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The New York Street

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Villoro

Recuento de novelas (2013)

Diego Trelles PazBioy me lo llevé a la costa de Arequipa. Fue una de las mejores novelas que he leído en mucho tiempo. Mientras leía, encontré los defectos que algún crítico le había señalado. Ya lo había empezado a fines de 2012, y lo dejé en los primeros capítulos, descorazonado por la violencia exagerada con que se abre la novela. De todos modos, sus virtudes son muchas más que sus defectos. En segundo intento, pasadas las primera páginas, el libro se sostiene como un mastodonte de imágenes. Bioy es una novela que se merece Lima. Las calles y las esquinas por donde pasa la violencia de la historia, son elevadas a categorías de títulos, que avanzan con un ritmo que invoca al vértigo.

El enanel enano de ampueroo, esa breve Historia de una enemistad, pergeñada hace ya muchos años por Fernando Ampuero, la encontré en el librero de una de sus primas lejanas.  Fue la novela ideal para el verano de 2013. Contada desde la anécdota de la relación laboral del autor con un tal César Hildebrant, la figura de este periodista de malos modales –quien para muchos de nosotros, televidentes engañados, alcanzó la talla de semidiós de la pantalla–se hunde página a página bajo la descarga de tinta. La novela, llena de humor, es una revancha escrita con pasión. Al terminarla, me paseé por Quilca buscando otra novelitas de Ampuero: Puta linda. Otra historia breve y muy ágil.

Al ensoldadosdesalaminatrar a Soldados de Salamina, ya estaba entrenado en el ritmo de Javier Cercas (por Anatomía de un instante), e igual me tomó por sorpresa la aparición del personaje Bolaño, que convierte a ese episodio–poco trascendente– de un narrador sufrido en busca de personaje, en una novela desenfrenada, con múltiples lecturas: una máquina de la literatura que apela a las armas del fantaseador de Los detectives salvajes.

El placer de mi lectura de Arrecife de Juan Villoro consistió–además de constatar su capacidad para sorprender con frases frescas y conexioArrecifenes inesperadas–en imaginar la manera como Cocaine Nights de Ballard había sido reimaginada por Villoro en México, con su andanada de solitarios, drogadictos  y artistas delirantes en un ambiente de pánico matizado con esa fantasía moderna que son los viajes con todo incluído.

all that isJames Salter, el escritor que penetró en mi vida con una foto a dos páginas y un perfil en The New Yorker, presentó en 2013 una novela que le tomó más de una década. Me propuse conocerlo. Primero con la lectura de lo que encontré a mano: Last Night, su impecable colección de cuentos, y después con All That Is, maravillosa recreación de una vida que empieza como soldado en el Pacífico y que transcurre con belleza y pasión por Europa, lugares de EEUU y Nueva York. Es una obra maestra. Luego, quiso la fortuna que pudiéramos compartir el sol de la tarde en su terraza de Long Island mientras Salter se preocupaba por el destino de la ciudad después de Bloomberg. Es un deber dejar dicho que leí también A Sport and a Pastime, la joya erótica de Salter, basada en sus experiencias juveniles en Francia.

tumblr_mkfwin8zlX1rarsdao1_1280-1La recomendación de leer El pasado de Alan Pauls vino de otro libro: Entre paréntesis, la colección de crónicas de Bolaño donde éste, además de rescatar aspectos positivos del alma narrativa de Bayly, pone a Pauls como representante de lo que debería ser el futuro de la novela latinoamericana. Es una novela muy argentina, en el sentido Rayuela del término argentino. Se tiene que leer, se aprende mucho de imágenes y personajes, y la novela se extiende, con excesiva generosidad, hasta que el lector acaba por sentir piedad–y rogar por el amor–mientras el personaje se coquea y se masturba hasta sacarse sangre.

Un episodio en la vida del pintor viajero comienza con una tranquila descripción de una vida dedicada al arte. Las páginas, escritas con bGM11913.jpgelleza por César Aira, tienen el talento de prepararnos para lo inesperado. Sin paciencia, el lector cree que la historia avanza sin mayor trayectoria, hasta que llega «el» episodio, y es entonces como si una tormenta hubiera desgarrado el breve libro en dos partes y, a partir de allí, lo que queda lo leemos con la intensa electricidad del choque que una sola imagen produce en nuestra mente. Aira demuestra la capacidad para pintar que tienen las palabras.

TanDon Quijote importante como las novelas mencionadas, ha sido la lectura de Don Quijote de La Mancha. Ese bloque blanco que es la edición de Francisco Rico, lo compré a 10 soles en el otoño gris del campo ferial Amazonas de Lima, y durante 2013 conoció conmigo los subterráneos, los aviones y los cafés de Nueva York. Lo había leído de niño, en fascículos que descubrí este año en mi antigua habitación, con las páginas amarillentas. Sospecho que mi niñez pasó por esas páginas sin sentirlas. Esta vez fue distinto. Si es leída con atención–y con notas–la vida de nadie debería de ser igual, tras terminar esa epopeya de humor y de sabiduría, escrita en dos tomos por Cervantes.

