woolf, Francis Fitzgerald, William Faulkner, Ernest Hemingway, John Steinbeck, Graham Greene y Saul Bellow. Este libro es el compañero imprescindible de muchas de mis lecturas .

Sábado

Hay tantas noches como esta…
Y tantas otras en que el celular espera. Pregunto ¿Solo yo?

Desde un bar una llamada apurada, está terminando de trabajar. Me piden que me relaje, que lea un buen libro «Salman Rushdie me desilusiona un poco», me dice.

Mis piernas cansadas. Mi cercanía a la cama, mis memorias vuelan veloces y se alejan. Me levanto como un autómata pero descansado. Duermo mejor, el aire acondicionado es muy frío, pero en automático se apaga sólo un poquito después de cuando debería apagarse.

Pensaba escribir, usar la noche para condensar alguna cosa o tenderme en la cama a leer, subrayar, alguna palabrita nueva. La única que he aprendido recientemente es «impervious» y ni aún ahora recuerdo su significado. Hace unos meses estaba leyendo a Faulkner y subrayando como loco. Lo mismo con Rushdie, lo mismo con Joyce.

Vargas Llosa: El Pez en el agua. Siete trabajos cuando se casó con Julia, su tía. Y aquí escándalo de primas hermanas. Nada nuevo bajo el sol. Un reportaje sobre «Al fondo hay sitio» la magia de los guiones bien hechos, de los actores que tienen carisma.

Tengo que terminar esa historia de Comanse los unos a los otros. Un solo dia en el Cuzco, centro del imperio, ombligo del mundo.

¿Qué será del mundo? ¿Por qué no va más rápido? ¿Por qué no gira en torno a mí?

Solo vemos lo que nos ponen-o nos ponemos-frente a los ojos.
Definitivamente estar cansado no es una buena receta para escritor. Pero sin bajar la guardia, escribir, escribir, y más allá.

La recompensa está en nosotros mismos. Al menos escribí mi historia sobre el truco, basada en una línea de Borges. Ya.

Hacking in Fury at a Block of Wood

Portada de la primera edición de la novela de James Joyce: "El retrato del artista adolescente"

Líneas acerca del Retrato de un artista adolescente. De libros de Joyce y también de textos vinculados a su obra. Viene al caso porque Frances me regaló la biografía de Joyce por Richard Ellmann y porque el fin de semana me leí más de la mitad de Dublineses:

His anger was also a form of homage. (277)
(Es lo que siempre he pensado del episodio del cactus. Ese debe ser el principio de mi homenaje personal a la Patas Doradas.)

We are your kinsmen

Que otros se jacten de las páginas que han escrito/ a mi me enorgullecen las que he leído (Borges)

Del brusco aprendizaje de Estéfano
me queda la niebla de Dublín
y su corazón de dudas (yo)

Un mar que traga adolescentes rebeldes (Diré como nacisteis, Cernuda)

Y este pedacito es genial. Lo encontré en el diario de José María Arguedas incluido en la introducción a El zorro de arriba, el zorro de abajo:
«Así somos los escritores de provincias, estos que de haber sido comidos por los piojos llegamos a entender a Shakespeare, a Rimbaud, a Poe, a Quevedo pero no el Ulises«

Para Joyce

Escrito luego de terminar de leer
A Portrait of the Artist as a Young Man

A los amigos todos en licencioso beso
Los despido cariño cuatro cosas
Somos los mismos hombres los liceo
los cuatrocabras pintos Anatoles

Adelantemos esta despedida
Con exilio y denodada suspicacia
Que al silencio no le guarden respeto
Tengo que decir quiero
Debo arreglarme la vida

Y en el coraje hermoso de mi sexo
En la constancia de mi pensamiento
En la tercera persistencia e intelecto
He creido encontrar la dicha ciega

Sopesaré París (lo que aquí junto)
Entregaré Dublín a cuatro tacos
Martillaré al llanero y al casino
Y con mis dedos de furia
Masturbaré a la letra y
Auscultaré el infierno
He de morir y ella dirá: «No puedo traicionarlo yo tan pronto»

Ha de sembrar semillas
Con mi miembro
Con tu cabello atado a la cintura

Sopesaré las armas que me dejas
Alumbraré el cuartito asomadito al catre
La manivela de porcelana vieja
El caño descascarado
La biografía mitológica
Tus mejores líneas

Asumiré tu genio
Tus letras, tus reservas

Octubre 4. 2007

Translating Mrs. Dalloway


So near and yet so far! Which is what one feels about her art
E.M. Forster. The Early Novels of Virginia Woolf.

