Todos vieron al borracho. Terno arrugado y camisa abierta. Balbucea algo, agarrado a su vaso. El borracho no ha dejado de conversar toda la noche. De mesa en mesa contaba su historia, suplicaba que lo escuchen. Hacia las tres ha tratado de parar la borrachera con un tacu tacu montado. Antes de las cinco se le vino el huaico y se encerró en el baño más de media hora. Salió casi al amanecer, los ojos rojos y la boca balbuceando carajos.

Pocos conocen su relación con el carnicero, su hermano. El carnicero ha entrado una mañana por la puerta trasera, ha medido a su hermano, lo ha cargado en hombros y lo ha dejado al sol para que lo encuentren los militares que a esta hora disfrutan con los borrachos desparramados sobre las calles como costales de papas, para vengarse a patadas de sus frustraciones diarias.

Con un hilo de sangre en la frente, el borracho se ha despedido de ellos. Llevaba las manos firmes en los bolsillos mientras marchaba hacia su casa caminando recto. Unas cuadras más allá se ha caído. El sol está muy arriba y nadie ha venido a recogerlo.