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The New York Street

Un blog lleno de historias

fecha

9 abril, 2005

En el pueblo de Parras en 1968, 9 de abril

The Wild Bunch
Una de las escenas más famosas de la historia del cine, improvisada por los actores de Peckinpah: The Wild Bunch

 

En el pueblo de Parras, en la frontera mexicana con los Estados Unidos, Sam Peckinpah empieza a filmar La Pandilla Salvaje, con un grupo de actores de primer nivel entre los que destaca William Holden, Ernest Borgnine y el Indio Emilio Fernández.

Es luego de conversar con Don Emilio y escuchar sus reacciones ante las primeras escenas, que Peckinpah escucha la brillante secuencia de los escorpiones devorados por las hormigas de labios del actor mexicano. Algo como eso ha de ser el final de la pandilla, estos bandidos cuya única ley es la supervivencia para el robo. Que sin embargo luego matan por el honor de un amigo y mueren entre el estruendo de la primera ametralladora mexicana y las balas de los soldados de Mapache.

Otras escenas memorables –incluyendo la legendaria caminata de los 4 desde el burdel hasta la casa donde se hospeda Mapache–, son las escenas del asalto del tren, que desenganchan sin que los caza recompensas lo perciban, la fiesta en el pueblo y el agujereo de los toneles de vino para que se duchen ellos y las mujeres, la voladura del puente, el arrastre del bandido mexicano por el General Mapache, subido a su nuevo convertible rojo.

Los ojos de Holden, el viejo y acabado cuatrero que solo quiere un gran asalto para retirarse, la sonrisa de Borgnine, que parece ha de ser dejado a los buitres tras la batalla final, en la que Pyke asesina desnfrenadamente con esta horrible ametralladora de la cual los europeos pronto han de oir hablar en las trincheras de la Segunda guerra mundial. Y el que los seguía no lo ha encontrado vivo, sus recuerdos son demasiado pesados para saber a dónde ir. No regresar a los Estados Unidos donde lo espera la cárcel, sino quedarse entre estos pueblerinos que se defienden, a ellos y a sus familias, en plena revolución mexicana.

Sonata de Bergman, 8 de abril

Ingrid e Ingmar Bergman

¿La odia, la ama? Bergman lo sabe, los otros no. Tal vez el preludio de Chopin pueda decirnos algo. Tal vez Bach, que sabe tanto, mientras Leonardo toca para Helena. No le importa la hija, le importa el mundo y esta agenda apretada, que espera no esta soledad noruega donde se siente atosigada.

Bergman ha pisado fondo, los recaudadores de impuestos lo han metido preso y ha encontrado refugio en Munich. El llanto de Ingrid, la ira de Eva, el paciente Viktor, que escucha la historia del aborto desde un lado de la escena, incapaz de seguir ayudando a la esposa que ama. Erik es el que brinda alegría, pero Erick se ha ahogado en este caudal precioso, bajo estas hojas amarillas y marchitas. La sonata, sigue la estructura de Bach, fue un pedido expreso de la moribunda Bergman en Cannes. Siete siglos que no ha visto a sus hijos y la rabia contenida de Eva, explota, como Helena que no puede llorar solo mover los labios y gritar ¡Mamma!
Los libreros de al lado del río no tienen nada. Lo mejor ha sido este libro de libros raros de Loayza, el viaje del Ulises, la disputa entre Arnold por la literatura. ¡Todo por la literatura! Y el mejor ensayista latinoamericano, diciendo antes de morir: «Vargas Llosa y Gabo son unos mediocres, solo Borges ha creado algo de valor«.
Como un filme de Bergman ¿verdad? Falta la copa rota o el vaso de cicuta cayendo o los ojos del director del teatro, el padre de Alexander, que se cierran mientras Alexander huye y Fanny se queda perpleja al lado de la cama.
Dos Guiness en Smith St. una hamburguesa, una Brooklyn Lager. El mejor Ulises que se haya escrito. Pido la cuenta. Nada de Moses Finley, nada de Steiner, el libro sobre los ensayos de Homero.

Dicen que Bergman tuvo cinco esposas. Las cinco mejores que las otras que no tuvo este compadre. Un brindis por las mujeres, por el close-up de Ingrid Bergman, por la escena final de Breathless, por la cantata de Jules and Jim.

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