Christopher McCandless recorrió Estados Unidos y México sin dinero y sin documentos, leyendo a Thoreau, Jack London y a Boris Pasternak. Esta foto fue encontrada en su cámara, sin revelar, por unos cazadores que encontraron su cuerpo, dos semanas después de su muerte, entre los bosques de Alaska.

¿Cuántas razones tenemos para no conocer el mundo? Pocos seres humanos se dan el lujo de recorrer las trochas de lugares considerados exóticos, o de deambular por valles que no figuran en el mapa, compartiendo noches con las estrellas, pasando hambre con la ilusión de guardar algún dinero para llegar más allá, para vivir la próxima aventura.

Para algunos de nosotros, la próxima aventura es una entrada apurada en una oficina o en un salón de clase, una cadena de minutos que se suceden desde la hora de entrada hasta la hora de salida. Para otros, aventura es conocer. Perderse entre gente a la que jamás hemos visto, vivir algún tiempo sin ningún plan, dejar que esa gelatina que une a cada parte de lo que existe en el universo nos envuelva y nos haga sentir parte de un todo gigantesco, de un organismo único compuesto por individuos, por naturalezas, y por espacios distintos.

El deseo de conocer nos lleva a conocer. Y nada puede reemplazar a esa sensación de estar allí. Lo sabes tú también. Aquello que aprendió Thoreau viviendo al lado de una laguna en New England o Christopher McCandless en su viaje de descubrimiento hasta Alaska, no lo podrás comprender del todo ni aún leyendo varias veces Walden, ni repasando una y otra vez las escenas de Into the Wild. Cada una de esas historias pertenece a sus protagonistas. Ellos sacaron de aquellas experiencias enseñanzas, que les permitieron lidiar con sus propios conflictos y obsesiones. Lo que sí se puede encontrar muy claro en ambos casos –y en el de muchos otros que antes y después de ellos vivieron aventuras parecidas– es que gran parte de la felicidad de esa experiencia es compartirla, así sea solo para servir de guía y motivar a que otros individos –tal vez más jóvenes o más temerosos del mundo– se animen a vivir sus vidas, y a no dejarse vencer por la falta de dinero o esas otras miles de razones que uno se pone para no agarrar una maleta y viajar por el mundo.

Se puede ser feliz estando solo. Se puede ser absolutamente feliz sin tener un centavo en el bolsillo y sin saber qué depara el siguiente día. Se puede vivir a plenitud y encontrar respuestas a preguntas trascendentales que jamás nos enseñará un libro o una película. Un hombre puede reinventarse y dejar por algún tiempo la sociedad.  Puede también encontrar la paz en un espacio sin demasiadas reglas ni trabas: un mundo que aún existe, que sigue allí, esperándonos.