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The New York Street

Un blog lleno de historias

mes

enero 2014

Lima es un trapo

A esa ciudad que nos vio nacer. Que los cumplas feliz.

The New York Street

Lima

No suceden milagros en Lima ( a pesar de las apariencias). La ciudad (y sus mujeres) son como esos magos bien aprendidos que en algún momento sacarán conejos del sombrero, pañuelos de las orejas, palomas de un bastón sin cabeza.

He tenido la virtud de vivir en ella. Cegado por mis orígenes, siendo niño interpreté que la capital era la versión más grande de los pueblos del interior de la patria. De adolescente me deformaron el gusto unas canciones y poetas malditos que enloquecieron entre sus solares de neblina: llegué a gustarla, a disfrutar la arena y el polvo y hasta les eché mi mirada de añoranza, desde una noche ebria o enamorada, a los balcones coloniales sobre los que algunos fundan su orgullo.

He mirado al cielo en busca de una metáfora apropiada. Debí mirar la superficie: Lima no es sino trapos cosidos. Entre esos trapos, tan distintos, están…

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La costa

Puente Charles Cullen en Delaware
Puente Charles Cullen en Delaware

La costa este de los Estados Unidos abunda en islas. Algunas son pequeños mundos. Una de ellas es Long Island, en cuyo territorio están dos barrios de Nueva York (Queens y Brooklyn) y también el pueblo de Montauk.

Un poco más al norte, están Cape Cod, Martha’s Vineyard y Nantucket. Cape Cod no es en realidad una isla porque hay un pedazo de tierra que lo mantiene pegado al continente. Sin embargo, su conexión con el mar es total. Estas islas, muy asociadas con la historia de la familia Kennedy –ahora son el destino de verano de los Obama–, forman parte de un sistema económico (antes era la industria de los balleneros, luego la pesca, ahora el turismo) que quienes viven del mar conocen bien. Entre el continente y estas islas hay gran movimiento de turistas y de trabajadores –vía ferry– que dice mucho del dinero que genera la industria del placer y el descanso en los grandes balnearios asentados en ellas.

Hacia el sur de Nueva York, la costa este de los Estados Unidos ofrece un paisaje similar. La orilla de Nueva Jersey es también una especie de brazo colgado del continente. En la parte más baja de ese brazo está Cape May, uno de los primeros balnearios de la costa. Alguna vez fue residencia de verano de jefes de estado y negociantes acaudalados, pero decayó al mismo tiempo que aumentaba la fortuna de Atlantic City. Estuvo moribundo desde la Segunda Guerra Mundial hasta que, a fines del siglo XX, recibiera un nuevo impulso de dinero y de voluntades que lo pusieron otra vez de pie. El balneario hoy se mide, desde las inmensas columnas de grandes hoteles –como el remodelado Congress Hall– con sus contrapartes más famosas del norte.

Más al sur, conectados con un ferry que mueve importantes negocios aún en los peores inviernos, están las costas de Delaware –otro brazo que se abre hacia el mar– y las islas de Maryland y Virginia. Allí las playas del Atlántico, largas franjas de arena, son el principal atractivo turístico. Sin embargo, los habitantes se las ingenian para atraer a sus visitantes. Una de estas islas es Chincoteague, isla gemela de Assanteague, reserva natural donde vive, en estado protegido, una manada de casi 200 caballos salvajes.

Todos los años, en la última semana de julio, los caballos son arreados por vaqueros que los obligan a nadar desde el refugio hasta la ciudad de Chincoteague. Este espectáculo único, de una manada de caballos cruzando un estrecho de agua salada a nado, es visto por unos 50,000 espectadores que vienen desde muchos pueblos de los Estados Unidos, llenan los hoteles de la pequeña isla, repletan sus excelentes restaurantes de pescados y mariscos, y participan en el festival y en una subasta organizada por el departamento de bomberos. Los bomberos, encargados de la logística, subastan una cantidad determinada de estos caballos salvajes y cumplen con dos objetivos: mantener a la población en un número constante y manejable; y juntar el dinero necesario para operar durante los siguientes 12 meses.

