Qué precioso es Central Park en invierno. Sobre todo ahora que cada caminata por esos lugares me trae recuerdos: que la vez que ésto y lo otro, que con ella y que con él, con ellos, o solo con mi alma. Frente a ese césped que hoy está cubierto de nieve donde alguna vez nos sentamos sobre unas mantas para merendar, por ese recoveco entre los arbustos donde recuerdo haber jugado fútbol con un grupo internacional de amigos, con botas y bluejeans. Caminando por ese camino donde una madrugada llegué para hacer mi larga cola y conseguir dos entradas para ver a Rosario Dawson en Two Gentleman of Verona, de Shakespeare in the Park. Debajo de ese puente de piedra por donde pasé otras veces, cuando recién llegado, tanto tiempo atrás.
Esta tarde lo más interesante es un halcón de pecho blanco y plumas de color marrón. Espera sobre las ramas de un árbol a que una ardilla descuidada se le ofrezca de almuerzo. Lo vi planear y escoger con cuidado su posición, atento, detrás de unas ramas sin hojas. No me quedé para ver el desenlace. Seguí caminando hacia el este, gozando con ese ruido blando de voces, de ramas, de pasos que ofrece el Parque.
A veces, al entrar al Met, consigo que me dejen pasar con la maleta colgada de un hombro. Esta tarde ansiaba la comodidad, así que me deshice de la maleta y del abrigo en los guardadores. Encontré el programa para ese día y era perfecto: en 10 minutos comenzaba una visita guiada. Los Highligts Tours son paseos organizados al azar. Los guías te enseñan lo que se les antoja durante un lapso de una hora. El programa se elabora según su capricho.
Alguna vez, el guía te llevará a ver el Templo de Dendur. Otra vez, irá directamente hacia los vitrales diseñados por Louis Comfort Tiffany, o hacia un jardín chino de la Dinastia Ming. Otra tarde, quizá te lleve hacia el paisaje panorámico de los jardines y el palacio de Versalles pintado por John Vanderlyn, a ver a los Reyes Magos de Giotto, o al Aristóteles que acaricia la cabeza de Homero, según Rembrandt. Otro día te llevará a ver a los paisanos tomando la siesta retratados por El Viejo Pieter Bruegel, el retrato de Juana de Arco de Bestien Le Page, los cipreses de Van Gogh, las mujeres de Gauguin enseñándote la sandía y los pechos jugosos, invitándote a tumbarte a su lado en la hamaca de la siesta polinésica.
Jeroglifos en la pared del Templo de Dendur.
En otra ocasión, el guía preferirá llevarte a que conozcas los tapices que alguna vez colgaron sobre las altas paredes de algún castillo medieval, o la soberbia mesa de mármol que adornaba el palacio del Cardenal Fernese. Quizá también te llevará a que conozcas unos tejidos fabricados con alambres y material reciclado por el ganés El Anatsui, o te contará la historia de cómo Rosa Bonheur, disfrazada de hombre, consiguió pintar la Feria de Caballos de París. Y si tienes más suerte, el guía te llevará una tarde─para que por fin la conozcas─ante el retrato de Gertrude Stein (el de Picasso), o frente al trasero desnudo de una prostituta parisina mirándose frente al espejo, pintada por Toulouse-Lautrec.
Esta tarde, mi guía tiene gustos hogareños. Nos enseña primero las habitaciones y los murales pintados al estilo griego en las paredes de una villa romana sepultada por la lava, en la zona del Boscoreale, cerca de Pompeya. Luego, vamos hacia las complicadas figuras simétricas de las alfombras del arte religioso musulmán. Nos explica el valor que tenían aquellos tejidos entre los mercaderes holandeses ─tanto o más que los tulipanes. Luego nos conduce frente a un retrato de Vermeer, el de una empleada que se ha quedado dormida sobre una mesa soñando con su amado. Allí, frente al fresco, señala la alfombra persa, que los holandeses colocaban encima de sus mesas y no en el piso. La guía sigue por los pasillos hasta un cuadro de Degas ─el de las bailarinas que se preparan en desordenado conjunto, detrás del escenario, y hacia la galería americana para que veamos el retrato de Madame X por John Singer Sargent. Frente a esta mujer, de piel blanca como la muerte y vestida de negro, nuestra guía nos explica el detalle del vestido descolgado, el escándalo que fue ver a esta mujer de sociedad en el Salón de Pintura de París: chismes de pintores que han sobrevivido al tiempo.
