Es posible que la Lima que quiere Cherman es la misma que yo conocí cuando se me ocurrió llamarla Resinápolis. Es la Lima cochina de Orrego, de Barrantes, de Belmont, la ciudad que parecía condenada a desaparecer entre toneladas de basura, el humo de los microbuses antiguos y el caos del comercio ambulatorio.

El recuerdo más vivo que tengo de esa ciudad, a la cual llegaba cada mañana con mi familia, para dejar a mi padre en las oficinas del banco en la esquina de Camaná con Emancipación, era la cantidad de deshechos que se acumulaba de un día para otro en la berma central de la Circunvalación. Las casitas grises del cerro San Cristóbal se perdían entre el humo de la chatarra quemada y la neblina.

De ese caos salió la cultura que ahora vive en los conos. De ese desorden de vereditas ganadas por los ambulantes, paredes malolientes y cubiertas de smog, se ha producido esta cultura peruana popular que cada vez se ve con mayor claridad en la pintura, en el cine y en la literatura. Del dinero del comercio ambulatorio ha salido la riqueza que ahora florece en el cinturón de barrios que rodean a la antigua Lima y que permite a la ciudad de bronce (y semi bronce) mirar sin envidia a la Lima blanca y vieja que antes la menospreciaba. Ahora sí podemos decir que el Perú está representado en las pollerías del Jirón de la Unión.

Si bien nos gustaba odiarla, creo que reconociamos que en esa Lima desastrosa estaba también el elemento que nos diferenciaba de otras ciudades latinoamericanas, el germen de una cultura en gestación. En esa pesadilla a la que parecia una mala broma haber llamado alguna vez «la tres veces coronada villa» estaba formandose una identidad distinta en la cual se integraba lo criollo y lo cholo con todos sus matices.

Para colmo de las contradicciones, lo criollo empezó a asociarse con lo tradicional, mientras lo cholo se asociaba con lo moderno. Gracias a la piratería y a la informalidad, en esos cubículos hacinados de los campos feriales de Polvos Azules, las Malvinas y Polvos Rosados y en cientos de otros puestitos de las veredas de la capital, era donde Lima se encontraba con lo que sucedía en el mundo.

Creo, que esa es la Lima de la que Cherman ha sacado su arte, la que le ha dado vida. La rica mezcla que se ha producido de esas contradicciones es lo que vemos en esos retratos en los cuales se combina el humor con la crítica social. Es el arte de un Perú que ya no es el de antes, sino mucho más sabroso, más chicha y más cautivante.