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Mi teléfono es un modelo Samsung de hace 3 años, imitación del formato Blackberry. Tiene Internet –muy lento– y una pésima capacidad para recibir mensajes multmedia.

Esta tarde, mientras cruzaba un jardín, un amigo me mandó un mensaje que era una foto. Demoró unos segundos, apareció, pero aún no podía ver: el reflejo del sol convertía lo que allí estuviera en una mancha negra. Entré a la casa, volví a mirar la pantalla en la sombra. Era un pedazo de concreto, había unas flores encima: una tumba. Leí las letras sobre la lápida: César Vallejo.

Otra persona que no tuviera afinidad con lo que nos une, hubiera encontrado otra gráfica para decirme «Estoy en París». Sin embargo, en nuestra tradición, para él y para mí, la tumba de César Vallejo en Montparnasse, es más que una proclamación de un viaje, es una declaración de nuestros intereses literarios.

Hoy leía en el blog de Ricardo Bada, que al ver los mensajes que le dejaban a Balzac sus lectores, alrededor de su tumba, Víctor Hugo decía «Una tumba como esta es una prueba de la inmortalidad». Es lo mismo que se me ocurría al mirar la pequeña y mal definida foto en la diminuta pantalla de mi teléfono Samsung: desde París, 75 años después de su muerte.

Podrán pasar cosas en el mundo: como leer en inglés y Entre paréntesis, del aprecio –para mí desconocido– de  Roberto Bolaño hacia la prosa de Jaime Bayly; encontrar al despertar una historia terrorífica, y muy breve, sobre una ballena que llega a morir en una playa del Golfo; conversar, sin perder la paciencia, con un vecino que sin asco ha eliminado los árboles que me impedían ver su despintada casa, su sucio y desordenado jardín; reorganizar mi oficina, limpiar papeles acumulados en un año, con la radio, y enterarme de la historia del Jeremy de Pearl Jam; saludar a una amiga en Santiago que está perdiendo la cabeza; recordar un cumpleaños en Lima–un día tarde, para variar–, volver a pensar en este amigo, que ha dejado unas flores en Montparnasse y recordar los cuadros de París que menciona Salter en A Sport and a Pastime.

Podrá pasar de todo en un primer día de julio y sin embargo, la foto de la tumba de un poeta llena la tarde de su inmortalidad.