La costa de los Estados Unidos también tiene muchos ejemplos de pueblos que parecen iguales, repletos de carteles de negocios, de tiendas con el mismo nombre, de aburridas zonas de compras asfaltadas con cabañas cerca de la playa. Sin embargo, lugares como Chincoteague, Assanteague, Cape May, Edgartown (en Martha’s Vineyard), Montauk (en Long Island) o Provincetown (en Cape Cod), convierten a estas islas en magníficos destinos turísticos, perfectos para quienes gustan combinar las horas de ocio con el disfrute de la naturaleza y del mar.

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Un rebaño de caballos salvajes pastando en la isla de Assanteague en Maryland
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Faro de Assanteague Island, Maryland
Amanecer frente al mar, visto desde Congress Hall. Cape May, New Jersey
Amanecer frente al mar, visto desde Congress Hall. Cape May, New Jersey
Patos en el puerto de Chincoteague Island, Virginia
Patos en el puerto de Chincoteague Island, Virginia

Teodoro extraña a Samantha

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Ir a Brooklyn es una experiencia extraña. Para mí es volver al pasado. Una vez, en 2003, después de leer Notes from the Underground, me senté en una silla con vista a la Avenida Atlantic para escribir en un cuaderno una larga y pésima novela sobre ese lugar que–aquí incluir un gran suspiro─ninguno de ustedes leerá. Caminar por la avenida Fulton, frente a las estaciones de metro de la línea azul que me recuerdan tantas pequeñas escenas de mi vida preconyugal, fue tan extraño como el filme que llegamos a ver anoche, a las carreras, vagando semiperdidos, en el BAM.

La película se llama Her. El director es Spike Jonze, de quien recuerdo muy bien Being John Malkovich. Primero: porque la vi en Boston, en algún momento de julio de 2000, en mi recién estrenada faceta de pasajero en trance en los Estados Unidos. Segundo: porque esa primera vez me quedé dormido.

Her, ambientado en una ciudad de Los Angeles maquillada para la ocasión ─con más rascacielos y menos inmigrantes mexicanos─ podría entenderse como una pieza de época. Sus personajes, que parecieran haber salido de un casting en el tren L de Nueva York, me hacen también pensar en Ghost World de Daniel Clowes o en algunas escenas de Frazen: a ratos Amy parece ser la hermana/chef  de The Corrections, a ratos ella y su esposo podrían ser los esposos Berglund de Freedom. Sin embargo, Her es  también una reflexión semifuturista sobre la soledad y las relaciones del hombre con sus máquinas. Alguno de mis amigos la entendió como un canto más a la victoria de la computadora. La película es, sobre todo ─si nos ceñimos al guión, dejando al lado las interpretaciones filosóficas─ una exploración de los diferentes caminos que puede tomar la vida de un hombre cuando se siente solo, no tiene muchas amigas y quien mejor lo comprende es su computadora.

Es una comedia. Podríamos empaquetarla como tal, si no nos encontráramos a nosotros mismos, mirando demasiado a la pantalla, recordando nuestra primera sesión de sexo virtual en el chat, o ─sólo unas horas antes de llegar al cine─ preguntándole a Siri: ¿cómo carajos llego al BAM?

Las conversaciones que puede generar la película son muy interesantes. La nuestra sucedió en un restaurán alemán acogedor, en una calle congelada de Brooklyn que me trajo sus no pocas memorias. Se recomienda ir a verla con compañía inteligente. Si va con su teléfono, aténgase a las consecuencias.

Los mejores actores de la película son Joaquin Phoenix, como Teodoro; y la voz ultrasensual de la computarizada Scarlett Johansson, como Samantha.

Recuento de novelas (2013)

Diego Trelles PazBioy me lo llevé a la costa de Arequipa. Fue una de las mejores novelas que he leído en mucho tiempo. Mientras leía, encontré los defectos que algún crítico le había señalado. Ya lo había empezado a fines de 2012, y lo dejé en los primeros capítulos, descorazonado por la violencia exagerada con que se abre la novela. De todos modos, sus virtudes son muchas más que sus defectos. En segundo intento, pasadas las primera páginas, el libro se sostiene como un mastodonte de imágenes. Bioy es una novela que se merece Lima. Las calles y las esquinas por donde pasa la violencia de la historia, son elevadas a categorías de títulos, que avanzan con un ritmo que invoca al vértigo.