Este texto, con ligeras variaciones, apareció en mi blog de FronteraD hace una semana.

La calle en que yo viví

«Una gozosa gira por 18 años mexicanos». Contra la invocación nostálgica: la reinvención del pasado.

En su cuento Los eucaliptos, Julio Ramón Ribeyro le rinde homenaje al barrio en el que vivió de niño. Es un cuento precioso; y también una estampa bien dibujada, de un mundo que ya no existe.

En los cuentos de Tiempo transcurrido, Juan Villoro también le rinde homenaje a los escenarios de su infancia y adolescencia, pero la descripción se mezcla con sus ganas de describir a los personajes que habitaban en esos escenarios. Muchas veces él mismo es el personaje principal, mezclándose con diferentes tribus urbanas.

Ribeyro describe la personalidad actual del escritor y cómo ésta le debe ciertas características a los paisajes de su infancia. Villoro toma su adolescencia y hace una película. La descripción es buena, pero sólo complementaria. Ribeyro usa las imágenes para construir una percepción poética del paisaje ya desaparecido. Villoro utiliza las áreas urbanas para ironizar sobre el transcurso y desaparición de ellas. En Villoro hay un ritmo ágil, con la agilidad de ciertas películas ochenteras, con saltos perceptibles en la edición. Es una película con mucho corazón, hecha con pocos recursos. No llega a ser una pintura, sólo bocetos. Conocemos a los personajes, pero casi nada; excepto, tal vez, su percepción ante los mexicanos y una imagen que tenía que ver con la cultura popular o las ideas dominantes de otra generación. Es un universo literario pero marcado por la cultura de masas.

En el mundo de Ribeyro la cultura de masas casi no existe. Ese universo de Los eucaliptos parece existir independiente del capitalismo. Las recomposiciones urbanas, asociadas con la movilidad social en Lima y el proceso de mestizaje, son percibidas en la historia pero es más importante el proceso poético del cambio y la decadencia. Ribeyro nos muestra el efecto poético del cambio desde una perspectiva única: la suya. Villoro nos muestra el cambio pero necesita visualizar todos los aspectos externos: la arquitectura horripilante pero práctica, los espacios de diversión con sus colores y significados, los peinados y vestimentas con su carga simbólica dentro de las diferentes tribus de su México DF. Ribeyro ha sido actor en ese paisaje, pero el cuento es contado desde el punto de vista de quien asiste a un acto en el que no tiene nada que hacer. Ribeyro observa y describe. Villoro es el narrador participante, que necesita a la masa junto a él. Las frases de Villoro son ingeniosas, tocan al lector, lo inquietan con cada frase. En el cuento de Ribeyro, la historia te toca lentamente, te envuelve con la reconstrucción poética. Ambos son estilos muy diferentes.

Al escribir Los Duros partí de la lectura de Tiempo Transcurrido. Al leer ese cuento, en la edición de la revista Luvina , Villoro notó la única frase original e ingeniosa que creo que merecía ser notada.  Un crítico español lo leyó, y percibió cierto tono poético que él –me dijo–sentía que había sido tomado de Los eucaliptos. Yo no había leído esa historia de Ribeyro. Mi intención era crear un mundo de personajes moviéndose en un paisaje urbano como el de Villoro.

¿Hay poesía en Los Duros? Muy poca. Primero, porque la calle en la que nací sigue tan fea como siempre. Es cierto que hay una descripción más o menos nostálgica de los alrededores, de esas plantaciones de maíz y fresales que debieron de ser arrasados para edificar lo que ahora es Santa Patricia, la Rivera, Mayorazgo, entre otras urbanizaciones también separadas por rejas y trancas e igual de horribles que la mía. Tal vez lo más poético del cuento sea la descripción de las relaciones de la infancia, cierta pausa intencional a la hora de narrar relaciones entre los personajes de las dos familias: Los Segura y Los Duros. Casi no hay diálogos, y las pocas palabras que puse en la boca de los personajes del cuento (en la edición definitiva que salió publicada en Revista de Occidente) creo que son malas.

La calle en que yo viví aún sigue allí. Sin embargo,  creo que a cualquier parte de mi barrio le faltan unos doscientos años para que pueda tener la calidad poética que tiene el vecindario clasemediero venido a menos en el cuento de Ribeyro.

Si algo me gusta de mi calle–ahora que la puedo visitar una vez al año– es su silencio. No tanto en el verano. El mío es de esos barrios que se disfruta más con la neblina del invierno, caminando despacio sobre sus veredas sin gusto, sus muros altos, sus jardincitos breves.

Berlín dividido en Nueva York. Juan Villoro y Soledad Marambio

Conversación sobre Berlín dividido en McNally. Juan Villoro y Soledad Marambio

Video de la presentación del libro de crónicas Berlín [dividido] en la librería McNally Jackson de Manhattan. Conversación entre Juan Villoro y Soledad Marambio, el 8 de diciembre de 2011. Puedes ver el video presionando sobre la foto del evento.

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