
El café de esta mañana no es una urgencia. Es algo similar–sin serlo–a una rutina. Consiste en entrar a la cocina, mirar que esté limpio el percolador y llenarlo con agua del caño; echarle café (siempre pensando en la cantidad porque de eso dependerá el sabor), y enchufar la máquina.
No sé por qué lo hago. Tal vez porque he desarrollado esta singular forma de empezar el día sin comer hasta pasadas las 11 de la mañana. Lo único que me permito es agua y café. En algún lugar leí que puede ayudarme a perder peso. Lo cierto es que no estoy tan seguro y mi peso oscila siempre entre los mismos números. Entonces se trata de una rutina «semi inconsciente».
Si bien eso no existe ¿Cierto? O se piensa algo o no se piensa. Y ya sabemos que mi vida dista mucho de ser la del que mira concentrado todo lo que está haciendo.
No lo iba a hacer pero me provoca escribir algunas notas sobre La vida a plazos de Don Jacobo Lerner. Es un libro de fragmentos reordenados. Por ejemplo: el personaje Efraín es una exploración. Lo que le da consistencia al experimento son las entradas de Alma Hebrea, una publicación no sé si fidedigna, no sé si existió, pero que remite a una sociedad de judíos establecidos en el Perú, desde fines de los años 1920s hasta mediados de los años 1930.
(Sé que existía el Club Hebraica, sobre la Avenida La Molina, sé que existía el León Pinelo, donde estudiaron algunos amigos de la de Lima como Rosemberg ¿qué será de él? Y sé –por Luis C. y algún otro amigo– que hay una comunidad vibrante, involucrada con la sociedad peruana en general).
¿Es valiosa la novela? Claro que sí. Y la edición de Las afueras (la diagramación, el espacio, el diseño de la caja) creo que permite disfrutar de la experiencia de lectura. Si bien no tengo una edición anterior me permito creer que esto es esencial en este libro que aparece 40 años después de su primera impresión.
Pensé en las similitudes con País de Jauja pero en ese libro hay mucho más desarrollo de los personajes. Acá en La vida a plazos lo que hay son bocetos de ellos y un sostenido esfuerzo de abstracción que tal vez era la única manera de estampar la experiencia del judaísmo peruano en esos años, sobre todo en ese territorio provincial y a la vez tan conectado a Lima y en cierta medida mirando hacia Europa que era el Chepén donde nació su autor, Isaac Goldemberg. Por ejemplo: la conversación entre Efraín y la araña o la escena en que los niños entran a la casa del judío para asustar a la ciega y son descubiertos. O la escena del incendio.
El libro está muy bien escrito. Se disfruta más tal vez porque se aprende sobre una experiencia que representa a una comunidad. No me gustó más que País de Jauja (lo digo porque me parece que las críticas ambiguas no son honestas). Sí lo recomiendo. Es un libro muy interesante.
Además tiene el añadido que el autor es uno de los símbolos más importantes de la presencia intelectual peruana en la vida neoyorquina. Alguna vez fui a la presentación de un libro de Issac en McNally. Él colaboró con mucho gusto en un par de libros de Los Bárbaros.
Ya se acabó el café. Y casi son las 11. A ver qué como.