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The New York Street

Un blog lleno de historias

fecha

14 diciembre, 2012

Los artistas que se venden

El paraíso del diablo, de Christian Bendayán. Premio nacional de cultura 2012.
El paraíso del diablo, de Christian Bendayán. Premio nacional de cultura 2012.

Nos estamos quedando sin espacios para el arte, dicen los que saben. Es un tiempo sombrío para la literatura de autor, dice alguien que sabe lo que es trabajar durante años y años en un proyecto para que te maleteen apenas lo publicas; nuestra cultura debería de darnos asco, dicen las pintas en los muros del Facebook; el pueblo se está acostumbrando al espectáculo y desacostumbrándose a pensar, dice el Premio Nobel.

Sin embargo, visto desde el exterior, pareciera que en el Perú hay una saludable movida cultural. La aparición –uno tras otro– de espacios de discusión en Internet, más lo que se mueve entre  las redes sociales y las páginas de quienes empiezan a trabajar o prosiguen con sus diferentes ambiciones artísticas;  presenta la ( ¿ilusión?) de que el arte está más presente que nunca entre los peruanos. Gran parte de este impulso viene del contacto: viajamos más, miramos más hacia afuera (y mezclamos con lo de adentro), nos preparamos más; y poco a poco la mediocridad que antes campeaba en muchos de los productos artisticos, donde se solía premiar lo peruano por ser peruano y siempre tomar en consideración los escasos recursos y el esfuerzo titánico del pobre artista, empieza a perder espacio.

Tal vez quienes más se quejen sean quienes estemos acostumbrados (o deformados) por una visión estrecha de lo que es el arte.

Me explico: buscando arte en el Perú yo veo historietas, ilustraciones,  revistas de crónicas, teatro de improvisación, fotografía urbana, publicaciones varias, de todo tema y en formatos novedosos; estampados en camisetas y grafitis en lugares públicos, pinturas que retratan las diferentes personalidades de nuestra patria y que se distancian de los patrones occidentales del arte, animación, videos experimentales, películas no comerciales que tocan temas tabú, o que se enfilan hacia el cine bien hecho de corte ultra comercial: los espacios viejos desaparecen pero se crean nuevos géneros, los peruanos creamos. De otra manera, pero seguimos creando. Incluso los nuevos espacios de crítica y discusión en Internet son una muestra saludable de que tenemos temas de los cuales hablar: poetas que criticar, novelistas que maletear, blogueros que pisotear,  pintores que lamentar.

Si bien, muchas veces, estos artistas no llegan a aparecer en su pantalla chica–porque los buenos artistas muchas veces son pésimos vendedores–la verdad señores es que, comenzando el siglo XXI, pareciera que el Perú sí tiene talento.

Y que siga la función.

Memorias pre-navideñas: El 2005, hacía frío pero no tanto. Una amiga de padre católico y madre judía me invitaba a pasar la Nochebuena con su familia. Esta era mi quinta Navidad fuera del Perú.

The New York Street

Port Washington, Long Island, 24 de diciembre de 2005

No hace frío. Regresando de Port Chester, de mandar dinero a Lima, de olvidarme tres veces la misma caja de vino alguien se queja detrás mío en la cola subiendo las escaleras de Fordham «I want the Fucking Snow, this is Christmas». Navidad sin nieve y todos felices. Demasiado calor diría yo así que el abrigo está de más. Almuerzo con Francisco en Chinatown, Mamadou no ha querido despertarse. El huarique que recomendó Francisco no es bueno. Te lanzan las servilletas, te sirven tarde la comida, cortan los tallarines de la lasagna. Ni más. Compro algunos detallitos en Mulberry, un cajoncito bacán para Stephanie, incienso que nunca está de más. Me iba a comprar la espada de Kill Bill. Está por todos lados. La mejor era una de acero fintero por quince dólares. El mueble de madera también está fintero. Walter…

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