El enanel enano de ampueroo, esa breve Historia de una enemistad, pergeñada hace ya muchos años por Fernando Ampuero, la encontré en el librero de una de sus primas lejanas.  Fue la novela ideal para el verano de 2013. Contada desde la anécdota de la relación laboral del autor con un tal César Hildebrant, la figura de este periodista de malos modales –quien para muchos de nosotros, televidentes engañados, alcanzó la talla de semidiós de la pantalla–se hunde página a página bajo la descarga de tinta. La novela, llena de humor, es una revancha escrita con pasión. Al terminarla, me paseé por Quilca buscando otra novelitas de Ampuero: Puta linda. Otra historia breve y muy ágil.

Al ensoldadosdesalaminatrar a Soldados de Salamina, ya estaba entrenado en el ritmo de Javier Cercas (por Anatomía de un instante), e igual me tomó por sorpresa la aparición del personaje Bolaño, que convierte a ese episodio–poco trascendente– de un narrador sufrido en busca de personaje, en una novela desenfrenada, con múltiples lecturas: una máquina de la literatura que apela a las armas del fantaseador de Los detectives salvajes.

El placer de mi lectura de Arrecife de Juan Villoro consistió–además de constatar su capacidad para sorprender con frases frescas y conexioArrecifenes inesperadas–en imaginar la manera como Cocaine Nights de Ballard había sido reimaginada por Villoro en México, con su andanada de solitarios, drogadictos  y artistas delirantes en un ambiente de pánico matizado con esa fantasía moderna que son los viajes con todo incluído.

all that isJames Salter, el escritor que penetró en mi vida con una foto a dos páginas y un perfil en The New Yorker, presentó en 2013 una novela que le tomó más de una década. Me propuse conocerlo. Primero con la lectura de lo que encontré a mano: Last Night, su impecable colección de cuentos, y después con All That Is, maravillosa recreación de una vida que empieza como soldado en el Pacífico y que transcurre con belleza y pasión por Europa, lugares de EEUU y Nueva York. Es una obra maestra. Luego, quiso la fortuna que pudiéramos compartir el sol de la tarde en su terraza de Long Island mientras Salter se preocupaba por el destino de la ciudad después de Bloomberg. Es un deber dejar dicho que leí también A Sport and a Pastime, la joya erótica de Salter, basada en sus experiencias juveniles en Francia.

tumblr_mkfwin8zlX1rarsdao1_1280-1La recomendación de leer El pasado de Alan Pauls vino de otro libro: Entre paréntesis, la colección de crónicas de Bolaño donde éste, además de rescatar aspectos positivos del alma narrativa de Bayly, pone a Pauls como representante de lo que debería ser el futuro de la novela latinoamericana. Es una novela muy argentina, en el sentido Rayuela del término argentino. Se tiene que leer, se aprende mucho de imágenes y personajes, y la novela se extiende, con excesiva generosidad, hasta que el lector acaba por sentir piedad–y rogar por el amor–mientras el personaje se coquea y se masturba hasta sacarse sangre.

Un episodio en la vida del pintor viajero comienza con una tranquila descripción de una vida dedicada al arte. Las páginas, escritas con bGM11913.jpgelleza por César Aira, tienen el talento de prepararnos para lo inesperado. Sin paciencia, el lector cree que la historia avanza sin mayor trayectoria, hasta que llega «el» episodio, y es entonces como si una tormenta hubiera desgarrado el breve libro en dos partes y, a partir de allí, lo que queda lo leemos con la intensa electricidad del choque que una sola imagen produce en nuestra mente. Aira demuestra la capacidad para pintar que tienen las palabras.

TanDon Quijote importante como las novelas mencionadas, ha sido la lectura de Don Quijote de La Mancha. Ese bloque blanco que es la edición de Francisco Rico, lo compré a 10 soles en el otoño gris del campo ferial Amazonas de Lima, y durante 2013 conoció conmigo los subterráneos, los aviones y los cafés de Nueva York. Lo había leído de niño, en fascículos que descubrí este año en mi antigua habitación, con las páginas amarillentas. Sospecho que mi niñez pasó por esas páginas sin sentirlas. Esta vez fue distinto. Si es leída con atención–y con notas–la vida de nadie debería de ser igual, tras terminar esa epopeya de humor y de sabiduría, escrita en dos tomos por Cervantes.

Este texto, con ligeras variaciones, apareció en mi blog de FronteraD hace una semana.

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