Al menos este año me libré de enero, debería decir.
A las heladas tardes de febrero pude enfrentar las memorias de algunas mañanas bastante acomodadas entre la arena de la playa y la brisa del mar.
A mi piel cuarteada por el hielo le pude exigir que recordara el sudor insoportable de algunas madrugadas de moscos y fuego en una cabaña en el norte del Perú.
Hoy he salido–por primera vez en el año–pálido de ropas, y he caminado sin frío. Este es mi mejor recuerdo de hoy.
El de los ayeres de los primeros meses del año son varios: entre las lecturas a medianoche de la novela terminada, el recolectar de cuentos y el empezar a bocetear lo que comienza a asomar como un segundo libro.
Además está el viaje al sur, el cruce de la colina sobre la bahía que es el puente de Chesapeake Bay en Virginia y algunos días creyendo que los siglos se han enredado en el pasado de un pueblo colonial en Williamsburg.
Comidas largas y charlas fructíferas entre caídas de sol tras las ventanas cerradas. Y caminatas heladas en noches largas regresando de Manhattan.
Hamburguesas al lado de la carretera y cenas fabricadas con lo que la tarde proveía.
Se fueron los amaneceres oscuros y ciertas finanzas amargas. Somos dueños del futuro, otra vez. Con un pedazo semanal sobre las arenas amarillas–y falsas–de Virginia Beach.
A las películas en la cama y a los libros en los autobuses y en el subterráneo, les dedico el invierno. No he leído tanto como hubiera querido pero sí todo lo que he podido. Habrá que ordenar la casa–en eso estamos. (Miro las tablas blancas esperándome, de mi nueva oficina. Necesito hacerle dos huecos en la pared)
Los periódicos de la semana acumulándose sobre el piso, algunas caminatas al borde del río. Amor que tengo y que no me falta. Un buen invierno en la ciudad.
Una mañana, entre los primeros rayos gualdos que traía la primavera de 2005, sentado en una deslucida butaca de salón de clases, escuché leer a Shakespeare por primera vez.
Es decir del original, porque vivir en este siglo significa haberlo escuchado al menos en alguna de sus tantas líneas robadas por otros autores, cineastas, músicos o publicistas. El profesor Clement Dunbar empezaba su clase 308 sobre Shakespeare leyendo uno de los Sonetos:
When forty winters shall besiege thy brow
And dig deep trenches in thy beauty’s field,
Thy youth’s proud livery, so gazed on now,
Will be a tattered weed of small worth held…
En meses sucesivos escuché por su boca al desventurado Dromio, a la astuta Portia, al intrigante Ricardo III, al osado Enrique V, al vacilante Hamlet, a la víbora de Iago y a la inocente Miranda; y me fui de aquél semestre con el amor incondicional con que se van todos los que le conocieron (tal vez con la excepción de Tolstoi, que le profesaba un rencor edípico).
Y ese primer día el profesor Dunbar nos dijo que, de ponernos a transcribir lo fáctico sobre la vida del bardo de Stratford-upon-Avon, nos bastaría para la tarea apenas una página, pues tan poco se sabe sobre Shakespeare.
Entonces ¿Cómo así se han escrito tantos libros sobre él?
En la respuesta a esta pregunta yace parte del talento divinizador de los ingleses: porque lo aman.
Si bien cuatro siglos casi se han terminado desde la muerte del poeta, sólo existía de él aquella imagen grave en blanco y negro que embellece la mayoría de las publicaciones sobre su obra. Hasta hoy.
Recojo el New York Times de mi puerta, esta mañana, y me saluda desde la primera página el nuevo gran hallazgo de Ios ingleses: el rostro de Shakespeare. El retrato, secuestrado en una colección privada de más de 300 años, ha vuelto a la vida muy parecido al pésimo actor que lo interpretara en Shakespeare enamorado.
Tengo mis dudas.
No es que me disguste verle por fin el color de los cachetes a Shakespeare y el tono rojizo de la barba a quien escribió algunas de las páginas más extraordinarias de la literatura. Sin embargo, este retrato pareciera ser–espero equivocarme–una de aquellas falsificaciones fanáticas que suelen fabricar los ingleses enamorados.
Desde el borde de la acera sobrevino el sonido de los renacuajos asomándose. La ciudad se escondía del viento que golpeteaba las puertas y las ventanas y el pueblo se refugiaba en los hogares sagrados al pie de la leña crepitando y el fuego amable, para escapar de la furia del frío. Nadie más que Tartufo temía tanto al frío en su calle de Brooklyn porque el frío de alguna manera perforaba su piel, se deslizaba dentro de su cuerpo y le calcinaba los órganos. Le aletargaba la memoria y se alejaba dejándolo sin tacto, sin gusto, sin olfato y le disminuía la visión y el oído lentamente. Pronto, gracias al frío, Tartufo sería un completo inútil. Así habían pasado ya cinco inviernos desde que Tartufo se percatara que el frío lo atacaba a él de una manera distinta que a los otros. Y en ese tiempo había aprendido ciertas argucias de superviviencia.