We would not be at the trouble to learn a language
if we could have all that is written in it just as well in a translation.
James Boswell. The Life of Samuel Johnson.

 

In an interview with James Joyce by the Czech writer, Adolf Hoffmeister, (241, Granta Magazine /89, Spring 2005) Joyce talked about the difficulties translating Finnegans Wake: “ Work in Progress is not written in English or French or Czech or Irish. Anna Livia does not speak any of those languages, she speaks the speech of a river,” said Joyce (250.) Joyce also admonished the Czech writer by saying that if anybody had to translate it, that person must be a poet with the greatest poetic freedom to choose any river of the Czech geography because Finnegans Wake had been written, specifically listening to the river Liffey in Ireland. He even added: “I do not want to be translated. I have to remain as I am only explained in your language” (250.) Joyce’s words about his novel can be applied to the case of Virginia Woolf’s Mrs. Dalloway.

Even if it is possible to translate successfully the story of Clarissa Dalloway–her walk through London from Westminster to Regent’s Park, her thoughts, and those inside the minds of Septimus Warren Smith or Peter Walsh– into any modern language, to translate the cadence and the rhythm is an extremely difficult task. Mrs. Dalloway being a novel, could be read in English as a long poem or as a performance, remarks Sigrid Nunez: “It’s like remembering a performance of Schubert.” (“On Rereading Mrs. Dalloway,” in The Mrs. Dalloway Reader, Harcourt, New York, 2003, page 141.) I would ask: how can you change any of the notes without changing the entire meaning and the intensity of a Schubert’s composition? The rhythm and beauty of the text is so important to Woolf that her use of the stream of consciousness technique, praised by many essayists, serves to create aesthetic beauty as Erich Auerbach remarks on his essay “The Brown Stocking.”: “The erlebte rede were used in literature much earlier, but not for the same aesthetic purpose.” (“The Brown Stocking” in Mimesis, Princeton 2003, p.535)

I was never so angry about a translation as when, after finishing Mrs. Dalloway for the first time in English, I decided to read a Spanish version that a friend gave to me a few years ago. While I reread Mrs. Dalloway in Spanish, the music from the original text started to sound in my mind perhaps irrevocable and I could not stop making corrections to the text. Even the word “irrevocable,” which comes so natural and beautiful in the fourth paragraph of the novel, as if it were a couplet on a Shakespearean sonnet, sounded dull and affected when translated:

Before Big Ben strikes. There out it boomed. First a warning musical, then the hour, irrevocable. (Woolf, New York 1992)
Antes de las campanadas del Big Ben. ¡Ahora! Ahora sonaba solemne. Primero un aviso, musical, luego la hora, irrevocable. (Woolf, Madrid 1999) 1

The translation attempts to imitate the musicality of the word “strike” whose sound in English suggests the act of striking. Not in Spanish. The same can be said about “boomed”. The repetition of the words “¡Ahora! Ahora” imitates the cadence and rhythm that came naturally in the English version with “boomed.” These words at the end: “For there she was,” keep the reader’s fascination after finishing the story. The words are not the same when translated as: “Sí, porque allí estaba.” The comma, maybe unavoidable in Spanish, alters the meaning and music intended by Woolf. The translator erased the original beauty of the rhythm in English by trying to keep the literal meaning.

Thinking about the difficulties of a literal translation inevitably Borges came to my mind. He translated Woolf’s Orlando and gave a lecture on the topic “Music-World and Translation” during the 1970s in Harvard where he says: “According to a widely held superstition, all translations betray their originals.” (“Lecture 4. World-Music and Translation” in This Craft of Verse Harvard University, 2000.) Later on the lecture, Borges follows Matthew Arnold and defends a translation that privileges the aesthetic beauty over the literal meaning.