Después de la visita guiada, la libertad: dibujos originales de Leonardo Da Vinci, miniaturas de cobre de un Hércules joven con detalles dorados en el cabello, armaduras japonesas, cascos alemanes tallados con preciosas figuras, estatuas de Shiva con dos manos de piedra negra desprendidas, una estatua imponente de Buda, papiros con los mandamientos escritos en el Libro de los Muertos, vasijas amarillas con formas vegetales, patios y balcones españoles, una tarde de toros pintada por Goya, la escultura de una mujer echada, como en una dulce muerte, frente a la cual una muchacha que parece japonesa me enseña su cámara y me pide que le tome una foto.
Salí del Met porque ya cerraban. Aún era de día, caminé por la calle 79 hacia Lexington, mirando ese edificio del Centro Cultural Ucraniano al que le falta la bandera, unos edificios más allá, la Misión de Irak. El mundo sigue su curso, la nieve aún no se ha derretido. Miro una esquina y recuerdo aquella vez en que caminaba por allí, después de unas clases en Hunter, y la noche en que salía de un concierto en el Summer Stage de Creedence Clearwater Revival, la vez que caminé por primera vez hacia el zoológico, por esa camino de piedras, junto al Parque Central, en otros días lejanos, acá en Nueva York.
The Denial of Saint Peter by Caravaggio (Met Museum, NY)
–Hasta la mitad del pasillo, doble a la izquierda y suba las escaleras.
Plap-plap-plap brum. Tanta gente que habla Did you come in January too. Moooom. Shuuut up. Las voces de los miles de visitantes hacen eco en los pasillos de las escaleras mientras subimos al segundo piso. Puertas de vidrio, dos guardianes, un hombre y una mujer bien enternados. ¿Guachimanes?¿Cuánto le pagarán a estos vigilantes del Met? Tal vez es requisito que te guste el arte. Algunos se ven un poco aburridos. Pisos bien encerados. Parecen no darse cuenta pero si te acercas mucho a los cuadros allí aparecen, te señalan la maleta: On the side or in the front, not in the back. Te imaginas a un distraído cualquiera volteando de improviso para buscar un pasillo por donde se ha perdido alguien y de repente. PumCrssshhh. ¿Era eso un Rodin?
Sudor. Hace unos minutos Marcelo se ajustaba la chalina en la 86 caminando hacia Central Park, sosteniéndose el sobretodo con una mano porque se le han caído todos los botones, con el gorrito de alpaca que se le sale la peluza y deja ver la frentaza. Voces del pasado: su madre exprimiendo limones para que el cabello se quede pegado hacia atrás. Que se vea bien la frente. Sino se calza la frente. Pero huele a limón. Un niño sentado en la carpeta con el cabello oliéndole a limón. La señorita Zoila poniéndolo en una fila de a dos, hora de educación física. Esa chiquita morenita con dos trenzas a un lado pidiéndole que la cubra para ponerse el short azul. Su primera amiga. Mami, tengo un amiguito con olor a limón. Y ahora todo el calor de golpe. Buscando la puerta, la gente, allá está. Un grupo grande con pinta de turistas.