Ya no desperdiciaba su vida en caminatas, pues ellas le robaban la energía que necesitaba para las lecturas.
Tomaba el subterráneo y aprendió de memoria los planos de las estaciones en los cuales podía encontrar amparo, y cuidados en caso de alguna emergencia.
28 de febrero
No podemos salvar la Tierra, sin embargo tal vez podamos salvar Tierra 2. Debe haber algún medio de comunicarse con ellos. En eso estoy.
1 de marzo
Asisto paralizado al espectáculo, incapaz de impedir la hecatombe que borrará Tierra 2. El planeta que recién descubrimos gracias a Kepler, avanza inexorablemente hacia su encuentro con el meteorito Selene. Una luna y una tierra que no son las nuestras, se destruirán mutuamente. Tal vez sea un anticipo de la suerte que le espera a nuestro planeta. Llámenme ingenuo, mas yo creía que si la vida terminaba en Tierra, nos quedaría el consuelo de alcanzar algún día Tierra 2.
2 de marzo
Si mis ojos estuviesen allí, qué cosas verían. Tal vez el inicio de civilizaciones parecidas a la nuestra. Secretos de conviviencia entre tecnología y naturaleza que nos permitirían aplicar a la salvación de nuestro mundo. La etapa heróica griega o Egipto levantando su primera pirámide. Quizás este sea el equivalente al cataclismo que alguna vez terminó con los dinosaurios. Sin embargo Selene es enorme y va con demasiada velocidad. Mis científicos preveen destrucción total.
3 de marzo
He intentado anunciarles el desastre usando los transmisores dispuestos en el exterior de la galaxia. Fue encantador ver una vez más a toda la tripulación trabajando con frenesí, como si Tierra 2 fuera en realidad nuestro planeta y no sólo una esperanza azul flotando en el universo. Mi esposa me consuela y me dice que siga aferrándome a la hipótesis del exterminio de los dinosaurios. Tal vez ésta sólo sea la colisión que necesitaba Tierra 2 para que los pequeños mamíferos empezaran a dominar el planeta.
4 de marzo
El choque es inevitable. Estamos siguiendo el desenlace de Tierra 2 en un panel que hemos instalado en la nave central. Hemos despachado anuncios de luz y mensajes de radio. No hemos recibido respuesta. Si fueran una civilización avanzada habrían podido identificar señales provenientes de otros mundos. Hubieran encontrado la manera de comunicarnos, decirnos que no nos preocupemos, que dejemos el problema en sus manos.
5 de marzo
He tomado todas las fotos que he podido. Ordenaré hacer una imagen tridimensional y dispondré que sea proyectada durante algunos meses en la nave central. He visto a otros tripulantes tomando fotos a escondidas. Tierra 2 se esfumará poco después de la medianoche y con ella nuestra fantasía de conocer su historia y la de sus habitantes.
6 de marzo
No ha pasado nada. Selene ha desaparecido y Tierra 2 sigue donde estaba. No ha habido colisión. Nadie puede explicarme lo que ha pasado. He mandado los primeros informes oficiales a Tierra. Hasta la hora en que me he retirado a dormir, no he recibido respuesta.
7 de marzo
No hay Tierra. No volveré a escribir, no tiene sentido. ¿Quién leerá este diario mal escrito que lleva mi nombre? Podría enviarlo en la cápsula sellada que lanzaremos hacia Tierra 2, que sigue allí, bellísima, como lanzándonos un acertijo o una maldición. La vida continúa en Tierra 2, ya no hay vida en nuestra Tierra original. Los ingenieros intentan darme una explicación racional de lo que ha sucedido. ¿Estuvimos viendo los últimos minutos de nuestro planeta sin saberlo? El juez los ha mandado matar a todos. No he podido cancelar esa orden. He llorado contemplando en la pantalla las últimas imágenes que tomé de Tierra, mi Tierra. Siento rabia.
8 de marzo
No voy a escribir más. Creo que varios en esta misión vamos a perder la cordura. Transposición de imágenes le ha llamado al fenómeno uno de nuestros científicos más viejos. Dice que presentó un informe hace 2 años, oral. No lo recuerdo, no lo debo haber tomado en serio. ¿O es que se están transponiendo nuestras ideas igual que las imágenes? Mi esposa me consuela diciéndome que era muy poco lo que hubiéramos podido hacer. De todos modos, no tiene sentido que siga. No hay Tierra y Tierra 2 está asaz lejos para que lleguemos sin ayuda. Saquen su cuenta.