-Entonces tenias la pasion de un personaje de Trainspotting.
Carmela Gil estaba terminando la cerveza cuando le soltó esa frase y Ricardo Stoll no supo de donde la había sacado. Pero ella se levantó de la mesa y asaltó la calle dejando las puertas bamboleantes del bar y largándose hacia la estación del metro. Fue una pena para Ricardo pero nunca más volvió a saber de ella.
Cuatro meses atrás Ricardo estaba en la redacción del periódico, tenía que llenar una nota para la página de Metropolitana y no sabía de qué escribir. Salió al pasillo a fumarse un cigarro. Estaba fumando cuando vio su vida clara. Le había sucedido dos veces : Una a los diecinueve cuando se fue de viaje a Brasil. La otra a los 25 cuando se largó tirando dedo hacia Colombia. Habían pasado cinco años más y esta vez no tenía idea de adonde iría, pero sabía que tenía que moverse. Esa tarde antes de salir del periódico un viejo compañero de la sección de deportes le dijo que había leído “Sostiene Pereira”. Entonces se acordó que nunca había ido a Portugal.
Esa noche manejaba por la Javier Prado rumbo a su casa y Ricardo se sentía en un submarino: todo alrededor era mar y burbujas de aire. Las calles, la gente, los semáforos, las veia todos los días al salir a trabajar y al regresar, algunas veces le provocaban intriga o respeto, otras veces como esa noche sólo le generaban desidia y hartazgo. A veces sus amigos regresaban de madrugada acelerando por la avenida, no respetaban ningún semáforo. Intentó acelerar pero aquello no era lo suyo. La velocidad no le despertaba ningún vértigo, ningún estallido de júbilo, ninguna alegría inmensa. Lo suyo eran los viajes. El submarino seguía allí y por las ventanas sólo veía una ciudad aburrida.
Llegó a la casa y entró a su cuarto. encendió la computadora y escuchó sus mensajes. Lo estaban invitando a celebrar un cumpleaños en un bar nuevo en Barranco. no tenía ganas de ir pero tenía que hacerlo. Era una buena amiga para la que su presencia significaba algo. Comenzó a releer en la pantalla el artículo que estaba escribiendo para una revista y le pareció tan soso y aburrido como su vida. Decidió dormir una siesta y luego irse a la fiesta. Ricardo llegó a creer que rodeado de conocidos y con algunas cervezas desaparecería la sensación inconfortable de ser uno más.
Se había despertado pasada la medianoche, se había bañado y se había ido para la fiesta. Como lo imaginaba eran pocos los invitados que conocía. Su amiga estaba vestida elegantemente y los amigos, de otro círculo que él no conocía, tambien. Los pocos amigos de él estaban vestidos igual que él, con un polo salido y un blue jean. Estaba Bernardino, el periodista deportivo que siempre tenía un buen chisme que contarle y después se dedicaba a carajear su vida y contar que se largaba por fín del país que estaba haciendo contactos en el extranjero, que estaba aburrido de todo. Media hora después llegó otro grupo que sí conocía bien y toda la conversación giró en torno al fútbol. Dos de ellos también eran periodistas y tenían que partir el domingo a Cerro de Pasco a ver un partido clave para el descentralizado. A uno de ellos la altura le había afectado la última vez que fue y comenzó a pactar para que al terminar el partido pudiera llamar al que sí iba y le diera los comentarios para redactar su nota. Su amiga se acercó coqueta al grupo y les increpó que no bailaran. Como ninguno le hizo mucho caso lo sacó a bailar a Ricardo. Era muy malo para la salsa pero dio algunos pasos, movió un poco la cintura y regresó para pedirse su tercera botella de cerveza.
La mañana siguiente se levantó con resaca a golpe de siete de la mañana. Llegando a la oficina se tomó un café en la bodega y un sandwich triple. No le paró el malestar pero le aguantó el sueño y el hambre toda la mañana y le permitió terminar un artículo mediocre. A la una salió a almorzar con unos compañeros del area de pre-prensa que le habían ayudado a retocar una foto que tenía que salir en la edición siguiente. Ellos lo invitaron a salir después del trabajo a “La tía Clarita” donde había cerveza barata y chicas que atendían.