My bad experience with this translation of Mrs. Dalloway, made me think about the words of Dr. Johnson in Boswell’s book and all the precious hours dedicated to learn the English language. Perhaps those were the same reasons why Borges did not try to translate Mrs. Dalloway consciously knowing that the only correct way to read it was in English, as with Finnegans Wake.

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1 La Señora Dalloway Editorial Millenium, Madrid 1999; Mrs. Dalloway, Everyman’s Library, 2002

El hueco en el muro

Hay un hueco en el muro, carajo dejen de ver ese video, ya lo vi como quinientas veces ,estoy harto de ver videos sobre Japón, ahora que si te pones a pensar qué cosa es eso de ver primero fotos de Valparaíso y luego escuchar videos japoneses.

 

La clase: siento haber estado como ido, el café parece que ya no me hace nada, en eso estaba pensando esta mañana. La verdad que no planifiqué levantarme a las siete y media pero una vez que lo hice me pareció lógico bañarme y venirme a Lehman. No caminé porque tenía flojera y quería usar la Metrocard que compré en la madrugada: sí funciona.

 

Muchos buses amarillos en el camino, ¡qué temprano se levantan los niños para ir al colegio! Recuerdo cuando yo iba al colegio y eran las 8:05 y ni siquiera habíamos bajado a tomar desayuno. Pero tiene su gracia viajar en el bus, no caminar sino vivir como viven los demás, ir en el mismo bus que los demás, observar como se comporta la gente.

 

Además hay un hueco en la pared, pero no me interesa tanto tocar ese tema ahora, más bien ver lo que dice Carling. Siempre quiso decir eso: no falto a una clase desde antes que ustedes hubieran nacido. 25 años. Me imagino que su frase abarca a casi todos en la clase, excepto a mí, tal vez al gordo que se para quedando dormido. Lo veo, a diferencia de otras clases esta vez no ronca. El triángulo en la pizarra es el principio: Yates, Joyce, Woolf. Me alegro de haber comenzado a leer el Ulises, debería leer otra vez el ensayo de Loayza sobre Ulises antes de ir a verlo.

 

¿Cómo estará Camilo? Es una joda que no tenga teléfono. Carling dice que viene de un funeral. Me acerco al final de la clase a preguntarle pero es imposible siempre hay gente que se demora más de la cuenta hablando con él y no me da ganas de esperar. Como ese pato que estaba en la mañana esperando a la entrada del Computer Center, parecía que quería que le abran la puerta, usar el Internet. La gente estaba semi dormida y el pato tal vez estaba viviendo una pesadilla, quién sabe.

 

Tengo que leer el hoyo en la pared pero me imagino que será algo parecido a esto. Al menos ya escribí el poema que quería basado en el poema que leímos en clase de Yeats. No hay mejor poeta en el siglo XX. Así de categórico. Así que tengo que leer Yeats, es increíble que tenga su libro en mi casa y apenas si he hojeado un poco, igual que el Ulises, me puse la tarea de leer aunque sea unas líneas todos los días y mira donde me he quedado.

 

Ahora mismo debería estar escribiendo el ensayo que tengo pendiente sobre Walden, pero me imagino que es lo que Camilo dice: soy un diletante. No tengo que pensar en esa chica, sus besos son como apagados. Pero no voy a decir su nombre, aún tengo cierto deseo de privacidad, lo que supongo que está bien. Algo anda mal en mi cabeza ciertamente, algo falla. Así me he sentido las útlimas dos semanas, tal vez tres. ¿La mejor película? He visto muchas, pero la mejor: Hamlet , la de Laurence Olivier. En blanco y negro. Al menos creo que me está mejorando el sentido del humor. Qué lindos ojos los de ella. Qué lindos, dime si no es una muñeca. ¿Y la chica de la clase? Qué mirada, tenía como dos puntitos de luz en cada ojo. Hamlet, otra vez. Tengo que hablar de Hamlet. Brillante. El fantasma, la luz, la actuación de Olivier, la puesta en escena. Me quedo con el personaje de Richard III, sólo con él, pero como película Hamlet me parece mejor acabada. Ahora no tengo nada que decir. A veces me pasa, tenía tantas cosas de las cuales hablar y todo por culpa del hueco en la pared. Me imagino que acá tengo que detenerme.

