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The New York Street

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Derechos homosexuales

Beto y Enrique son gays

bert and ernie
Carátula de la revista The New Yorker. Beto y Enrique miran juntos el momento en que la Corte Suprema de los Estados Unidos declara la inconstitucionalidad del Acta de Defensa del Matrimonio (DOMA).

La carátula de la próxima semana (8 y 15 de julio) de The New Yorker es una maravilla. Y como todo lo que es bueno genera conversación, ya se escuchan las diferentes opiniones acerca de si era apropiado poner en la carátula a Beto y Enrique (Bert & Ernie) los dos amigos de Plaza Sésamo, en una edición que conmemora la reciente decisión de la Corte Suprema de los Estados Unidos que declara la inconstitucionalidad del Acta de Defensa del Matrimonio (DOMA), una ley que permitía que las parejas del mismo sexo, a pesar de estar legalmente casadas, no tuvieran derecho a ningún beneficio del gobierno.

El columnista June Thomas en la revista Slate, después de aclarar que los creadores de las marionetas nunca pretendieron darle una orientación sexual a estos personajes, celebra que se trate de una carátula ingeniosa y tierna pero critica que sea inapropiada. Reclama:

«Público norteamericano heterosexual: hay una importante diferencia entre amigos del mismo sexo y amantes gays. ¿Hay en Estados Unidos hogares en los cuales dos amantes pasan disfrazados como dos buenos amigos? Sí, ciertamente. Y seguro que conforme los prejuicios contra las parejas de homosexuales y de lesbianas se desvanezcan, muchas de estas parejas van a comenzar a salir a la luz. Pero aquello no significa que toda pareja de amigos que viven juntos está haciendo el amor noche a noche, con locura. Es claro que Beto y Enrique se quieren el uno al otro ¿Pero acaso Enrique se la chupa a Beto? Me parece que no…»

La carátula me parece una magnífica manifestación del sentimiento de una comunidad homosexual que asiste con regocijo a una decisión histórica de la Corte, que los revindica como seres humanos con los mismos derechos que sus compatriotas heterosexuales. Sin embargo, me parece más relevante el artículo publicado en esa misma revista por Jeffrey Toobin–experto en la trayectoria histórica de la Corte. Toobin deja claro que esta decisión a favor de los homosexuales no hubiera sido posible, jamás, sin la victoria de Barack Obama en 2008 y sin una victoria de los senadores demócratas en 1987, cuando bloquearon la nominación de un juez ultraconservador, Robert Bork, y obligaron a Ronald Reagan a nominar a un juez moderado: Anthony Kennedy.

Es el juez Kennedy quien escribió la opinión de la mayoría –de 5 contra 4– que declaró DOMA inconstitucional. Esta dice: «el Acta de Defensa del Matrimonio (DOMA) instruye a las autoridades del gobierno, y en efecto a todas los individuos que tienen que interactuar con parejas del mismo sexo, incluyendo a sus propios hijos, que su matrimonio vale menos que el matrimonio de otros. El princial objetivo de DOMA y el efecto necesario de esta ley es rebajar a aquellas personas que están legalmente casadas, en un matrimonio del mismo sexo».

Toobin destaca lo importante que ha sido para la causa de los homosexuales que Anthony Kennedy haya sido un conservador moderado y que los jueces nominados por Barack Obama (Kagan y Sotomayor) sean de tendencia liberal.

También predice que, así como ya resulta inevitable que California legalice los matrimonios homosexuales, esta decisión siembra la semilla para una inevitable votación, en un futuro próximo, que permitiría que la Corte Suprema declarara la inconstitucionalidad, en todos los estados, de cualquier trato discriminatorio hacia las parejas homosexuales que desearan casarse.

La Corte y los derechos homosexuales

Gay rights New York
Portada del New York Times, al día siguiente que el gobernador Cuomo firmara el decreto aprobando el matrimonio entre personas del mismo sexo.

Admiro a Maureen Dowd. En sus últimas columnas en el New York Times, acerca de las discusiones en la Corte Suprema sobre la legalidad del matrimonio homosexual, no ha dudado en llamar cobardes a los jueces, por aferrarse a descabellados argumentos y metáforas inapropiadas para evitar pronunciarse y negarle los derechos del matrimonio a los homosexuales.

Uno de los jueces ha pedido más tiempo para juzgar si la aceptación del matrimonio gay es perjudicial para la sociedad norteamericana. «¿Para qué?» pregunta Dowd. Hace algunas décadas la Corte Suprema usaba el mismo argumento para no pronunciarse sobre si era beneficioso para la sociedad permitir matrimonios interraciales. La salud electoral del actual presidente de los Estados Unidos demuestra cuan equivocados estuvieron entonces y cuan equivocados están ahora.

No resultaría descabellado que –contrariando a las percepciones que se tienen del conservadurismo de los votantes de EEUU– pronto tengamos en la Casa Blanca a una pareja homosexual. Más del 60% de los votantes apoyan la legalidad del matrimonio entre parejas del mismo sexo, y este porcentaje sólo seguirá creciendo, conforme los más jóvenes alcancen la edad de votar y los más viejos ya no puedan hacerlo.

A nivel político, una buena prueba de la velocidad de estos cambios, la ha dado el senador republicano de Ohio, Rob Portman, elegido por su estado con el apoyo de una mayoría evangélica y conservadora. A principios de abril, Portman declaró que había cambiado su opinión luego de que su hijo adolescente le confesara que era gay. Hasta entonces criticaba con fervor cualquier concesión para los gays, hoy apoya el matrimonio homosexual. Si bien su decisión ha enfurecido a una corriente religiosa de Ohio en contra de Portman, muchos de sus seguidores no sólo lo aprueban, sino que no están dispuestos a descalificar su carrera como político en base a esta decisión. Times are changing.

Esta semana ha habido una serie de conversiones entre políticos de ambos partidos, que apurarán lo inevitable: la aceptación a nivel federal –diga lo que diga esta Corte Suprema– tarde o temprano, del matrimonio gay con todos los derechos garantizados por el Estado para los contrayentes.

Dice Dowd: es tan evidente hacia donde van los Estados Unidos, que para la generación que nazca hoy, cuando obtenga la mayoría de edad, el hecho de que la nación haya debatido con tanto ardor sobre los derechos de los homosexuales, le parecerá un tremendo disparate.

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