Decidió ir porque nunca lo había hecho, pidió un par de cervezas y al rato salió del local con dos chicas y Caballero, el maestro de Photoshop del periódico. Ellas los llevaron en taxi hasta un hotelcito barato donde se metieron los cuatro en una habitación con dos camas. Mientras hacían el 69 ella se tiró un pedo.
“Lo siento” dijo y ella y su amiga se rieron. El polvo fue un desastre.
Una tarde decidió que iba a pedir permiso y no fue a trabajar. Se enfermó de algo e invitó a un amigo a la playa. Casi era invierno y en la semana las playas estaban vacías. Manejó hasta El Silencio, se sentó con su amigo bajo una sombrilla de paja y pidió un par de cervezas. Después se dio unas zambullidas en el agua y comieron una jalea mixta que tenía muchos calamares. Siguieron al sur hasta Santa María donde se estacionó frente la mar para ver la caida del sol. Era hermosa. Era su primer día de trabajo en que sentía que recordaría cada instante de la tarde. Manejó hacia Lima y se sintió mucho mejor. Su amigo le dijo que la tarde había estado de putamadre. Esa era la palabra.
La mañana siguiente chequeó en la computadora de la oficina el clima de Lisboa. Vio algunas fotos. No estaba mal.
A mediodía recibió una llamada del banco para decirle que estaba por vencerse la próxima cuota de su auto. En vez de almorzar aprovechó la hora del refrigerio para irse hasta una oficina del banco y cancelar su cuenta. Otra vez se dio cuenta que la mitad del sueldo se le iba en pagar el carro. El submarino negro era un juguete caro.
Cuando estaba pagando vio a una mujer que lo miraba apoyada contra el mostrador. Con uno de los brazos se tapaba parte de la cara. Sólo veía sus ojos. Parecía estar mirándolo y estar sonriendo. Ricardo sonrió porque no la reconocía.
Era la ex enamorada de un amigo, estaba haciendo una fiesta el fin de semana para celebrar su cumpleaños. Su casa quedaba a dos cuadras de allí, estaba invitado. Riardo le dijo que iría. Alguien le había dicho para hacer algo el sábado, pero le apetecía más la fiesta y los ojos de ella.
Cuando llegó a la casa por la noche estaba destrozado. Y aún así terminó en la computadora un artículo de música para la revista que tenía que entregar la mañana siguiente. Antes de sentarse a terminarlo bostezó varias veces y miró desde la ventana de su cuarto el cielo negro de la ciudad.
2.
Aterrizó en París porque el pasaje era más barato vía Francia. Le hubiera gustado aterrizar en Lisboa no sólo porque había leído también Sostiene Pereira sino porque había estado muy atareado las últimas semanas leyendo sobre la geografía y la historia de Portugal. Había una razón adicional: había comenzado a escribir una novela y en ella el personaje principal comenzaba su historia aterrizando en Lisboa.
Pero cuando fue a la agencia de viajes había una oferta. La señora era amiga de su madre y le consiguió un boleto muy barato vía París y con escala a la ida y a la vuelta en Nueva York. Los boletos a Lisboa eran muy caros y en Lisboa no tenía donde quedarse mientras que en París una amiga le había ofrecido alojamiento. Es triste pero es verdad que de los dos días que pasó en París lo que más recordaba era la primera llamada telefónica desde el aeropuerto De Gaulle. Le contestó la grabadora de la amiga que lo iba a alojar diciéndole que estarían ella y sus compañers de piso fuera de Francia por dos semanas, esquiando. Ricardo pensó de todos modos que aquello era su culpa por no haber llamado antes. De nada lo consolaba la idea que había querido darle una sorpresa. Se habia dejado simplemente seducir por la idea de aparecer de pronto en su puerta y aceptarle la oferta que le había hecho en Lima unos años antes:
“Duermo en un cuarto donde sólo tengo mis libros y una hamaca desde donde me echo y veo por la ventana la Torre Eiffel.”
Ricardo vagó por las calles de París intentando conseguir un sitio barato cerca del centro pero fue imposible. Fue al albergue juvenil cerca de los Campos Eliseos pero le dijeron que todo estaba copado y lo derivaron a otro en las afueras en un barrio judío desde donde el subterráneo demoraba casi una hora hasta el centro. La primera noche se fue solo a vagar por la ciudad y conoció a un inglés que trabajaba en el supermercado y que le dio unos datos de los lugares a los que tenía que ir. Para pasarla bien al Trocadero. Ricardo pensó que con aquél nombre el sitio tenía que ser divertido.
