Zapateando, moviendo el cucú, etc. ¡Qué juerga! Casi no voy porque había pensado pasarla en la casa de Erick, hasta la había invitado a Claudia (felizmente dijo que no, estaba cansada de reorganizar su casa, tenía flojera de manejar desde Connecticut). Alejandra llama y me convence. En el camino leo Absalom Absalom! y me acuerdo de las lecciones del profe Torres. Absalom, Absalom! es el libro del cual fumaron hierba tanto Vargas Llosa como Gabo. No hay Cien años de soledad ni de nada sin Faulkner. Tan solo la primera escena en el escritorio caliente y cerrado es preciosa. Conozco a los dueños del restaurante Cocoroco donde me presenta Alejandra–para variar aparece tarde–,  ya me he comido la canchita. Albino pone dos pisco sours extra y llegamos sazonados en su Lincoln Navigator. La chilena baila como peruana, pero dice que se ha empatado con el argentino cabeza de coliflor. La peruana al final termina con el argentino y besándose a escondidas en la cocina con su polo rojo «Te Amo Perú». Alejandra se va temprano. Me voy en un taxi con la chilena, como a las cinco de la mañana, mientras ella mira triste por la ventana, no quiere consuelo, no quiere alegría. En parte me parece bien, el argentino es un conchasumadre. Pero tanto que «Viva el Perú» y después todo el mundo quiere lomo de la pampa, no hay derecho. Le he mandado un mensaje a Jessica con la fiesta en vivo y en directo. No sé por qué pero me sigue pareciendo que la sigo queriendo igual y que ella sigue confundida o rara. Lo peor es que me confunde a mí. Bueno, he zapateado y cargado con la vela y con el mechero. Negrita ven prendeme la vela y ese pollito que tú me regalaste y que ¡Viva el Perú!. Lamentablemente me olvidé en la cocina el libro de Faulkner y tuve que ir a trabajar a las 6:30 a.m. con dolor en el tobillo. ¡Viva el 28! Vivan estos recuerdos en Brooklyn, Sunnyside.