La señora que parece ser la guía. Fíjate en el membrete colgándole del cuello y la cinta azul: Met_opoli_an Mus__n. Debe ser. Alguna experiencia tendré después de haber venido tantas veces. El color de las paredes, limpio, dejando que los cuadros sean los personajes…the half face here. You would say she is the main character. I would say he is, because we know his name..rich family from Florence. Everything belonged to him, the landscape in the back, even she belonged to him... Vestida de rojo, porque rojo era un color caro por la receta secreta de los bichitos españoles, el segundo más caro en Florencia después del lapizlázuli. Y el vestido diseñado para que los ojos de todos se fijen si la chica estaba en Bolivia. Allí estaba el heredero. The king is dead. Long live the king ¿A quién se le ocurrirá esa jerga? Jeringa. Y cuando caminaba por la calle debe haber sido como en Lima, cuando lo dejaban en el auto parado frente al Banco Hipotecario de la esquina de Larco con Benavides, frente a un edificio donde había una galería en el segundo piso. Y durante una hora, mirando a la gente pasar por allí, a los vendedores ambulantes, a las mujeres, a los hombres con anteojos. ¿Por qué se acordará de un hombre con anteojos de luna un poco gruesa y marco de carey, vestido con una chompa color café claro? Avenida Larco y los pasos de los limeños, las limeñas. Sintiéndose un voyeur, entendiendo que se puede pasar el tiempo mirando a la gente, alguien que voltea a mirarle el poto una señorita bonita. En esa época no se usaban aún los jeans al cuete. ¿Quién les habrá puesto «al cuete»? ¿El mismo que inventó lo de «en Bolivia»? Mucha gente que no lee en el país y sin embargo todos esos juegos de palabras. Cuando estaba de moda el modelo Trinitron, a este muchacho con una cabeza prominente le llamaban trimitrón. Y ese otro chiste: los muchachos pegados a la reja de la casa gritádole a su amigo «Cabezónnnnnn, cabezóooooon». La mamá sale furiosa y les da una reprimenda a los muchachos acerca de sus modales. Y por fin ellos cabizbajos le preguntan si su hijito está en casa, ella dice un momentito y grita hacia la casa
–¡Cabezóoon, te buscan tus amigos!
Las palabras son para jugar. En algún lugar leyó Marcelo que no se puede tomar en serio la literatura. Como ese muchacho que pide que le pongan la foto tal, una foto muy posada y tal y que la foto vaya con leyenda y nombre del fotógrafo y que todo sea escrito en inglés. «¿Es tu amigo? ¡Qué hincha las pelotas que es el tipo ese!»
La guía sigue hablando sobre la pintura en Florencia. Muchos detalles, describe como se pintaba en esos años con la yema del huevo y el pigmento que venía en unos bloques que el pintor debía transformar en polvo. Pero los colores se mantienen a lo largo de los siglos. El óleo en cambio se oscurece. Recuerda su entrada por las escaleras mecánicas hacia la Capilla Sixtina, mientras por los altavoces se les daba instrucciones en todos los idiomas. Los frescos habían sido recién pintados. Los colores eran brillantes, tal y cual habían sido cuando Michelangelo pintaba allí de espaldas sobre los andamios, tal vez pensando en sus deudas, sin imaginarse que esos dos deditos que se tocaban alguna vez iban a estar fotocopiados en una historia en tono burlesco en un periodiquito del colegio Recoleta. Ja. Mariátegui dice al final de La casa de cartón, que si hubieran sido otros tiempos a Mr. Benavides lo hubieran matriculado en la Recoleta. Pero como esos tiempos ya eran otros tiempos, fue matriculado en el colegio alemán y pum, leyó buena literatura en vez de tanto bodrio de la edad de oro española, se volvió agnóstico y le salió una novela brillante. Y eso que era un vago. Igual terminó sus días en Larco Herrera. Es un arte para locos. Los ensayos de Luis Loayza Sobre el 900 están llenos de esa gente, exalumnos recoletanos. García Calderón, Riva Aguüero; en los salones de Francia llenos de pompa. Pompa fúnebre. Esos son los white dead man de la literatura peruana. Ya nadie los lee ¿Con razón? Su francés les daba para meterse en los salones y lucir sus trajes comprados con el dinero que producían sus haciendas. Mi francés apenas si me alcanzó. Pero te alcanzó Marcelo. De qué te quejas. La mamá de ella preguntó si hablaba francés y Marcelo repitió su veintiúnica frase con correcto acento Madame Madicló-Madame Fransuás. Y la mamá cachetona complacida empezó a delirar en francés explicándole toda la lista de quesos de la región dispuesta en fila sobre la mesa. Para qué te quejas, Marcelo, para qué te quejas. El papá era medio autista, pero muy simpático fueron a comprar langosta en el Renault y descubrió que los pescadores franceses tenían bolsas impresas con el nombre de su negocio y eran empresarios respetables, con cuotas y leyes que protegían al gremio.
If there are no more questions, please follow me. Nunca tengo preguntas. Todo es nuevo. Escucho lo que me dicen y lo asimilo, luego lo olvido. Por eso tiene sentido escribirlo un día después o tal vez no tenga sentido. Como dijo Maltés “si al menos lo escribieras en inglés” pero claro que en inglés no se siente la misma soltura. Pero por eso mismo. Para que practiques. Dah. Comodidad. Esa es la palabra. El mínimo esfuerzo. Un esfuercito. Umm. Yatá.