Ricardo había leído muchos libros de escritores viviendo en París y sin embargo ninguno le pareció demasiado acorde con la realidad que vio. La ciudad le pareció demasiado fría y dura, lo único que quería ver esa mañana era el Louvre pero cuando llegó hasta las puertas se dio cuenta que tampoco podría hacerlo: los trabajadores del Museo estaban en huelga y al parecer por varias semanas. Después del Louvre se fue a caminar, tomó unas fotos de la Torre desde abajo, completamente echado sobre la gravilla. Se fue a pasar por el Barrio Latino y no vio nada bohemio. Sólo restaurantes caros, casi todos griegos. Antes que le viniera la noche le tomó unas fotos a las gárgolas de Notre Dame. Al final de la tarde volvió a coger el teléfono para irse de París. Su esperanza era una francesa de la Garconne que estudiaba en Burdeos. La había conocido el verano anterior en el Cusco cuando la ayudó a tramitar los documentos que un ladronzuelo le había quitado en el tren camino a Machu Picchu.
Oui Oui.
Parecía emocionada, parecía feliz de volver a verlo y a él también le agradó saber que saldría de esa ciudad que le espantaba. Sabía francés pero casi no pudo conversar con nadie. Encontró a un ecuatoriano en el metro que le dijo de qué trabajaba. Cuando le respondió que estaba de turista dejó de hablarle. Es que era tan raro un latinoamericano de turista, todos venían a quedarse de ilegales y a hacer dinero y los que venían de turistas tenían tanto dinero que no viajaban en metro sino en taxis o en carros alquilados.
Llegando al albergue encontró a un nuevo huésped en su habitación. Era un peruano y quería salir con él a tomarse unos tragos. Ricardo le dijo que le habían recomendado el Trocadero, pero cuando llegaron todo estaba cerrado y lo que estaba abierto se veía deprimente. En uno de los bares sólo había un borracho en una banca frente a la barra. No tomaron nada. El bus pasaba cada hora y no querían tomar taxi porque el que cogieron para llevarlos al Trocadero se había embolsado un dineral. En el paradero del autobús había una pandilla de jóvenes mexicanos que tenía apariencia de familia rica. Estos le sacarn una botella de vino y les invitaron un par de tragos. Era la mejor manera de divertirse en Paris, dijeron ellos.
“Te compras unas botellas en el supermercado y eso lo bebes toda la noche. comprar alcohol en los bares es muy caro y no hay nada divertido porque las mejores fiestas son en departamentos de parisinos, lugares privados y en los bares de las afueras de París donde sólo se puede llegar en carro.”
El bus no pasaba y regresaron caminando. Todo estaba cerrado, no había ni siquiera un lugar para comerse un emparedado. El McDonalds estaba cerrando, los empleados estaban guardando las sillas de la vereda y no quisieron servirles ni una hamburguesa. Ricardo se sintió mejor sabiendo que la noche siguiente ya estaría en Burdeos.
Al día siguiente el peruano le dijo que quería ir a Roland Garros. Esa tarde jugaba un chileno contra un americano. No habían boletos así que compraron la reventa que les ofrecieron bajando del metro. Eran unos asientos carísimos y muy alejados de la cancha. El chileno jugó muy mal y perdió los dos sets, uno de ellos a cero. Después se enteró que al chileno le habían tomado fotos la noche anterior en una fiesta privada bailando hasta el amanecer con dos francesas que lo hacían emparedado. El tipo había conseguido lo que ellos no encontraron buscando toda la noche. Y gratis.
El tren de gran velocidad llegó en menos de cuatro horas a Burdeos. Allí estaba ella, gordita y bonita, con las mejillas sonrosadas. Fue tanta la alegría de verla que le dio de frente un beso. Llegaron hasta la residencia universitaria, al pequeño cuarto donde ella le había preparado un colchón inflable para que duerma al lado de ella en el piso.
Se sentía tan solo que queria dormir acompañado. Tenía tanto calor que se sacó la camiseta y se la sacó a ella que se quedó en tetas. Quiso abrirle las piernas mientras la besaba pero ella no quería. Al menos hasta que él no insistió y bajó su mano. Ella abrió las piernas e hicieron el amor riquísimo, casi antes del amanecer.
(Continuará…)