Postdata: El reservorio de agua está vació desde hace casi un año. No es justo. Otras cosas que no son justas: todas las cosas que tengo pendientes por hacer. Dos cafés y todavía tengo sueño. Otra vez, nada. Hueco en la pared. Leer más Yeats, ensayo de Carlin, Walden, Poe, Pound. Vacío en el estómago. ¿Vendrá ella? ¿Qué hago? Hueco en la pared, más bien hueco en mi cabeza. Hueco en el estómago. Muchas lecciones que prefiero olvidar.

Regreso con Plato y con Bloom, 24 de enero

Estuve en Manhattan por primera vez desde la gran nevada. El hambre feroz lo contuve con un almuerzo a media tarde en el Waverlys. Hace un tiempo helado, por eso me parece razonable optar por matar el tiempo en las librerías. Antes he tratado de solucionar el problema del celular, que ha muerto inexplicablemente ayer al responder una llamada de Alina. Posiblemente me he perdido un buen paseo sobre el Puente de Brooklyn , a eso sumar que Jenny llega de Italia y luego de tres llamadas infructuosas cree que la estoy evitando. Trato de solucionarlo en la tienda, pero parece que dependo del correo pues mandan el aparato para que llegue en 24 horas. Quise comprarme un gorro en Gap porque no logro aguantar el hielo, pero los gorros en Gap ¡se han terminado! Increíble. No recuerdo en otros inviernos nada parecido. Me detengo en una buena librería de la 42 y empiezo a buscar unos libros sobre el arte de filosofar, o la historia del fiolosofeo, como sea. El libro de Bertrand Russell es bastante completo, pero no quiero pagar los 24 cocos. Se me pasa la tarde en el metro, leyendo el poema de Gilgamesh. Estoy siguiendo su amistad con Enkidu y la fatalidad divina que lo hace morir y al mismo tiempo hace girar en la mente de Gilgamesh la rueda del deseo por la inmortalidad. Horas luego, en Strand, consigo asociar la noble idea de la inmortalidad (tan asociado estoy a ella luego de empezar a degustar Bomarzo) cuando encuentro, entre las gangas, el Western Canon de Harold Bloom. Leo fascinado el prefacio, donde Bloom consigna que los a menudo 400 nombres que se han canonizado como indispensables en la literatura, pueden reducirse a 26. No empieza con Grecia sino con Shakespeare, a partir de quien mide a casi todos los otros. Su manera de razonar es que alguien pertenciente al canon debe haberse medido primero con los grandes, con Shakespeare, y haber intentado superarlos. Por ello aparecen Proust, Joyce, Beckett, Ibsen, Tolstoi, Dickens, con los otros genios que considera originales: Kafka, Woolf, Dante, Milton,Whitman, Austen, Emily Dickinson..
Del espectro latinoamericano incluye a 3 nombres: Borges, Pessoa y Neruda. Sin embargo aclara que alguna vez se ha de reconocer a Carpentier como superior a Borges. De los grandes hispanos, incluye, solitario, a Cervantes. Bloom reconoce en todos sus elegidos el deseo vehemento de inmortalizarse con su obra. Antes de volver a casa he seguido merodeando por una librería de Saint Marks y me traje para leer Plato’s Republic. No he comenzado con el texto pero la introducción es lo suficientemente valiosa como para darme cuenta que he elegido bien. Antes de dormir me he encontrado en el chat con Caro y con la Diosa y me han mandado unas fotos de la fiesta ochentera en casa de Paloma. Carolina dice que tal como yo deseo el calor de Lima, ella suspira por la nieve de Nueva York y el friecito. ¡No sabe lo que dice!
Al menos han arreglado el problema del aire caliente y ya se puede vivir tranquilo en esta pieza. Menos mal.

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