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The New York Street

Un blog lleno de historias

fecha

11 diciembre, 2012

El significado de la Navidad

Los cuetes no podían faltar en la Nochebuena de Lima.
Los cuetes no podían faltar en la Nochebuena de Lima.

Mi tío Santiago. ¡Qué seriedad! Con esos anteojos de marco dorado, y esas cejas semifruncidas, pareciera que estaba a punto de gritarnos o reclamarnos algo. Y de pronto,  aparecía en el jardín, parsimonioso. Con el cigarrillo encendía un paquete rojo de cohetecillos; y paso a paso, sin miedo, esperaba que la mecha estuviera en el punto preciso para lanzar el paquete al jardín donde los cuetes, todos al mismo tiempo, empezaban a reventar.

¡Feliz Navidad!

Por más que he leído crónicas y escuchado testimonios de otras gentes, de otras latitudes; por más que he participado en la celebración con otras familias con otros credos, más regalos y muchas más fotos; no soy capaz de entender la Navidad sin esa explosión  simultánea. Ese jolgorio empaquetado en China. Hasta los 27 años pasé 26 Nochebuenas con mi familia, en Lima. La única fuera de Lima, la recibí en Jaquí, Arequipa. Y la noche tal vez hubiera sido tan memorable como las otras, si al sonido de las 12 campanadas que anunciaban la medianoche no hubiera yo entrado corriendo a la casa y colisionado frente contra frente con mi hermano que salía. Después, los otros años, allí estaba el tío Santiago en el jardín,  con sus múltiples paquetes de cohetecillos chinos.

Y el tío Pancho, con otro estilo: cogiendo el cartucho de las bolas de colores apuntando al cielo. Esperando que empezaran a volar una por una, que la oscuridad limeña se coloreara para él y su familia. Y también, como si la Navidad fuera una competencia de valentía, el tío era experto en reventar cuetes en la mano. Prendía uno con la punta del cigarrillo y lo sostenía entre dos dedos, con el brazo estirado.

¡Pum! Qué valiente que es mi tío.

Navidades: música de villancicos, olor a chocolate caliente; sabor de panetón. Y en mis memorias instantáneas, las peleas fingidas con mi padre, agarrando cada uno una pierna de pavo–a lo Picapiedra–, listos para el duelo de las 12. Las guirnaldas en el árbol, el nacimiento con un pedacito de algodón cubriéndole el rostro a la pequeña figura de Jesús. ¿Los regalos eran importantes? Supongo que sí. Sólo así se explica el misterio con que se escondían los obsequios en la casa de mis primos vecinos; sólo así la preocupación de mamá y papá por ordenar con mucho tiempo el último de los placeres: el Atari (o las bicicletas, o el futbolín de mano)

De vez en cuando me encuentro con personas que sobreviven a la Navidad con melancolía. Para ellos, los recuerdos no les obligan a nada bueno. Tal vez soy un buen destilador de malas memorias. Si he llorado por quienes estaban lejos, no lo recuerdo.

Me sentiré afortunado si podemos estar otra vez, juntos a la medianoche. Entonces, guardaré con cariño los recuerdos, para que me acompañen cuando no estemos todos. La Nochebuena es la ocasión inventada para probarme que tengo fe. Es mi fiesta consagrada a la memoria selectiva; una excusa–válida–para recordar que, como decían las Azúcar Moreno: sólo se vive una vez.

Rastas

Marley (2012) documental del mismo director de The Last King of Scotland.
Marley (2012) documental del mismo director de The Last King of Scotland.

Vivimos rodeados de mitos y medias verdades. Nuestras creencias están fundamentadas sobre muchas cosas que «creemos» que son de determinada manera. A veces, basta con que le dediquemos un poco de tiempo a informarnos mejor para que nuestras medias verdades colapsen.

Una de aquellos falsos mitos en los que yo creía –semiconstruído cuando era estudiante de la secundaria– tenía que ver con la muerte de Bob Marley. Yo creía que Marley no había querido operarse del cáncer por un tema religioso; que la muerte le había llegado como consecuencia de algún tabú que le impedía luchar contra su enfermedad, por su desconfianza de hombre espiritual ante la ciencia.

A Bob Marley me lo presentó un compañero a la salida del colegio. Yo estaba sentado en una banca y él vino a mostrarme un casete con la foto en la portada de un hombre negro sonriente, de pelo rasta, bajo el título: Legend. Dijo que era un grupo de canciones extraordinarias. Me grabó una copia en su doble casetera y la tarde siguiente escuché reggae por primera vez. Yo no sabía nada del rastafarismo ni del papel de la marihuana en ese estilo de vida. Tampoco sabía mucho inglés; sin embargo, las melodías eran cautivantes y las letras hablaban de amor universal en un idioma que parecía ser honesto.

Sospecho que alguien me contó el mito acerca de Marley y su cáncer; y yo lo tomé como cierto. En esa media verdad yo creía, hasta ayer que vi el último documental del director escocés Kevin Macdonald: Marley.

Bob Marley no sólo recibió tratamientos de quimioterapia en hospitales de Estados Unidos–para enfrentar una enfermedad que fue detectada demasiado tarde; también hizo un viaje desesperado a una clínica en Alemania, donde un famoso médico intentó sanarlo. Y si Marley no se había tratado a tiempo de un melanoma que le apareció dos años antes en el dedo gordo del pie, no fue por un tema religioso, sino porque la pérdida o mutilación del dedo le hubiera impedido jugar al fútbol y bailar: dos de las actividades que el rey del reggae tanto quería.

Hasta ver el documental, yo tampoco sabía que el padre de Marley era un inglés blanco, que al parecer se hacía pasar como enviado de su majestad. Menos aún, que Marley había vivido un intenso y publicitado romance con la Miss Jamaica/ Miss Mundo 1976, la jamaiquina-canadiense Cindy Breakspeare. Tampoco que ella era la madre de uno de los tantos hijos de Marley: Damian, nacido en 1978.

El documental es un reportaje bastante completo a la historia de la independencia de Jamaica; a los orígenes de Bob Marley and The Wailers; a su iniciación en la música espiritual, apoyada en el rastafarismo, una religión que creía que el Rey de Etiopía era el hijo de Dios: el prometido que llegaría después de Jesucristo. La historia viene bien acompañada con fotos, grabaciones de audio y videos de aquellos años en que Bob Marley era un ídolo juvenil, pero aún no el símbolo más famoso de su país.

Hay entrevistas a sus amantes, amigos, políticos y músicos que lo conocieron; detalles sobre un intento de asesinato, y sobre sus primeros años de emigrante en Delawere en los Estados Unidos, ayudando a su madre.

Gran mérito de Mcdonald: Al terminar este documental, queda bastante claro que la historia real de Bob Marley es mucho más interesante que su mito.

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