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The New York Street

Un blog lleno de historias

mes

septiembre 2012

La amargura

Juani amaba a Perséfone. En las horas muertas de la tarde, cuando terminaba de recoger las frutas maduras y de pasear a caballo, vigilante entre las matas de aquella tierra que le pertenecía a su familia; Juani imaginaba a Perséfone con él. Su padre se la había llevado a Lima a la fuerza, con el cuento de que tenía que estudiar.

La discusión empezó en la casa de ella. El tio Jesús llegó de la chacra y empezó a decirle que se tenía que ir a Lima en dos meses, que ya había conversado todo con la tía Olivia, que tenía un cuarto para ella y hasta se podía llevar el auto porque con el crimen que había en Lima era necesario. «Ya eres una mujercita, necesitas ponerte formal» le dijo el tío Jesús, que curó las quejas de su hija con una cachetada. Fue tan fuerte que Juani, sentado a su lado sobre el sillón de la sala,  tembló como si se la hubieran dado a él. «No me discutas, Persi», dijo el tío Jesús, y se fue para la bodega a verle el agua a sus aceitunas.

Al día siguiente y durante las semanas que siguieron, trataron de olvidarse del tema e hicieron su vida normal. Juani la esperaba a la salida del colegio, la acompañaba hasta su casa, almorzaba con ella y con su tía, regresaban a la casa de Juani y si no había nadie (casi nunca había nadie en casa de Juani) se encerraban en el dormitorio. Una de esas tardes, más caliente de lo normal, a Juani se le antojó que se lo quería hacer por atrás y Persi se dejó. Se quejó por un instante del dolor, pero al final fue como si lo hubieran hecho siempre; y se quedaron empapados de sudor, abrazados, él encima de ella. Luego se sentaron en la sala a ver una película de la tele. Después caminaron hacia el río. Juani le enseñó como domaba a uno de los caballos de su padre que se estaba portando chúcaro. Cuando la tarde enfrió, se fueron para la casa de Persi. Sentados en la mesa del comedor, la tía Rosa y sus cuatro hijas–Perséfone era la mayor–jugaron a las barajas hasta muy tarde. Como otras tantas noches, el tío Jesús nunca llegó a dormir.

Una de aquellas tardes, a Juani le trajeron del correo una postal de su hermano Damián, que vivía en Los Angeles. Él y su novia gringa le mandaban una postal de un viaje de vacaciones (la postal venía desde la ciudad de Vancouver). «Te extraño hermanito» escribía él detrás de la foto, antes de firmarla: Lauren y Damián .

Siempre que le llegaban noticias de su hermano, Juani se ponía de mal humor. Perséfone sabía que le tocaba estar atenta. A la primera ocasión le gustaba soltar cosas como «Me voy a ir a vivir a California». Sin embargo esta vez–quizá porque Perséfone se iba y aquella amargura dolía tanto que le cerraba la boca–no dijo nada. La postal se quedó olvidada en la cocina. Miraron televisión en la sala hasta pasada la medianoche, cuando Perséfone se despidió y se fue. Desde la puerta, Juani la vio cruzar la plaza.

Al día siguiente, muy temprano, le vinieron a dar la mala noticia: El tío Jesús había esperado a Perséfone, sin decirle nada la arrastró hasta su camioneta y se la llevó a Lima.

–Son siete horas, ya debe estar allá.

Juani nunca recordaba si fue él quien hizo el comentario acerca de las horas del viaje y la probabilidad de Perséfone llegando a Lima, a la nueva vida que su padre le ofrecía. De todos modos, aquella mañana en que Juani intentaba hacer su vida normal, miró una y otra vez las calles de Jaquí y sólo vio lo que siempre había en aquellas calles: polvo. Y le llegaba con claridad, la sensación que acompañaba aquella vista: sentía que se convertía en una especie de bicho, sin alas, un insecto que se arrastraba sobre el polvo, atrapado por aquél paisaje desierto que lo descorazonaba.

No entiendo nada

Una de mis experiencias más frustrantes con los idiomas sucedió en Frankfurt en 1999. Estuve, durante varios días, rodeado de una familia y amigos alemanes que conversaban y reían sin que yo pudiera entender una pizca de su conversación.

Así que mi reciente viaje ha sido una cura de humildad. Ese tipo de situaciones han abundado. Esta vez no estaba solo, y aquel detalle hizo la experiencia mucho más llevadera (porque incluso en la ignorancia podía burlarme de ella con mi esposa); de todos modos, entre esas voces que nos hablaban en húngaro, en checo, en sueco, en esloveno y en alemán, me sentí muchas veces en la misma desconsolada situación de hace 13 años en Frankfurt.

El cariño de la checa Alena –mi amiga de estudios en Nueva York y (después de este viaje) para toda la vida– por el escritor y ex presidente Vaclav Havel; me llevó a comprar el libro de memorias To The Castle and Back,  que comencé a leer en Praga, seguí leyéndolo en Europa y cuyas casi 400 páginas recién estoy terminando de leer acá en Nueva York. Este libro de Havel me ha permitido comprender mejor todo lo que vi y escuché sobre la sociedad, la política y los checos.

Vaclav Havel –murió hace unos meses pero su salud delicada (empeorada por una neumonía de los cinco años que pasó encerrado como preso político) ya pronosticaba su muerte desde hace una década–esclarece los pedacitos de información que obtuve durante mi visita a Praga; y  me permite entender mejor aquello que leí o escuché sobre la «Revolución de terciopelo», las mil y una renovaciones del Castillo; el apogeo y decadencia del comunismo; y las tensas relaciones de los checos con los alemanes, los estadounidenses y los eslovacos.

Havel, salta de una década a otra, de sus épocas como disidente a sus 12 años como presidente, de un hecho histórico a un chisme de actualidad, del Castillo a una biblioteca en Washington DC; para darnos un panorama general del período que le tocó vivir y del país que dirigió: una nación que abrazaba los valores occidentales europeos después de muchas décadas de opresión comunista.

Burlándose de sí mismo y de quienes lo acompañaron en su aventura como presidente; y respondiendo preguntas que él mismo ha seleccionado, Havel nos informa sobre sus enemigos y su relación con la prensa; acerca de sus romances y la difícil situación de su primera dama tras la muerte de su primera esposa;  los primeros acercamientos a NATO y la Comunidad Europea; los pasos que se tomaron para disolver el Pacto de Varsovia; sus reuniones con Gorbachov, Yeltsin, Bush, el Dalai Lama, los Rolling Stone, con sus amigos intelectuales de toda la vida; y con los nuevos políticos acomodados al poder y encargados de desprestigiarlo.

Durante todo el libro, Havel, quien hasta 1989 sólo había sido un famoso dramaturgo, intelectual y disidente; se nos presenta como un personaje un poco abrumado por las responsabilidades de su cargo pero siempre consciente de su importante y un tanto inesperado papel histórico ( tras la dimisión de los comunistas,  sus partidarios le dieron 24 horas para que aceptara ser candidato a la presidencia) y del rol que jugó como símbolo de la República Checa hasta los años previos a su muerte.

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