Si fuera un texto 100% joyceano, acá deberíamos mencionar que los dos llegaron tarde–corriendo escaleras arriba en busca de la guía–porque se demoraron en el baño, porque se agacharon con disimulo detrás de cada estatua para ver si el escultor había hecho el trabajo completo. También tendríamos que mencionar a su Catita. Catita por el lado peruano, muy Adán; y su Molly por el lado inglés, muy Dedalus. Ja. Más en edad de Bloom. Su Catita y su Molly. Su Molly mataría a sus pretendientes agarrada de su almohadón pensando en sus cupones del domingo. Su Catita Adán vagaría por el malecón, volviéndolo loco. Basta. Ahí hay un libro. Qué libro va a haber. Sigue a la dama. Se olvida de las cosas, agarra viada y luego se para en seco. ¿Primeros síntomas del Alzheimer?
Llegan hasta un tríptico. Patinir. Un holandés. Se abre en tres cuadros bellísimos con fondo de paisaje bucólico, río, árboles, campo, largo y profundo campo en perspectiva, mientras al frrente se flagela San Jerónimo por haber traducido mal la biblia del griego al latín y haberle puesto cuernos a Moisés: el cornuuudo. Acá todo encaja: Moisés el cornudo y Bloom el cornudo, paseando por el Met. Si hubiera estado bailando al costado de la fogata allá en su dulce Silaca de junco y barquillos los muchachos se le hubieran prendido y lo hubieran rodeado mientras bailaba gritándole: y que no me digan en la esquina, el venao, el venao. Behind there is a painting. Sin embargo nunca se asomaron a verle el behind. Con las tres plaquitas de esta versión holandesa del retablo ayacuchano pero 2-D (lo que prueba de que estaban adelantadas en algo aquellas civilizaciones del período quechua tardío ¿o era horizonte tardío?) se acaba la explicación y el grupo se mueve hacia otros maestros holandeses que ya ha visto. Yala, yala. Nada nuevo. Y acá llega. Tatáaan: Caravaggio. El bravucón, rebelde, peleador, muchachada del karamanduka; todo junto, un artista con p de patria, embravecido, no se metan conmigo, ¡En mi caravaggio no! Una puñalada de más y se nos fue exiliado hasta Malta y después a Nápoles. Allí pinta esta obra maestra: La negación de San Pedro. Ojitos por donde andarán. Cariño bonito. Y sus ojitos me quieren mirar pero si Caravaggio no los deja, ni siquiera parpadear. Sin compasión, el guardián entre sus senos, a Holden Caulfield también le gustaba el Met. Señalándolo todos al culpable, ignorante San Pedro porque esto fue antes de su epifanía. Ajá. Todo conecta ¿no? El viejo mundo, el nuevo mundo y eso que decía el bendito ciego sobre que todos tenemos de hebreos y de griegos. Mil años después alguien dirá todos tenemos de peruanos. Qué va. Deliras de nacionalismo Mr. Leopoldo Bloom. Y tú también Dedalus, sin embargo mira lo que hiciste con Dublín. Tengo que ir, pasearme. Sé que hay temporadas en que los pasajes bajan de precio. No te cuestan un ojo de la Caravashio. Como argentino. Borges. Un pasaje sobre la pampa en el libro de Pynchon. Criaturitas de Dios decía Inodoro Pereyra. No te vayas por la tangente. Caravaggio: bien pintado.
Habían pasado por la sala de artistas contemporáneos y ella le dijo que el arte es importante solo si significa algo para ti. No importa nada más. Si te dice algo. Las demás cosas alrededor del arte tienen que ver con una serie de factores que siempre escapan de las manos del artista adolescente. Casi lo mismo sucede con la literatura, dijo Marcelo. Una obra de arte hecha de palabras. No hay que buscar una historia sino sensaciones. Sensaciones negras sobre pantalla blanca. Mirando esas abstracciones, círculos, goma sobre óleo, ojos sin vida como los de Modigliani, ahorro de material como los de Giacometti. Marcelo recuerda el día que una obra de arte le dijo algo espectacular. Una pintura de Boticelli en la Galleria de los oficios. Esa sensación es tuya. Nadie va poder sentir lo que tú has sentido. Los críticos de arte están arruinados para experimentarlo porque han perdido esa inocencia con la que una persona se detiene frente a un cuadro y se deslumbra. Así pasó otra vez ese sábado en esa sala. Eran tres figuras en una tela: un Caravaggio. Seguro que ella era una prostituta, él era un ladrón tal vez. Hombre de poca fe, acércate y niégame antes de que cante el gallo. Por favor.
