«Tengo traductora–dijo ella–, es estudiante del master de literatura latinoamericana en NYU». «¿No se llama Sara?» «¿Qué comes que adivinas?»

He llegado a Esperanto directamente desde la sala de la Tierra en el Museo de Historia Natural para volverla a ver. Delgada, nerviosa, siento su abrazo fuerte y sus ojos abiertos inquietos. Se ha ido a una cita, me ha dejado pensando. Elisa se va comprar una malla para el yoga, nosotros vamos a comer en la esquinita italiana del West Village.