Poussin’s Blind Orion Searching for the Rising Sun, inspiraría el Endymion de Keats
La exposición de Nicolas Poussin (1594-1665) en el Met de Nueva York es una colección de algunos de los mejores cuadros del maestro francés. Influenciado por las teorías de Leonardo Da Vinci, las pinturas de Poussin se cuentan entre los paisajes más hermosos que han sido pintados.
En uno de ellos, Orfeo deleita a los pastores y pescadores con su música mientras la serpiente amenaza a Euridice; en otro la viuda de Phocion–historia sacada de las Vidas de Plutarco–recoje las cenizas de su esposo mientras personajes anónimos prosiguen con su rutina al borde de un lago. Su tema favorito es el de la desgracia inesperada. Paz y luz llenan el paisaje cuando se asoma intempestivamente la violencia del oscuro infortunio. Poussin gusta representar a la tragedia en forma de serpientes.
Un benefactor italiano amigo del Papa y un banquero francés que le brindó su amistad, hicieron posible la vasta obra de Poussin. Dice la crítica que el autorretrato que el artista le dedica al banquero está inspirado en el concepto de la amistad definido según los ensayos de Montaigne.
Otro de sus cuadros es el retrato de tres monjes meditando frente al crepúsculo al lado del río Anio. Poussin habria querido imaginarse a Horacio, quien se sentaba allí a escribir sus Odas.
Desde el techo del Metropolitan Museum, Central Park parece un bosque. Sirven Martinis y cerveza, algunos turistas solo miran, nos miran pasar, se pasean entre las esculturas recalentadas. Es uno de los primeros fines de semana que hace calor de verano.
Las canas de la guía se mueven con mayor rapidez que el grupo. Pasamos de los retratos de las tumbas de los egipcios y las momias conservadas con su cargamento de oro, del templo desenterrado y regalado por Nasser piedra por piedra, hasta el retrato de Lavoisier por David (un poco antes que le cortara la cabeza la guillotina) y a la soberbia imagen de Aristóteles apoyado en el busto de Homero cargando la cadena y el escudo de Alejandro Magno. Rembrandt, que influencia a Goya. Esas sombras que esconden sin tapar del todo, los gatos oscuros a raya a medio metro del hijo del enano y el estilo que aprovecha Manet cuando empieza a pintar. Y de Manet vamos al techo. Un Martini sin cereza y a mirar. En las veredas del Met abundan los retratos de geishas, el hot dog en Lexington Avenue, los vendedores de frutas parecian un trio de albaneses. Tal vez griegos.
¿Mesa para 10? ¿Para 12? Al final fueron como 15 porque no contaba con Gianpaolo y sus amigos. 3 pisco sours al hilo, jarras de sangría, las velas y el happy birthday to you. Jillian consigue un pollo saltado sin pollo al mismo precio, y el del pelo grasoso no la deja de mirar. Río ha llegado desde Panamá y Patricia a recoger sus cuadros con el novio. Lucy vino con el del pelo grasoso pero creo que ya se ha arrepentido de traerlo. Antes de irnos ya todos estamos un poco cansados. Juego de palabras con el conejo. Siempre el doble sentido que se presta para la cochinada y las carcajadas de Gillian que acaba de filmar un documental en el South Bronx. Llamada desde Rodeo Bar, correr a ver a Elana James, ganadora del Grammy, con violin y folk music, bajo, country, bandera de Texas (Elana es de Austin). Alejandra me saca a bailar, un par de Coronas extras y a tomar el taxi con parada en la 86.
Hay dos formas de alcanzar el cielo. Sonrisa en el taxi. Casi nos quedamos dormidos, el taxista conversa en el celular todo el camino, cruzamos la 87, salida 10. Me lo dice. Subimos a oscuras, pongo mi alarma para despertarme, si puedo, antes de las 6.